Pepón
Montero escribe (junto a Juan Maidagán) y dirige esta película cuya gracia está
en empezar justo donde las demás terminan. Tras un derrumbe, una serie de
personajes quedan atrapados en el interior de un túnel y, como en Pánico en el túnel, seguir las
instrucciones del Stallone de turno para sobrevivir a la catástrofe hasta poder
ser rescatados. Y es precisamente con el consabido rescate que se inicia la
película, planteando qué es lo que ocurre después con los supervivientes.
Tampoco
es que sea algo completamente novedoso, ya lo hizo Peter Weir en la excelente Sin miedo a la vida), pero aquí, a la
hora de profundizar en los traumas que el sentimiento de culpa ante la propia
supervivencia y el vínculo que se establece entre los rescatados de forma
intimista y traumática se apuesta más por un tono de comedia desenfadado donde
Arturo Valls es la gran estrella de la función.
Si
tenemos en cuenta que Montero y Maidagán se formaron en la serie Cámara Café, no es de extrañar la
participación de Valls en Los del túnel,
ejerciendo además de productor. Fue aquí donde se dio a conocer, y aunque lo
tengamos más presente en su faceta como presentador de concursos nunca ha
abandonado su carreta de actor, aunque no fue hasta la insultante Rey Gitano que dio el paso de hacerse
con un papel de cierta relevancia.
En
Los del túnel es, por fin, el gran
protagonista en una historia que, por otro lado, pretende tener cierto aire
coral. Es por eso que de las simpatías o fobias que el actor provoque en el
espectador la película vayan a funcionar mejor o peor, no dejando apenas
espacio para lucir a otros nombres ilustres de la escena como Natalia de
Molina, Neus Asensi, Teresa Gimpera y muchos más, siendo Raúl Cimas el único
que, por su personaje, aspira a robarle algo de protagonismo (real y figurado)
a Valls.
Lo
malo de la película es que pretende navegar entre dos aguas, alternando la
comedia costumbrista con el drama intimista de manera algo irregular. Valls
interpreta un poco al tipo de siempre, macarra y graciosete pero insensible
ante los problemas de los demás, pero pretende aportar un toque de profundidad
que al final de la historia se revela como un supuesto viaje interior (suyo y
de sus propios compañeros) que le revela la verdad de la vida paralelamente a
mostrarnos la verdad de la película previa que solo conocíamos por su final.
Un
ejercicio metafórico loable pero no totalmente satisfactorio. La película no
llega a emocionar ni a transmitir esa trascendencia que existía en el film de
Weller pero, lastrado por el intento, tampoco es una comedia disparatada y
tronchante.
A
medio camino de todo es, al menos, un film simpático y entretenido, una apuesta
algo diferente y que funciona bastante bien por momentos, aunque en su conjunto
cojee ligeramente, sobre lo que ocurre “después de”.
Valoración:
Seis sobre diez.
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