Después
del maltrato que ha sufrido por parte de la crítica americana y la desproporcionada
reacción del director Alex Proyas ante las mismas, tenía mucha curiosidad por
ver que podía salir de este delirio colorista y visual que, la verdad, poco
auguraba a tenor de algunos trailes y posters vistos.
Y,
la verdad, Dioses de Egipto no es una
buena película, pero tampoco es para tanto. En un año donde los cacareados
blockbusters están demostrando una mediocridad preocupante que se está dejando
notar en las taquillas (y más si los comparamos con los del año pasado), la
nueva película del autodenominado “visionario” director no deja de ser una
muestra más de la simpleza que pulula por el Hollywood actual, donde el dinero
prostituye a la imaginación y el más, de nuevo, es menos.
El
antiguo Egipto siempre ha despertado una fascinación mágica en el mundo del
cine, y Proyas, amparándose en su rica y extensa mitología, algo muy habitual
en caso de deidades griegas y romanas pero que apenas se había tratado de
pasada en lo que a Ra y su prole se refiere, crea una historia de rivalidad
fraternal y amor incondicional.
Dioses de Egipto no pretende, ni mucho menos, tener una mínima
fidelidad histórica, por lo que las críticas que está recibiendo tanto en este
aspecto como en la utilización de actores occidentales para representar a los personajes
egipcios me parecen vacuas y fuera de lugar.
Todo esto es una fábula, un cuento
de luchas de egos, un enfrentamiento inspirado directamente en cualquier comic
de superhéroes trasladado al hermoso valle del Nilo. Pero ello no significa que
no haya que pedir un mínimo de verosimilitud a la historia, que funciona
medianamente cuando la confrontación entre Horus y Set está interpretada por
Nikolaj Coster-Waldau y Gerard Butler pero que saca de la película al
espectador más entregado en sus contrapartidas digitales, un despropósito
visual confuso en el que no lucen para nada los 140 millones de presupuesto.
Quizá el problema es que tengamos demasiado reciente el magnífico prólogo de X-Men: Apocalipsis (sin duda lo mejor
del film) y la sobriedad con la que Bryan Singer muestra su versión del antiguo
Egipto, más contenida pero también más espectacular que la que Proyas nos
propone.
Poco
importa aquí la trama, que como en muchas películas de corte similar es una
mera excusa para plasmar en imágenes los delirios visuales de Proyas, director
que desde su debut en El Cuervo y su
consolidación con Dark City ha ido
claramente a peor hasta convertirse en un realizador maldito enfrentado a gran
parte de la industria. Cierto es que no debe condenársele en exceso por la
superficialidad de una trama, por más que él mismo pretenda disfrazar la película
por momentos de épica y trascendental, pero el aura artificial con que en todo
momento dota a la imagen la hacen en ciertos momentos insufrible, provocando no
pocos instantes de desconexión que pueden llegar a resultar fatales.
Sin
embargo, sus más de dos horas de metraje pasan en un suspiro y, aunque amenaza
con hacerlo en algún momento, no llega a aburrir, consiguiendo ser un
entretenimiento pasajero y palomitero suficientemente digno para hacerla
merecedora de un aprobado. Quizá el secreto radique, en el fondo, en sus intérpretes,
que sin esforzarse demasiado aportan el carisma suficiente para ayudar a
digerir tanta armadura dorada y tanto empalague de color que pululan por este
Egipto tan plástico. Al atribulado Coster-Waldau y el socarrón Butler ya mencionados
(que sí, son un calco de sus personajes en Juego
de Tronos y Objetivo: Londres,
por poner dos claros referentes, pero de eso se trata en el fondo, ¿no?) hay
que añadir la presencia de Brenton Thwaites, un joven que amenaza como alzarse
como la pieza insoportable del film pero que termina adaptándose a su personaje
de mortal destinado a convertirse en héroe con aceptable firmeza. Además, es de
agradecer las muchas caras reconocibles que pasean por el film, tales como
Elodie Yung (Elektra en el Dardevil
de Netflix), Chadwick Boseman (Black Panther en Capitán América: Civil War), Geoffrey Rush (Barbossa en Piratas del Caribe), Rufus Sewell (uno
de esos eternos secundarios perfectamente reconocible) o Courtney Eaton (una de
las “novias” en Mad Max: Fury Road).
Dioses de Egipto falla en muchas cosas, sobre todo cuando aspira a
algo más que ser puro cine de consumo, pero si la aceptamos por ser
precisamente eso y nada más permite pasar un rato entretenido. Al fin y al
cabo, ¿quién pretende encontrar algo diferente en una historia que trata sobre
dioses egipcios dándose de leches?
Valoración:
Cinco sobre diez.
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