Jaume
Collet-Serra es uno de esos directores españoles que no logró ser profeta en su
tierra y se largó al otro lado del charco a hacer las américas. Y no le ha ido
nada mal, la verdad.
Infierno azul es su última película, y una de las pocas en las que
no ha contado con su amigo Liam Neesson como protagonista. Y es también la
película que va a ser comparada hasta la saciedad con el Tiburón de Spielberg. Pero
lo cierto es que más allá de que ambas están protagonizadas por un enorme
escualo, poco es lo que tienen en común.
Infierno azul es una película mucho más pequeña, más sencilla, que
la mítica obra de Spielberg, pero no se entienda esto como que es una película
menor. Lo que sucede es que aquí no hay un pueblo en peligro por el bicho
marino, ni alcaldes desoyendo las evidencias de peligro ni grupos de
protagonistas que se unen frente a la amenaza. Aquí se trata más bien de una
película de supervivencia, de un combate mano a mano entre la protagonista, una
Blake Lively que hace una intensa y convincente interpretación y que las pasa
canutas casi todo el metraje.
Poco
hueco para la sorpresa hay en una historia que tiene en su desenlace su
principal carencia, por más que sea algo obligado en un film de estas
características, pero ese es precisamente el inmenso mérito de Collet-Serra.
Conseguir estremecer al espectador y meterle el corazón en un puño en
situaciones en las que por pura coherencia narrativa sabes que la chica se va a
salvar no es algo al alcance de todos, y él lo consigue desde el minuto uno.
Sin perder el tiempo en prólogos innecesarios, la acción arranca con rapidez y,
salvo los “aperitivos” necesarios para definir sin dejar lugar a dudas al
tiburón como la gran amenaza que es, el enfrentamiento entre ambos, chica y
monstruo, se prolongará hasta el final. No estamos para tonterías y eso se
agradece.
Puede
que si analizamos la película con una lupa encontremos mil exageraciones que la
despojen de su aparente realismo, pero nada de eso importa al lado del terror,
la angustia y el sufrimiento que provoca, tanto en la pobre Lively como en el
propio espectador. La ejecución de la acción, los movimientos de cámara, la
música de Marco Beltrami (emulando y tratando de distanciarse a la vez de John Williams),
la hermosa fotografía y la calidad de los efectos especiales hacen de esta
película, de apenas una hora y media, una deliciosa pesadilla, una obra
magnífica, imposible de comparar con esas patochadas de amenazas marinas tan de
moda últimamente ya sea con tiburones, pirañas o mezclas raras entre ambos.
Una
pequeña joya, aterradora y claustrofóbica en la prisión sin paredes que puede
suponer un simple pedazo de roca. Magnífica sin más.
Valoración:
Ocho sobre diez.
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