Ivan
Locke (un Tom Hardy en las antípodas del Bane de El Caballero Oscuro: La leyenda renace) es un eficiente capataz de
obra cuya vida le sonríe.
Es feliz con su mujer y sus dos hijos y está a punto de dirigir el volcado de hormigón más importante de Europa (sí, ya sé que así dicho parece una chorrada, pero por lo visto es una obra muy importante y delicada). Pero un desliz cometido hace siete meses va a provocar un vuelco en su organizada y agradable existencia, provocando que en una sola noche (en una hora y media, concretamente, exactamente lo que dura la película) todo lo que ha conocido se le pueda escurrir de entre los dedos.
Es feliz con su mujer y sus dos hijos y está a punto de dirigir el volcado de hormigón más importante de Europa (sí, ya sé que así dicho parece una chorrada, pero por lo visto es una obra muy importante y delicada). Pero un desliz cometido hace siete meses va a provocar un vuelco en su organizada y agradable existencia, provocando que en una sola noche (en una hora y media, concretamente, exactamente lo que dura la película) todo lo que ha conocido se le pueda escurrir de entre los dedos.
Así
a bote pronto este podría ser el argumente de un drama convencional, una
película de interpretaciones sólidas y brillantes diálogos, con miradas de
reproche y giros de acontecimientos. Pero la cosa cambia si explico que Tom
Hardy es el único actor que aparece en el film (hay algún intérprete más, pero
solo sus voces hacen acto de presencia) y que toda la acción acontece en el interior
de un coche, durante el trayecto que hay desde la obra en la que trabaja Locke
hasta Londres. Y es que Locke es en
realidad una película casi experimental, un invento de Steven Knight (con Redención de Jason Statham como única
película en su haber aunque un amplio currículo como guionista), que explora
las limitaciones de un argumento basado exclusivamente en conversaciones
telefónicas y con el rostro de Hardy como única arma.
Comparable
a nivel conceptual con el Buried de
Rodrigo Cortés, ambas comparten la sensación de claustrofobia que aprisiona y
asfixia a los protagonistas, aunque en el caso de Locke la opresión es más a
nivel psicológico y emocional y la angustia no traspasa barreras y atormenta al
espectador ya que, si bien el protagonista no sale en ningún momento del
vehículo, sí hay planos exteriores de la autopista, panorámicas con las luces
del tráfico, coches adelantando… cosa que no se encontraba en la agónica obra
de Cortés.
Knight
consigue con mérito hacer interesante una historia narrada a fragmentos y sólo
mediante conversaciones a tres bandas (con su familia, con la gente de su
trabajo y con el hospital al que se dirige), aunque también es cierto que
pasada la primera media hora el experimento empieza a perder gracia y, aparte
de la curiosidad que pueda provocar saber si va a ser capaz de mantener el
interés de la historia hasta el final, cansa ligeramente, dando la sensación de
que la película es algo larga aunque su metraje real no alcance los noventa
minutos.
Tiene
el mérito, eso sí, que las constantes llamadas telefónicas presionan tanto al
protagonista como al espectador invitándonos a participar en la trama sin tener
apenas un segundo de respiro que nos permitan juzgar a Locke, dejando tales
consideraciones para reflexionar sobre ello una vez concluido el film, aunque
en su contra hay que señalar que los momentos de relleno (en los que se intenta
justificar la actuación del protagonista mediante los traumas causados por su
difunto padre) no terminan de convencer.
Interesante
por su propuesta original, Hardy aguanta bien el tipo, pero ello no impide que
esté lejos de la maestría que se le supone y el recurso narrativo, aún curioso,
no alcanza a ser revolucionario.
Aceptable y entretenida, pero no para echar cohetes.
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