Es
ya un hecho demostrado que el thriller policíaco es el género que mejor define
al cine español actual y Que Dios nos perdone es el último ejemplo de una película argumentalmente intensa y
emocionante pero de gran calidad interpretativa.
Sin
embargo, no recuerdo demasiados serial killers en nuestra cinematografía, lo
cual sí que ofrece un punto novedoso. Con Rodrigo Sorogoyen haciendo un magnífico
trabajo tras las cámaras, la película narra la aparición de un asesino en serie
en Madrid en el año 2011, coincidiendo con la visita del Santo Papa a la
capital y el trabajo de una pareja de policías empeñada en capturarlo. La
premisa puede antojarse tópica y habitual, pero insisto en el buen momento que
el género tiene en nuestro país y en la personalidad con que se está sabiendo
tratar. Por eso, rompiendo esquemas, Que Dios nos perdone no responde al perfil
de psicópata calculador y sibilino, sino que tiene una sordidez que se acerca
al Seven de David Fincher. No en vano
se trata de un violador de ancianas.
Por
otro lado, durante gran parte del metraje, el asesino en cuestión parece una
mera excusa para poder seguir de cerca a los policías protagonistas, como
sucediera ya en La Isla Mínima, dos “héroes”
que tienen tantas tonalidades oscuras en sus vidas privadas como el propio
asesino. Estamos, pues, ante un trío de personajes que no merece ninguno la
simpatía por parte del espectador, algo que ya comentaba hace poco al respecto
de la película La chica del tren,
pero que, a diferencia de aquella, no impide el buen funcionamiento del film.
Quizá se deba a que el desarrollo de personajes está muy bien elaborado por
parte de los guionistas (Sorogoyen y su colaboradora habitual Isabel peña), al
gran trabajo del director para repartir los tiempos de la acción, o a la labor
de los actores protagonistas, en especial unos grandiosos Antonio de la Torre
(en un papel tan contenido como el de Tarde para la ira pero a la vez completamente diferente) y Roberto Álamo que son
el verdadero alma de la película. El precio a pagar, no obstante, es la
debilidad que se refleja en el resto de segundarios, apenas definidos en
débiles pinceladas.
Que Dios nos perdone es una película sucia, que no busca reflejar en
ningún momento la belleza de la ciudad ni sus puntos de referencia. Por el
contrario, muestran la cara más amarga y vil de Madrid, quizá como reflejo de
la propia sociedad que la ocupa. Es, sin embargo, esa crudeza, esa incomodidad
incluso que algunas escenas producen, lo que convierten Que Dios nos perdone en una gran película, y a Rodrigo Sorogoyen,
con solo dos películas en su currículo, a un director muy a tener en cuenta.
Valoración:
Ocho sobre diez.
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