Os
voy a contar una historia:
Había
una vez un joven y guapete actor que empezó a darse a conocer a base de
participar en peliculillas de vaqueros (spaghetti-westerns, se llamaban) cuya
calidad eran muy dudosas pero no así su popularidad.
Algo cayó en gracia del actorcillo que más a base de carisma que de talento se labró una fama de tío duro que le llevó a protagonizar desde comedias incomprensiblemente exitosas (como esas en las que su compañero es un mono) a clásicos de la acción como la saga de Harry el Sucio. Pero hete aquí que el tipo tenía su corazoncito, y decidió mostrarlo al mundo como director con un pseudomusical llamado Bird. El joven y guapete actor se hacía mayor y se auto homenajeó en la crepuscular Sin Perdón, que junto con la ñoña e insufrible Los Puentes de Madison lo encumbraron en lo más alto del Olimpo Hollywoodiense. Consciente de su gran sensibilidad (y quizá muy pagado de sí mismo) el ya no tan joven ni tan guapete actor se dedicó a repetir una y otra vez la misma película (dramas crepusculares y trascendentales) aunque cambiándoles el disfraz hasta que se le empezó a ver el plumero. Ahora, convertido en un ancianito como por arte de magia, el trovador de los perdedores ha intentado cambiar de registro, y ni siquiera sus palmeros más fieles parecen querer tragar. Más allá de la vida pasó sin pena ni gloria y con J. Edgar logró el inmenso mérito de no saber aprovechar el gran talento de Leonardo Di Caprio.
Algo cayó en gracia del actorcillo que más a base de carisma que de talento se labró una fama de tío duro que le llevó a protagonizar desde comedias incomprensiblemente exitosas (como esas en las que su compañero es un mono) a clásicos de la acción como la saga de Harry el Sucio. Pero hete aquí que el tipo tenía su corazoncito, y decidió mostrarlo al mundo como director con un pseudomusical llamado Bird. El joven y guapete actor se hacía mayor y se auto homenajeó en la crepuscular Sin Perdón, que junto con la ñoña e insufrible Los Puentes de Madison lo encumbraron en lo más alto del Olimpo Hollywoodiense. Consciente de su gran sensibilidad (y quizá muy pagado de sí mismo) el ya no tan joven ni tan guapete actor se dedicó a repetir una y otra vez la misma película (dramas crepusculares y trascendentales) aunque cambiándoles el disfraz hasta que se le empezó a ver el plumero. Ahora, convertido en un ancianito como por arte de magia, el trovador de los perdedores ha intentado cambiar de registro, y ni siquiera sus palmeros más fieles parecen querer tragar. Más allá de la vida pasó sin pena ni gloria y con J. Edgar logró el inmenso mérito de no saber aprovechar el gran talento de Leonardo Di Caprio.
Y
así llegamos al momento actual, en el que, ya demasiado arrugado para actuar,
la espantada de Belloncé para protagonizar su remake (Dios nos coja confesados)
de Ha nacido una estrella le ha dado
la oportunidad de contar, a su estilo, la historia del grupo de soul cargado de
“falsettes” The four seasons.
Jersey boys no es una película original, ya que se basa en el
musical de Broadway orquestado por el propio Frankie Valli, líder del cuarteto,
con las limitaciones que ello conlleva. No voy a juzgar un musical que no he
podido ver, pero está claro que no es un musical al uso, con grandes
coreografías y donde la música es lo predominante. En Jersey boys (los chicos
de Jersey del título es una clara referencia a que se quiere hablar más de los
orígenes del grupo en esa población vecina a Nueva York que de sus grandes
éxitos) se da un repaso a los orígenes del grupo, sus contactos con la mafia y
sus difíciles relaciones entre ellos, pero Clint Eastwood (que es el actor
joven y guapete convertido en ancianito, por si se le había escapado a alguien)
no sabe en ningún momento imprimir la emoción y carisma necesario a sus
personajes en una película que quiere parecerse a un Scorsese en horas bajas
con cancioncillas de por medio.
Quizá
la primera media hora sea la que mejor funciona, dejando más o menos claro la
postura de cada uno de los protagonistas, pero a medida que el grupo se
desvincula de Jersey y la fama los aclama la historia se diluye entre elipsis
más conseguidas y datos amontonados sin mucho criterio, llegando a ser
terriblemente aburrida y reclamando solo
la atención del respetable durante las interpretaciones musicales (de hecho, el
momento álgido llega con el tema Can't
take my eyes off you, que corresponde ya a su carrera en solitario), que al
carecer del más mínimo rastro de espectacularidad no alcanzan a regalar la
vista tanto como al oído.
Demasiado
larga e insípida, es fácil perder el interés en estos chicos cantores cuyas personalidades
quedan muy difusas y a quienes no ayuda para nada la elección de unos actores
de muy limitados talentos. John Lloyd Young es ganador del premio Tony por su interpretación
de Frankie Valli en Broadway y sin duda su voz y sus “falsettes” serán muy
parecidos a la del cantante original, pero esto es cine, amigo mío, y aquí los
primeros planos obligan a una expresividad y un trabajo interpretativo para los
que el chico (debutante en la pantalla grande) no está preparado. La cosa no
mejora demasiado a su alrededor y hasta el estupendo Christopher Walker parece
aquí una caricatura de sí mismo, con alguna escena de vergüenza ajena en la que
el talentoso actor tiene que rebajarse al ridículo más chusco.
Decepcionante
a todas luces (y eso que a mi es difícil que el jinete pálido del cine me
decepcione), Jersey boys es anodina y superficial, como si se tratara de un
producto de encargo, y no aporta nada sobre el grupo que no se obtenga ya con
comprarse simplemente un CD de sus grandes éxitos (entre los que se incluye Grease que Eastwood ignora en su
película) y, si pica la curiosidad, pasarse por la Wikipedia.
Y
es que Jersey boys tiene una gran
música, pero arece de alma.
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