Curiosa
a la par que interesante esta nueva incursión del cine en las novelas para
jovenzuelos, un género que se está exprimiendo de una forma tan exagerada que
uno se inclina a pensar que en el futuro solo habrá películas YA y de
superhéroes.
En
esta ocasión, al menos, no hay ni la más mínima sombra de tema amoroso que
parecía inevitable en estos inventos. En realidad, se una mezcolanza de varias
películas que, mientras se consume, entretiene y mantiene en tensión,
desconcertando al personal e intrigando ante los misterios que se presentan.
Otra cosa es lo que nos queda al salir de la sala.
La
película comienza como aquella inquietante Cube
(o incluso hay reminiscencias del desconcierto de Saw), con unos personajes que no saben dónde están ni porqué. El
protagonista, Thomas, es el último en llegar a un claro en medio de un
laberinto gigantesco poblado durante la noche por seres mortales donde se
encontrará con una sociedad formada por chavales tan desconocedores de lo que
está sucediendo como él mismo que, sin embargo, han apañado una especie de
sociedad al estilo de El señor de las
moscas, con posteriores disputas por el poder y el liderazgo del grupo. Para colmo, no saben ni quienes son ellos
mismos pues (como Bourne) no
recuerdan nada de sus identidades salvo, con suerte, su nombre.
A
partir de entonces, más preguntas que respuestas, con la llegada de la primera
chica al grupo (que para colmo parece conocer a Thomas), el cambio de
costumbres de los seres del laberinto (Laceradores los llaman) o la
posibilidad, por primera vez, de encontrar una salida de allí. No hay humo
negro, pero algo recuerda también a Perdidos.
Basada
con bastante fidelidad en la novela homónima de James Dashner (la primera de
una trilogía, aunque hay también una precuela y un libro de archivos anexos), El corredor del laberinto es, pese a su
enfoque adolescente, una película de aventuras bastante bien contada, con
varios rostros conocidos en su reparto y que funciona como relato de
supervivencia (aquí hay detalles que remiten también a Los Juegos del hambre) y cuyos espectaculares decorados consiguen
transmitir la claustrofobia y el peligro que acomete a los protagonistas
invitando al espectador a ser parte de la historia.
Pero
como en la mítica Perdidos, no sólo
importa lo que se ve. También hay que tener en cuenta lo que queremos saber.
Queremos (necesitamos) saber por qué están ahí esos chicos, quién los ha metido
y dónde se encuentran exactamente. Y cuando al final del film se presentan las
respuestas (ciertas o falsas, eso ya se verá) todo se desinfla y nos damos
cuenta de que nos estábamos equivocando de película, que lo que parecía una
apuesta seria (las muertes y la dureza de sus protagonistas invitaba a
pensarlo) no es más que otro film YA del montón, otro intento desesperado por
encontrar un nuevo filón que explotar.
Y no es que me moleste que la mitad de las respuestas queden reservadas para la siguiente película. Lo peor es que la otra mitad de respuestas, las que conocemos, se me antojan estúpidas e insostenibles.
Y no es que me moleste que la mitad de las respuestas queden reservadas para la siguiente película. Lo peor es que la otra mitad de respuestas, las que conocemos, se me antojan estúpidas e insostenibles.
Aun
así, la película consigue funcionar mucho mejor que otras sociedades distócicas
adolescentes como la reciente Divergente
y huye claramente de los tintes rosados de Crepúsculo,
lo que no es poco, y su imagen final hace presagiar que, a diferencia de Los juegos del hambre, su secuela podrá
ser mejor o peor, pero seguro que diferente. No pinta que nos debamos encontrar
a un nuevo y mejorado laberinto, lo cual ya supone por lo menos un cambio
conceptual interesante.
Dirigida
por Wes Ball, un tipo con gran experiencia en el apartado artístico y grafico
de numerosas películas, lo cual explica la interesante concepción del
laberinto, y que sale airoso en su aventura como director, y protagonizada por
Dylan O’Brien (de lo mejorcito de la serie Teen
Wolf), Thomas Brodie-Sangster (el chavalín de Love Actually, recién salido de Juego
de Tronos) y Will Poulter (el lerdo de Somos
los Miller), la película será del agrado de los adolescentes, entusiasmará
a las chicas (no sé por qué parece que sean solo ellas las que leen este tipo
de novela) y entretendrá a un público más exigente.
Eficaz
durante su visionado, mejor si no se medita demasiado una vez en casa. De
momento, los resultados de taquilla parecen confirmar que habrá secuela. Habrá que
esperar y ver si el viaje que acaba de empezar va hacia algún lado.
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