Poco
amante de esta vertiente del cine de ¿terror? que nos azota los últimos años
con patochadas que piensan que van a vender más (y lo triste es que lo
consiguen) simplemente por poner un exorcismo en su título o tráiler y por
anotar en su poster la manida frase de “basada en hechos reales” (si en todos
los casos en los que lo dicen fuese literalmente cierto, habría ya por ahí más
demonios que seres vivos) o de los efectivos (pero para mí gastados) productos
de James Wan y sus amiguetes, de vez en cuando reconforta encontrar con un
director capaz de retorcer un poco las variantes del género y no seguir los
esquemas al pie de la letra.
Ya
me convenció Scott Derrickson en El
exorcismo de Emily Rose, una reconstrucción de un posible caso de posesión
demoníaca que al final resultaba ser casi más una película de juicios que
simplemente de sustos. Tras la floja Ultimátum
a la Tierra y la exitosa Sinister
(y antes de que se embarque en su mayor aventura cinematográfica con Doctor Extraño, de la mano de Marvel),
Derrickson vuelve a jugar con las directrices de un género que nos conocemos de
memoria y lo mezcla con unos tintes policíacos que la acercan más a la
atmósfera insana y malrollera de Seven
que a cualquier tontería del tipo El
último exorcismo, ya que si hay que emparejarla con algún referente de
terror sin duda sus influencias más claras están en el clásico El Exorcista, de William Friedkin que en
cualquier apuesta de los últimos años ( o incluso décadas).
Supuestamente
basada en las peripecias reales del sargento de policía Ralph Sarchie que requiere
la ayuda del padre Mendoza para resolver una serie de extraños casos
aparentemente aislados (un hombre que maltrata a su esposa, una mujer que
arroja a su hijo a una jaula de leones…) que resultarán tener un elemento
demoníaco en común cuyo origen data de un hallazgo por parte de unos marines
americanos en unas cuevas de Afganistan (el tema arqueológico nos deriva de
nuevo a El Exorcista).
No
es que Líbranos del mal sea una
película perfecta, ni mucho menos, y en ocasiones se ve obligada a hacer
ciertas concesiones a la industria (como los arañazos y peluches que
aterrorizan por la noche a la hija del policía, que no vienen mucho a cuento),
pero por lo general mantiene muy bien el ritmo, logrando ser angustiosa por momentos,
con los obligados sustos y alteraciones musicales, pero haciendo casi más hincapié
(al menos hasta llegar al exorcismo final) a la trama policíaca que la la
terrorífica, siendo por momentos más una buddy movie protagonizada de entrada
por Eric Bana y Joel Mchale y por Bana y Édgar Ramírez más adelante. Y ahí,
aparte del buen hacer del director, se encuentra la principal baza de líbranos
del mal, en la presencia de unos actores de talento que (como sucediera con
Ethan Hawke en Sinister) se toman muy
en serio a sus personajes y consiguen unas interpretaciones ciertamente
convincentes.
Sin
entrar en debates sobre mí me creo más o menos la supuesta historia real (que
no es, dejémoslo claro, una traslación literal de lo sucedido, ya que la labor
real de Sarchie fue especializarse en casos de exorcismo, sin tramas tan
complejas y elaboradas como las descritas en el film), Líbranos del mal, con una genial ambientación en el Bronx neoyorquino
(no todo van a ser cabañas en el bosque y pueblos abandonados), consigue
inquietar e invita a pasar un mal rato, sabiendo en que momentos debe recurrir
a los tópicos y cuando alejarse de ellos.
Por
una vez, y esto es raro en mí, salgo satisfecho de una peli de exorcismos. Ver
para creer…
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