domingo, 10 de julio de 2016

ESPERANDO AL REY: Con el rumbo algo perdido.

Esperando al rey es la nueva película como director de Tom Tykwer tras saltar a la fama por la interesante adaptación de El perfume, aunque sin olvidarnos de su colaboración en la infravalorada El atlas de las nubes con los/las Wachowski.
Basándose en la novela Un holograma para el rey, de Dave Eggers, Esperando al rey es el reencuentro del director con el actor Tom Hanks, tras conocerse en la extraña epopeya a través el tiempo y el espacio que fue la mencionada El atlas de las nubes.
A partir de una historia sencilla e universal (la confusión, indefensión y posterior enamoramiento hacia una cultura contrapuesta a la habitual), Tom Hanks se hace con los mandos de una obra que pretende abarcar demasiados temas y fracasa en la mayoría, no por hacerlo mal sino por el distanciamiento que provoca. Eggers utiliza la excusa de un comercial en plena crisis (laboral y personal) que busca una última oportunidad de redención (fue el responsable de una gran cantidad de despidos en su última “hazaña”) en el cierre de un importante negocio que le llevará a entrevistarse con el mismísimo rey de Arabia Saudí para hablar sobre el choque cultural entre el país de Oriente Medio y los Estados Unidos (o los países occidentales, por extensión), para retratar la amenaza del capitalismo (una amenaza identificada ahora con China, aunque para Hollywood el gigante oriental es a la vez amenaza y salvación, que se lo digan a los productores de Warcraft), la crisis de valores empresariales, la dependencia de la tecnología, las consecuencias de la crisis financiera en la vida personal, el miedo al fracaso y la soledad y, cómo no, el amor intercultural. Todo un batiburrillo que Tykwer no consigue mezclar correctamente en su coctelera y que en ocasiones se pierde por deambuleos que pueden distraer e incluso aburrir al personal.
Afortunadamente, cuando ese aburrimiento amenaza con hundir el film aparece el buen hacer de Hanks que, pese a interpretar un poco el mismo papel de siempre, consigue conectar con el público logrando una empatía que salva los muebles a la obre, invitando a que nos fijemos sólo en la historia central (su propio periplo por esas tierras extrañas) y nos dejemos de segundas lecturas.
Así, las andanzas de este comercial y su relación con un chófer con el que terminará forjando una buena amistad (el desconocido Alexander Black, con quien Hanks demuestra tener una brillante química) evitan el naufragio de una película que se deja ver sin demasiados problemas pero que aspiraba a más, a mucho más.
En fin, un simpático viaje de descubrimiento interior que no ofrece demasiadas novedades alrededor de un género algo trillado pero que gracias al trabajo de sus actores logra despertar un ligero interés.

Valoración: Cinco sobre diez.

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