Hace
apenas tres años cayó en manos de Keanu Reeves un proyecto llamado John Wick (Otro día para matar) que
entusiasmó tanto al actor que lo convirtió en una apuesta personal.
Actuando
como productor se trajo a la silla de dirección a Chad Stahelski y David Leitch
(aunque el segundo no estuvo acreditado por cuestiones sindicales), a los que
conocía por su trabajo como especialistas en Matrix, y a un interesante reparto de secundarios. Al final, la
productora no creyó en esta especie de variante de la saga de Venganza de Liam Neeson y la película
tuvo una muy mala distribución, no llegando a estrenarse en muchos países incluido
el nuestro. Eso no impidió, sin embargo, que cuadriplicase su presupuesto en
taquilla y que, en tan poco tiempo, alcanzase el rango de film de culto, lo que
hacía casi obligatoria una secuela que, esta vez sí, se estrena por todo lo
alto.
Ahora
con Chad Stahelski como director (Leitch está a punto de estrenar Atómica, con Charlize Theron), John Wick: Pacto de sangre es una digna
secuela que ofrece justamente lo que promete: acción a raudales con grandes coreografías
y espectaculares tiroteos.
Puede
que el Wick de Reeves tenga un cierto aroma a justiciero ochentero más cercano al
estilo Bronson o Norris más que al personaje que creara Luc Beson, pero todos
los referentes que se quieran buscar están incluidos en esta espiral de locura
y violencia (hay incluso un homenaje a La dama de Shanghái) a mayor lucimiento
de las artes marciales de Reeves.
John
Wick sigue siendo un hombre que huye de su pasado y que solo pide que lo dejen
vivir en paz junto a su perro, pero cuando uno tiene las manos manchadas de
sangre eso no suele ser tarea fácil.
Todo el mundo (y ese todo cobra aquí un
sentido casi literal) se puede llegar a convertir en el enemigo de un hombre que
resulta imparable y mortal con cualquiera de las tres armas que mejor maneja:
las pistolas, los coches o sus propios puños.
Dotando al personaje de un aire de leyenda que permite que el tipo, con apenas dos películas, pueda estar ya en el imaginario popular codeándose con tipos como James Bond o Ethan Hunt, su estilo rudo y de pocas palabras recuerda también en algo al Jack Reacher de Tom Cruise, dejando que sean sus actos quienes hablen por él.
Dotando al personaje de un aire de leyenda que permite que el tipo, con apenas dos películas, pueda estar ya en el imaginario popular codeándose con tipos como James Bond o Ethan Hunt, su estilo rudo y de pocas palabras recuerda también en algo al Jack Reacher de Tom Cruise, dejando que sean sus actos quienes hablen por él.
La
película es conscientemente excesiva en todo momento, rindiendo tributo también
al mundo del videojuego (este podría ser el Hitmanque ni Timothy Olyphant ni Rupert Friend supieron recrear), para lo cual es imprescindible
destacar la labor de Stahelski. El director, más allá de limitarse a encuadrar
bien, da toda una lección en cuanto a lo que es dirigir escenas de acción,
jugando también con las luces y los colores para conseguir hermosas
composiciones.
Mucho se está elogiando la escena de las escaleras mecánicas,
pero la muerte de Gianna D'Antonio es una maravilla visual, con la sangre
cubriendo su desnudez hasta lograr la apariencia de un vestido mortuorio.
Con
un buen puñado de secundarios (la reunión de Reeves y Laurence Fishburne obliga
a una nostálgica sonrisa, echándose de menos la presencia de Carrie Ann Moss
para acabar de rematarlo) y un guion tan simple como efectivo, John Wick: Pacto de sangre puede
resultar abrumadora a determinado público que no sepa apreciar las coreografías
salvajes y violentas de un estilo denominado Gun Fu que aquí se convierte casi
en una danza mortal.
Nadie
debería meterse con John Wick, pero como parece que hay quien no aprende, ya
está en camino la tercera entrega. Keanu Reeves, denostado los últimos años, es
el nuevo héroe del cine de acción. Y aún tiene mucho que decir.
Valoración:
siete sobre diez.
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