martes, 30 de septiembre de 2014

UN VIAJE DE DIEZ METROS (6d10)

El sueco Lasse Hallström lleva ya unos cuantos años buscando encontrar la buena senda que perdió en algún momento de su carrera, cuando después de destacar con títulos como ¿A quien ama Gilbert Grape?, Las normas de la casa de la sidra o, sobre todo, Chocolat, su carrera fue deambulando entre títulos menores como Querido John, El hipnotista o Un lugar donde refugiarse.
Con Un viaje de diez metros Hallström busca reconciliarse con ese cine intimista que lo llevó a la fama, recurriendo, como en su mayor éxito, a la gastronomía como excusa argumental para confabular un cuento que hable delas diferencias culturales, la intransigencia y, en última instancia, de la elección de la fama a cambio de perder la sencillez y la deliciosidad delas cosas más simples y naturales de la vida.
Sólo en los últimos meses –no sé si por culpa de la proliferación de realities de cocina en las televisiones y de la aparición de papanatas como Chicote y compañía- el tema de la gastronomía como base de fondo ha sido un recurso recurrente, viniéndome ahora mismo a la memoria títulos como la excelente #Chef o la olvidable Amor en su punto.
Protagonizada por Manish Dayal, aunque con Helen Mirren en plan robaescenas, Un viaje de diez metros cuenta la historia de una familia india que decide aventurarse por Europa en busca de un lugar idóneo para montar un restaurante y a la que el destino conduce hasta una hermosa villa francesa donde encontrarán un lugar perfecto para su negocio si no fuese porque se encuentra justo enfrente (los diez metros del título) de una elegante restaurante tradicional con una estrella Michelín.
Comienza entonces una lucha de egos entre la estirada dueña del restaurant y el cabeza de familia mientras que el hijo mayor de la familia de inmigrantes (que, como no, empezará a tontear con una de las empleadas del restaurante rival) se revelará como un gran chef de cualidades innatas.
Excesiva en su duración (dos horas es demasiado para una comedia romántica) Un viaje de diez metros es una fábula bienintencionada y simpática, de esas que te invitan a mostrar una sonrisa durante todo su visionado, y con unas buenas interpretaciones, pero que, una vez finalizada, apenas aporta nada más que una cansina sensación de previsibilidad.
Todo en la película es demasiado agradable, demasiado bonito. El conflicto termina resultando mínimo y todo el mundo es tan bueno y comprensivo que termina por empalagar más que los insistentes planos culinarios, que por otro lado comienzan a resultar ya agotadores por su falta de originalidad.
Hallström parece demasiado acomodado y ha perdido esa sensibilidad de sus primeros tiempos, consiguiendo que una película donde se redunda en el tema de las especias y dónde todo está cardado de curry resulte, curiosamente, empalagosamente dulce.

No hay comentarios:

Publicar un comentario