Empezaré
diciendo sin ningún rubor que cuando vi Underworld
en el 2003 el invento no me desagradó del todo, más si tenemos en cuenta que el
rollo gótico y la estética del cuero estaban de moda y que mola mucho más ver
enfundada en un traje de esos a Kate Beckinsale (a la que yo personalmente
descubrí en Pearl Harbor pero que fue
con su personaje de Selene con el que saltó a la fama) que a Keanu Reeves o
Wesley Snipes, por poner dos ejemplos más o menos coetáneos.
Luego
llegó la secuela y ahí la cosa empezó a interesarme menos, más cuando nunca me
he aclarado mucho con el rollo culebrón que se traía y lo único que quería era
ver a vampiros y hombres lobo zurrándose entre ellos, y la tercera
entrega/precuela ya ni siquiera la vi (y es que para colmo carecía de la
presencia de la Beckinsale). La taquilla estaba cayendo y la saga parecía
moribunda, pero aún se empeñaron en hacer una nueva continuación recuperando al
personaje de Selena en el 2012 que no creo que interesara a casi nadie.
Por
algún motivo que no alcanzo a comprender, se estrena ahora la quinta película
de la saga, la que se supone (y remarco lo de se supone) que debe ser el
capítulo definitivo. Han pasado catorce años desde la primera película y el
tiempo y la moda han pasado, por más que los productores de la franquicia no
quieran verlo.
Ahora,
el rollo Matrix está muy desgastado,
a la pobre Beckinsale no la pueden lucir tanto para que no se note el paso del
tiempo (es una vampira inmortal, recordad) y el bajo presupuesto hace que las
transformaciones de los licántropos sean menos que ridículas. Además, si no se
es un fan declarado de la saga (¿existe eso?) es difícil aclararse con el
batiburrillo de nuevas razas y derivados que tienen que inventarse para poder
avanzar en una trama que, al final, parece un remiendo de Juego de Tronos venido a menos. No en vano hay varios intérpretes de
la película que han pasado por la serie, mientras que algunos personajes
parecen un quiero y no puedo -¿soy el único al que la tal Lena le ha parecido
una versión vampírica de Daenerys (supongo que el caché de Emilia Clarke está
muy por encima de estas producciones)-. Por otro lado, y quizá esto es una
paranoia mía, el personaje de Semira interpretado por Lara Pulver (el elemento
más sensual del film en detrimento de Beckinsale) se me antoja escrito (y
vestido) pensando en Eva Green.
Len
Wiseman (que solo dirigió las dos primeras, aunque puede considerarse el padre
de la criatura) deja de nuevo la silla de dirección en manos de otro, en este
caso de Anna Foerster, que hasta ahora se había limitado a hacer algo de
televisión, pero para el caso es lo mismo: la estética del film sigue tan
imperecedera desde la película de 2003 que todas parecen filmadas por el mismo
equipo, siempre con el piloto automático.
Al
menos hay que aceptar que Underworld: guerras de sangre es una película que no engaña. Lleva tanto tiempo
haciendo lo mismo que uno sabe perfectamente lo que se va a encontrar, y si las
expectativas son suficientemente bajas y somos complacientes con la absurdidad
del guion puede llegar a entretener. Incluso parece como si los actores se
creyeran lo que están haciendo.
Si
los efectos especiales fuesen un poco más dignos (porque al final lo de los
vampiros y los licántropos queda en una anécdota, los principales
enfrentamientos son a disparo limpio) podría ser un pasatiempo bastante digno,
aunque lo que más me mosquea es que el final (que parece algo precipitado pese
a que la película dura noventa minutos escasos) no es el fin de fiesta que uno
podría esperar para cerrar una pentalogía.
Mucho
me temo que, tal y como quedan las cosas, el día que el matrimonio
Wiseman/Beckinsale esté un poco aburrido, tendremos más Underworld.
Valoración:
Cinco sobre diez.
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