sábado, 28 de enero de 2017

MÚLTIPLE, terrible identidad oculta.

El titular fácil para esta película es reconocer que M. Night Shyamalan ha vuelto. Esto no es del todo cierto, pues el director de origen indio, tras los estrepitosos y merecidos fracasos de Airbander, el último guerrero y After Earth ya había dado síntomas de su recuperación con la muy interesante La Visita y ahora, habiendo aprendido de sus errores, no ha tenido más que repetir la fórmula. Es decir: menor presupuesto, mayor libertad.
Haciendo equipo de nuevo con Jason Blum y su compañía Blumhouse, Shyamalan ha contado con el apoyo y la confianza para poder plasmar sus ideas en la pantalla sin imposiciones llegadas desde arriba o de la estrellita de turno y con ello recupera el aroma de sus películas originales, esa trilogía magnífica e impecable que supone El sexto sentido, El protegido y Señales, y aunque Múltiple quizá no llegue a estar aún a la altura de esas al menos se puede confirmar que el rumbo es el correcto.
Y es que es muy difícil superar el guion de aquellas tres pequeñas obras maestras, por lo que es el libreto de Múltiple quizá lo más endeble, por lo retorcido y tramposo que pueda llegar a ser por momentos, aunque en ningún momento sirva como lastre para la historia. Incluso aquello que más pueda molestar (los flashbacks) terminan siendo definitivos para comprender el desenlace y la personalidad de los protagonistas.
Múltiple cuenta como un enfermo de personalidad múltiple (hasta veintitrés identidades conviven dentro de la mente del protagonista) secuestra a tres jóvenes a causa de la aparición de una nueva personalidad, la número veinticuatro, posiblemente la más dominante y poderosa de todas. James McAvoy, reconocible por ser el profesor Xavier de los X-men pero que ya ha dado sobradas muestras de su talento en títulos tan dispares como Trance o Filth, el sucio, es quien más se juega en esta empresa, consciente de que todo el peso de la narración va a recaer sobre su interpretación. De cómo diese vida a esas múltiples personalidades (de las que en realidad vemos apenas a ocho o nueve) iba a depender que la película fuese aterradora o cayese en el ridículo, y el actor escoses supera el desafío con nota alta. Sus miradas, sus gestos, su expresión corporal… todo vale para lograr diferenciar a cada uno de los personajes que se esconden en su interior y lograr provocar desconcierto, ternura o angustia según el momento. Y eso que no he tenido oportunidad de verla en versión original, con lo que me he perdido una de sus mejores herramientas para ello.
Sin embargo, sería injusto olvidarse de Anya Taylor-Joy. Esta joven de veinte años fue el gran descubrimiento de La Bruja, una de las mejores películas de terror del año pasado, y aunque en Morgan no lograse desarrollar todo su potencial por las limitaciones que su personaje le requerían, aquí vuelve a estar de sobresaliente, siendo el contrapunto ideal para McAvoy y logrando que la química entre ambos se prolongue durante todo el film.
Shyamalan regresa a los juegos mentales que tanto le gustan y tomando alguna idea de Identidad, aquella entretenida película del 2003 con John Cusack y Ray Liotta entre otros, y muchas (como siempre) del cine de Hitchcock, la película navega entre la precipitación de los acontecimientos provocada por el enfermo y los propios secretos que guarda el personaje de Taylor-Joy, complementando a dos animales heridos que se necesitan uno del otro para sacar a relucir sus verdaderos rostros. No estamos, sin embargo, ante una película excesivamente tramposa, donde Shyamalan se saque de la chistera un truco final que lo gire todo, sino que la coherencia argumental es más lineal que en sus trabajos anteriores y ello le permite centrarse en otros aspectos de lucimiento como las composiciones fílmicas y la creación de una angustia latente y malsana.
Shyamalan es un gran director y aquí, libre de las ataduras del found fotage de La Visita, puede demostrarlo en su máximo esplendor, recordándonos que es mucho más que un buen guionista y sacando todo el partido posible a esos primeros planos tan expresivos e inquietantes de los dos protagonistas.
Da la sensación, tras los mencionados tropiezos, que el realizador indio vuelve a divertirse tras las cámaras, haciendo el cine que le gusta e interesa y contagiando su entusiasmo al espectador, y eso es capaz de llevarlo hasta las últimas consecuencias, permitiéndose un chiste final, casi a modo de escena postcréditos, que podría parecer un homenaje a las películas Marvel, pero que en realidad es un homenaje onanista a sí mismo, una especie de reivindicación de su regreso y, quien sabe, un guiño al futuro.

Valoración: Siete sobre diez.

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