Cuando
se anunció que se estaba planeando la realización de una nueva versión de
Tarzán la pregunta más habitual era: ¿es necesario? ¿Hay algo que añadir a la
historia de sobras conocida tanto en sus versiones en imagen real (con Johnny Weissmuller
como imagen insuperable del hombre mono) con en animación?
Quizá por eso los
productores optaron por ir un paso más allá y en lugar de limitarse a contar la
misma historia inventaron una especie de secuela, un ¿qué paso después? que
narra la historia de Tarzán tras adaptarse a la vida civilizada y tener que
regresar a la selva que le vio crecer.
En
esta línea se encontraba ya la versión que protagonizó Christopher Lambert, Greystoke: la leyenda de Tarzán, rey de los
monos, pero que dejaba demasiado de lado el aspecto aventurero de la obra
de Edgar Rice Burroughs y se acercaba casi a un drama romántico a lo Jane Austen. La leyenda de Tarzán quiere ir por el camino de en medio y mezclar ambas
vertientes, presentándonos a un Tarzán reconvertido en lord John Clayton, un
caballero de la nobleza británica, casado con su inseparable Jane, que acepta
regresar al Congo para comprobar las intenciones del rey de Bélgica con
respecto a sus antaño amigos indígenas.
No
es un mal punto de partida si no fuese por las carencias de un guion que no
sabe exactamente hacia donde se dirige. Quiere ser una película aventurera pero
la acción tarda demasiado en llegar, quiere tener una vertiente realista pero
se olvida de profundizar en la personalidad de Clayton, quiere mostrar a una
Jane independiente y fuerte pero termina convirtiéndola en la clásica damisela
en apuros sin más recursos que esperar la llegada de su amado, quiere dar una
carga de denuncia social con el tema de los esclavos y los diamantes que anhela
el rey de Bélgica y termina olvidándose de seguir por ese camino…
Pero es, por
encima de todo, su director, un errático David Yates que trabaja tanto con el
piloto automático que incluso se rumorea que dejó la película a medias para
poder dedicarse a su nueva incursión en el mundo de Harry Potter. Es a Yates a
quien hay que culpar de los altibajos de ritmo, de la frialdad que demuestra Alexander
Skarsgård como Tarzán, de la fotocopia de casi todas sus interpretaciones
anteriores que presenta Christoph Waltz o de la simpleza de algunos efectos
visuales, demasiados dependientes del CGI y que en algunos omentos (como el
horrendo desenlace) lucen verdaderamente mal.
Quizá
uno de los problemas de La leyenda de
Tarzán haya sido haberse estrenado tan poco tiempo después de El libro de la Selva, otra película “selvática”
donde los animales, también creados por CGI tenían vida e incluso personalidad.
Aquí estamos ante una mezcla de estos animales y la captura de movimiento
empleada en la saga de El planeta de los Simios.
Con
todo, la película no aburre, tiene a un Samuel L. Jackson recuperado para el
bando de los buenos y a una Margot Robbie que termina siendo lo mejor de la
película (y promete ser también lo mejor de Escuadrón
suicida el mes que viene) y alguna escena de acción ligeramente inspirada.
Poco
bagaje para una película que podría haber aspirado a mucho más y que no pasa de
simple entretenimiento veraniego, un producto de usar y tirar que apenas será
recordado al finalizar el verano y que deja cierto aroma a decepción.
Valoración: cinco sobre diez.
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