Si
hace unos días recibíamos el testamento cinematográfico de Philip Seymour
Hoffman, ahora es el turno de descubrir el film póstumo de James Gandorfini, una
historia muy negra basada en un relato de Dennis Lehane, quien ya escribiera
las bases para Adiós, pequeña, adiós,
Shutter Island o Mystic River.
Aunque
no soy muy dado a escuchar críticas de otros compañeros, no he podido evitar en
esta sensación tener la percepción de que todo el mundo equipara esta película
a una obra maestra, considerando que su estructura ralla la perfección y que
los dos protagonistas (Tom Hardy y Noomi Rapace) están sensacionales.
Seguramente,
se trate de una de esas películas en las que el espectador debe dejarse
arrastrar por la trama, “entrar” en ella y convertirse en cómplice de sus
protagonistas. Y digo eso porque yo, simplemente no entré.
No
voy a definir La entrega como una
película mala, no es para tanto, pero si la encontré de ritmo lento y aburrido,
sin que su supuestamente impactante giro final me motivara para nada y
considerando a sus actores apáticos y sin alma.
Tom
Hardy (al que no puedo juzgar demasiado porque apenas lo recuerdo de Locke –donde actuaba solamente con el
rostro- y El Caballero oscuro: la leyenda
renace -algún día os diré lo que
pienso de esa absurdamente sobrevalorada peliculilla-) parece un lerdo toda la
película, con un doblaje que, la verdad sea dicha, no es que le ayude
demasiado. No aporta carisma alguno al personaje y no me permite, por tanto,
simpatizar en ningún momento con él. Noomi Rapace, por su lado, compone a una
figura frágil y melancólica, marcada por una cicatriz que le afea el cuello y
que me invita a pensar que la muchacha empalmó este rodaje con el de La venganza del hombre muerto de manera
que no llegó a librarse de su personaje anterior, prácticamente copiándolo aquí
de nuevo.
La
historia va de un bar regentado por Marv y Bob que es usado como intermediario
de entrega de dinero de la mafia hasta que alguien decide atracarlo. Una
historia que quizá funcione bien en el relato original pero a la que le falta
sustancia para una película de casi dos horas, con lo que la pasmosidad y
lentitud que recae en la melancolía de sus protagonistas me resulta contagiosa,
haciendo de la película un producto anodino e interminable.
Poco
hay en su argumento que me interese o sorprenda lo suficiente como para
mantenerme en tensión durante la película, y el trabajo de Michaël R. Roskam
tras las cámaras no aporta nada destacable.
En
fin, que quizá es que yo no tuviese un buen día, pero ni me interesó el film ni
el film se esforzó por interesarme. Una pena, pues Gandolfini está tan genial
como siempre, pero eso no es suficiente como para justificar el visionado. Y
Hardy, al que venden como nuevo chico de moda en Hollywood, le queda todavía
mucho para poder ser encumbrado como estrella. Espero que en el nuevo Mad Max se luzca más. Si no, apañados
vamos.
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