El
titular fácil para esta película es reconocer que M. Night Shyamalan ha vuelto.
Esto no es del todo cierto, pues el director de origen indio, tras los
estrepitosos y merecidos fracasos de Airbander,
el último guerrero y After Earth
ya había dado síntomas de su recuperación con la muy interesante La Visita y ahora, habiendo aprendido de
sus errores, no ha tenido más que repetir la fórmula. Es decir: menor
presupuesto, mayor libertad.
Haciendo
equipo de nuevo con Jason Blum y su compañía Blumhouse, Shyamalan ha contado
con el apoyo y la confianza para poder plasmar sus ideas en la pantalla sin
imposiciones llegadas desde arriba o de la estrellita de turno y con ello
recupera el aroma de sus películas originales, esa trilogía magnífica e
impecable que supone El sexto sentido,
El protegido y Señales, y aunque Múltiple quizá no llegue a estar aún a la altura de esas al menos se puede confirmar que
el rumbo es el correcto.
Y
es que es muy difícil superar el guion de aquellas tres pequeñas obras
maestras, por lo que es el libreto de Múltiple
quizá lo más endeble, por lo retorcido y tramposo que pueda llegar a ser por
momentos, aunque en ningún momento sirva como lastre para la historia. Incluso
aquello que más pueda molestar (los flashbacks) terminan siendo definitivos
para comprender el desenlace y la personalidad de los protagonistas.
Múltiple cuenta como un enfermo de personalidad múltiple
(hasta veintitrés identidades conviven dentro de la mente del protagonista)
secuestra a tres jóvenes a causa de la aparición de una nueva personalidad, la
número veinticuatro, posiblemente la más dominante y poderosa de todas. James
McAvoy, reconocible por ser el profesor Xavier de los X-men pero que ya ha dado sobradas muestras de su talento en títulos
tan dispares como Trance o Filth, el sucio, es quien más se juega
en esta empresa, consciente de que todo el peso de la narración va a recaer
sobre su interpretación. De cómo diese vida a esas múltiples personalidades (de
las que en realidad vemos apenas a ocho o nueve) iba a depender que la película
fuese aterradora o cayese en el ridículo, y el actor escoses supera el desafío
con nota alta. Sus miradas, sus gestos, su expresión corporal… todo vale para
lograr diferenciar a cada uno de los personajes que se esconden en su interior
y lograr provocar desconcierto, ternura o angustia según el momento. Y eso que
no he tenido oportunidad de verla en versión original, con lo que me he perdido
una de sus mejores herramientas para ello.
Sin
embargo, sería injusto olvidarse de Anya Taylor-Joy. Esta joven de veinte años
fue el gran descubrimiento de La Bruja,
una de las mejores películas de terror del año pasado, y aunque en Morgan no lograse desarrollar todo su
potencial por las limitaciones que su personaje le requerían, aquí vuelve a
estar de sobresaliente, siendo el contrapunto ideal para McAvoy y logrando que
la química entre ambos se prolongue durante todo el film.
Shyamalan
regresa a los juegos mentales que tanto le gustan y tomando alguna idea de Identidad, aquella entretenida película
del 2003 con John Cusack y Ray Liotta entre otros, y muchas (como siempre) del
cine de Hitchcock, la película navega entre la precipitación de los
acontecimientos provocada por el enfermo y los propios secretos que guarda el
personaje de Taylor-Joy, complementando a dos animales heridos que se necesitan
uno del otro para sacar a relucir sus verdaderos rostros. No estamos, sin
embargo, ante una película excesivamente tramposa, donde Shyamalan se saque de
la chistera un truco final que lo gire todo, sino que la coherencia argumental
es más lineal que en sus trabajos anteriores y ello le permite centrarse en
otros aspectos de lucimiento como las composiciones fílmicas y la creación de
una angustia latente y malsana.
Shyamalan
es un gran director y aquí, libre de las ataduras del found fotage de La Visita,
puede demostrarlo en su máximo esplendor, recordándonos que es mucho más que un
buen guionista y sacando todo el partido posible a esos primeros planos tan
expresivos e inquietantes de los dos protagonistas.
Da
la sensación, tras los mencionados tropiezos, que el realizador indio vuelve a
divertirse tras las cámaras, haciendo el cine que le gusta e interesa y
contagiando su entusiasmo al espectador, y eso es capaz de llevarlo hasta las
últimas consecuencias, permitiéndose un chiste final, casi a modo de escena
postcréditos, que podría parecer un homenaje a las películas Marvel, pero que
en realidad es un homenaje onanista a sí mismo, una especie de reivindicación
de su regreso y, quien sabe, un guiño al futuro.
Valoración:
Siete sobre diez.
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