Jane
Doe es como llama la policía de Estados unidos al cadáver de una mujer sin
identificar. Así es como arranca la película The autopsy of Jane Doe, con el descubrimiento del cuerpo de una
mujer joven desnuda enterrada en el sótano del escenario de un crimen.
Estamos
en un pueblo pequeño, y el sheriff apremia al forense del lugar y a su hijo
aprendiz para que averigüen qué causó la muerte de la muchacha con la esperanza
de que esa primera revelación ayude a esclarecer varios asesinatos acontecidos
en la susodicha casa. Así, Tony tilden y su hijo Austin deberán dedicar la noche
entera a hurgar en el cuerpo de la desconocida en busca de respuestas.
Esta
es la premisa del salto a Hollywood de André
Øvredal, director de la aclamada Trollhunter,
que juega con los géneros del terror tocando de varias teclas (gore, posesiones
demoníacas, espíritus) para conseguir una estimulante mezcla de pesadillas que
mantiene en todo momento alerta al espectador. Con un limitado reparto
compuesto por el estupendo Brian Cox y el emergente Emile Hirsch, bien
secundados por Ophelia Lovibond y Michael McElhatton, pero sin olvidar la
presencia pétrea pero desasosegante de la “cadáver” Olwen Catherine Kelly, Øvredal
consigue estremecer con inteligencia, proponiendo un juego de sorpresas y
descubrimientos que amenazan con rechinar en algún momento pero terminan
encajando a la perfección, como las piezas del puzle que la propia autopsia
supone. Aunque las escenas más macabras no alcanzan al nivel de crudeza necesaria
para angustiar (no hay nada que no haya visto en series de televisión casi
familiares como Dexter, I Zombie o cualquier variedad de C.S.I.), los sustos están bien
dosificados y son ingeniosos, sin limitarse a los trucos de efectismo baratos
de subidas de música y juegos con las sombras.
Además,
con su poco más de hora y media de duración, la película no pierde el tiempo
con tonterías, y la necesaria subtrama familiar imprescindible para poder crear
unos personajes con esencia está tan limitada a lo estrictamente necesario que
apenas se le pueden sacar pegas a una obra que ofrece justo lo que promete:
terror y claustrofobia, sin apenas recurrir al humor ni caer en desviaciones
reflexivas.
Valoración:
Siete sobre diez.
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