Cuando
una película se publicita con la frase: “de los productores de Love Actually y El diario de Bridget Jones” uno ya puede hacerse una idea de lo que
va a ver. Se trata casi de un subgénero dentro de las comedias románticas, un
estilo propio dentro del cine británico en las antípodas de otras comedias
románticas también “con etiquetas” como las de “Judd Apatow”.
Sin
embargo, pese a contener todas las señas de identidad necesarias (historias
sencillas y tiernas, personajes interesantes, secundarios divertidos, diálogos
chispeantes y banda sonora brillante) algo falla en esta apuesta de Dan
Mazer (que como director sólo había
hecho episodios sueltos de Ali G y ha
producido todas las tontadas cinematográficas de Sacha Baron cohen) en la que
pretende burlarse de todos los tópicos del matrimonio y sus consecuencias con
momentos inicialmente irreverentes pero que termina naufragando en la más
absoluta simpleza, tornándose previsible y facilona.
Nat
y Josh son dos jóvenes que se conoce, se gustan y empiezan a salir, pasándoselo
realmente bien y creyendo que eso es el amor. Así que, en consecuencia, se
casan y descubren que compartir una vida es algo más que viajar juntos y
retozar en hoteles durante las vacaciones. Algo falla en ellos desde el principio,
y ya se lo huelen tanto los respectivos padres como los amigos comunes, que ya el mismo día de la boda comentan entre
ellos eso tan drástico de: “les doy un año” que sirve como título del film.
Efectivamente,
justo al cumplir el año los problemas entre ellos son aparentemente abismales
(antiguas novias y clientes atractivos tienen la culpa de ello) y la pareja
busca ayuda desesperada en una consejera matrimonial. Así es, de hecho, como
arranca el film, conociendo a través de saltos en el tiempo, los problemas que
han causado el distanciamiento en esos fatídicos meses.
Aunque
Rose Byrne no haya sido nunca una de mis actrices preferidas ni Rafe Spall
desprenda precisamente mucho carisma, no se puede culpar a ellos de cómo se
desinfla la película, la cual (eso hay que reconocerlo) gana enteros con la
presencia en pantalla del magnético Simon Baker, por más que se limite a poner
la sonrisa encantadora (y algo cínica) de siempre.
Les doy un año no es una película nefasta. Es tierna y sensible y
tiene momentos verdaderamente divertidos (como suele suceder, los gags más
tronchantes suelen ir de la mano del amigo friki de turno), pero no son
suficientes para compensar otros momentos casi irrisorios, una trama que avanza
sin ritmo y un final tan previsible como edulcorado.
No
hay, en toda la película, un solo giro de guion, una sola sorpresa, una sola
trampa, que invite a pensar que las consecuencias pueden ser diferentes a las
que resultan, lo cual provoca desinterés antes de tiempo. Y si alguien quiere
ver algo de moralina en el tema (el error de creerse enamorado antes de tiempo,
por ejemplo) esta se deshace cuando el final del personaje de Rose Byrne podría
invitar a pensar que no ha aprendido de sus errores y que todo puede volver a
comenzar (tema económico aparte) pata ella.
Quizá
analizada independientemente no esté mal del todo e invite a evadirse un rato
con simpatía, pero querer que la comparemos a títulos como Notting Hill, Love Actually
o la reciente Una cuestión de tiempo
supone tirarse piedras sobre su propio tejado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario