sábado, 15 de abril de 2017

FAST & FURIOUS 8: Rizando el rizo a lo grande.

Normalmente cuando una franquicia es capaz de alcanzar su octava entrega se le puede suponer ciertos síntomas de cansancio y abuso de repetir continuamente la misma fórmula, normalmente agotada. Lo lógico es que eso ocurra incluso mucho antes, como lo demuestran sagas tipo Rambo, Rocky o Bourne, y cuya única excepción que me viene ahora mismo a la mente es Misión Imposible.
En el caso de Fast & Furious es justamente lo contrario: cada entrega aspira (y normalmente lo consigue) a superar a la anterior. Aparentemente condenada a la extinción tras sus tres primeras secuelas (en la última de las cuales tuvieron que recuperar al “difunto” Vin Diesel para tratar de salvar las naves, tal y como han intentado, sin demasiado acierto, hacer también en la mediocre xXx), la saga supo reinventarse tras el quinto episodio, casualmente con la entrada de Dwayne Johnson en el equipo, haciendo que las carreras de coches sean más una marca de la casa a las que se le buscaba cualquier excusa para colar una escenita de coches tuneados rugiendo, chicas de shorts imposibles y música de hip hop que como verdadero motor de la acción. Justin Lin supo convertir una franquicia aparentemente agotada en un espectáculo tan argumentalmente ridículo como aparatosamente divertido, y anulando todo signo de verosimilitud en favor del más difícil todavía sus películas conformaban todo un cúmulo de escenas imposibles de las que era imposible no disfrutar.
James Wan tomó el relevo en Furious 7 y la taquilla rompió récords, tristemente ayudada por el fallecimiento de Paul Walker, y el nuevo cambio de cromos en la silla de director, ocupada ahora por F. Gary Gray sin que el estilo se haya resentido lo más mínimo. Tan asentado está el aspecto visual de la saga que con Gray (que curiosamente ya había dirigido a Diesel en Diablo, a Theron y Stathan en The italian job y a Johnson en Be cool) apenas se ha apreciado cambio alguno desde la mencionada quinta entrega.
La gran duda en Fast & Furious 8estaba en ver como sobrevivía la película a la ausencia de Paul Walker. Su personaje formaba una “extraña pareja” con el de Vin Diesel y se hacía difícil que el hinchado actor pudiese sobrellevar por sí solo el peso de la acción. Y si bien es cierto que la trama argumental se centra sobre todo en su figura, podría ser esta la película en la que menos minutos de metraje ocupa, mientras que sus limitaciones actorales son suplidas con creces por la otra “extraña pareja” que forman Dwayne Johnson y Jason Stathan, dos tipos que se comen la pantalla cada vez que aparecen en ella.
La trama casi es lo de menos. Con el tema de la familia de nuevo como estribillo machacón, la cosa va de una supervillana que quiere controlar el mundo mediante hackeos informáticos o algo así. La verdad, es lo que menos importa. Lo verdaderamente importante aquí es conseguir escenas antológicas, momentos de adrenalina pura que ahora mismo parecen imposibles de superar en futuras entregas si no fuese porque en las anteriores ya había pensado eso mismo. Las escenas de la bola de demolición, los “coches zombies” o todo lo relacionado con el submarino son apabullantes, y el único pero está en que parte de la sorpresa se ha estropeado por culpa de un tráiler que mostraba demasiado.
El verdadero éxito de la serie, aparte de la espectacularidad, está en el carisma que desprenden sus personajes. Y para ello resulta imprescindible contar con una retahíla de actores que quitan el hipo. Pese a las bajas que ha ido sufriendo el equipo a lo largo de las ocho películas, las incorporaciones no han sido moco de pavo, y aquí la cosa ronda el imposible. Kurt Russell repite y parece que lo hace para quedarse, todo indica que Scott Eastwood va a ser la nueva incorporación a la familia y Charlize Theron logra componer una villana de altura, un personaje que en manos de cualquier otra actriz podría haber caído en el ridículo. Se suele decir que en el cine de principios de siglo hay carencia de buenos villanos (y las pelis Marvel o DC son un buen ejemplo de ello, Loki aparte), pero la mezcla de cinismo, demagogia y maldad con que impregna Theron a su personaje la hacen destacar por encima de todo.
Y eso sin contar con alguna otra sorpresa actoral que prefiero reservarme.
Fast & Furious 8 está a la altura (si no por encima) de las anteriores, siendo un espectáculo visual, una descarga de diversión con toques muy acertados de humor y las clásicas gotitas de trascendentalismo dramático. Una delicia donde todo vale y donde nada se puede analizar con demasiada seriedad. Estamos en una fiesta, y lo único que importa es pasárselo en grande. Y de nuevo lo consiguen.
Además, hay un nuevo homenaje para Paul Walker, los cuales nunca serán suficientes.
Ya estoy deseando que empiecen a haber noticias sobre la novena entrega. Yo, desde luego, no me la perderé.

Valoración: Ocho sobre diez.


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