Simpática
producción francesa sobre un grupo de amigos que mantienen su relación desde
hace décadas, con lo que las manías y tics de cada uno no son ningún secreto
para los demás. Acostumbrados a reunirse con la más mínima excusa, desde
comidas ocasionales hasta vacaciones completas, el infarto de Antoine,
epicentro espiritual del grupo, provocará un ligero cambio de actitudes entre
ellos. Los problemas se acumulan (dos de ellos se divorcian, otro tiene graves
problemas económicos), poniendo a prueba la supuestamente férrea amistad.
Bebedora
de cintas como Los amigos de Peter o
la reciente Pequeñas mentiras sin
importancia, la película de Eric Lavaine es un relato más o menos coral
sobre la crisis de los cincuenta, decorada (como buena cinta gala) de casas espectaculares,
comidas generosas y vinos caros. No estamos, ni mucho menos, ante una película
que revolucionará el cine ni saldremos de la sala con la sensación de haber sido testigos de ninguna revelación
vital (aunque en algún momento parece la pretensión del director), pero al
menos habremos disfrutado de una dramedia que, pese a recurrir a todos los
tópicos posibles y seguir casi textualmente los esquemas establecidos, resulta
entretenida y agradable, con unos personajes que, pese a sus muchos defectos,
empatizan bien con el espectador y provocan una envidia sana ante el estilo de
vida y camaradería que, incluso con los secretos que se ocultan, desprenden
alegría y buen rollo.
Quizá
ese buen rollo sea el punto más negativo ante un exceso de concesiones que
abocan a todos y cada uno de los protagonistas (y en esto es donde más se
distancia de la magnífica obra de Kenneth Branagh) hacia un final exageradamente
dulcificado y benévolo.
En
conclusión, agradable comedia veraniega que invita a sonreír e invita a
disfrutar de la vida y de la amistad de los que nos rodean y de su compañía.
Otra cosa es que seamos capaces de hacerlo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario