lunes, 31 de octubre de 2016

QUE DIOS NOS PERDONE: otra muestra del gran momento del cine policíaco en España.

Es ya un hecho demostrado que el thriller policíaco es el género que mejor define al cine español actual y Que Dios nos perdone es el último ejemplo de una película argumentalmente intensa y emocionante pero de gran calidad interpretativa.
Sin embargo, no recuerdo demasiados serial killers en nuestra cinematografía, lo cual sí que ofrece un punto novedoso. Con Rodrigo Sorogoyen haciendo un magnífico trabajo tras las cámaras, la película narra la aparición de un asesino en serie en Madrid en el año 2011, coincidiendo con la visita del Santo Papa a la capital y el trabajo de una pareja de policías empeñada en capturarlo. La premisa puede antojarse tópica y habitual, pero insisto en el buen momento que el género tiene en nuestro país y en la personalidad con que se está sabiendo tratar. Por eso, rompiendo esquemas, Que Dios nos perdone no responde al perfil de psicópata calculador y sibilino, sino que tiene una sordidez que se acerca al Seven de David Fincher. No en vano se trata de un violador de ancianas.
Por otro lado, durante gran parte del metraje, el asesino en cuestión parece una mera excusa para poder seguir de cerca a los policías protagonistas, como sucediera ya en La Isla Mínima, dos “héroes” que tienen tantas tonalidades oscuras en sus vidas privadas como el propio asesino. Estamos, pues, ante un trío de personajes que no merece ninguno la simpatía por parte del espectador, algo que ya comentaba hace poco al respecto de la película La chica del tren, pero que, a diferencia de aquella, no impide el buen funcionamiento del film. Quizá se deba a que el desarrollo de personajes está muy bien elaborado por parte de los guionistas (Sorogoyen y su colaboradora habitual Isabel peña), al gran trabajo del director para repartir los tiempos de la acción, o a la labor de los actores protagonistas, en especial unos grandiosos Antonio de la Torre (en un papel tan contenido como el de Tarde para la ira pero a la vez completamente diferente) y Roberto Álamo que son el verdadero alma de la película. El precio a pagar, no obstante, es la debilidad que se refleja en el resto de segundarios, apenas definidos en débiles pinceladas.
Que Dios nos perdone es una película sucia, que no busca reflejar en ningún momento la belleza de la ciudad ni sus puntos de referencia. Por el contrario, muestran la cara más amarga y vil de Madrid, quizá como reflejo de la propia sociedad que la ocupa. Es, sin embargo, esa crudeza, esa incomodidad incluso que algunas escenas producen, lo que convierten Que Dios nos perdone en una gran película, y a Rodrigo Sorogoyen, con solo dos películas en su currículo, a un director muy a tener en cuenta.

Valoración: Ocho sobre diez.

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