Ante
todo, si hay que reconocerle algo a esta película es su sinceridad: el primer
poster era espantoso, el tráiler era horrible, así que… ¿de verdad se podía
esperar algo bueno de este pastiche?
Monster Trucks nace con el deseo de imitar/homenajear el cine
juvenil de los ochenta, esa época tan añorada y que tan bien sabía reflejar la
serie de Netflix Stranger Things. Un estilo
de cine se puede resumir con la filmografía de aquella época de la Amblin, esa
fábrica de sueños creada por Spielberg y compañía. Monster Trucks parte con todos los tópicos necesarios: chaval
inadaptado y sin demasiados amigos, un pueblo tranquilo, una familia
desestructurada, unos villanos representantes de una gran corporación, una
familia desestructurada, la chica guapa que termina enamorándose del héroe, el
nuevo novio de la madre (que además es el sheriff del pueblo). Todo está ahí. Y
luego, por supuesto, algún bichejo graciosete, ya sea extraterrestre, místico,
fantasmagórico o, como en este caso, de origen prehistórico (o algo así,
tampoco se molestan mucho en explicarlo).
Lo
malo es que Chris Wedge, director centrado hasta ahora en la animación, no sabe
muy bien qué hacer con todos estos elementos y el resultado es una tontería
descomunal, una historia absurda y ridículamente infantil de la que es difícil
salvar nada. Por haber, no hay ni siquiera una mínima presentación del
monstrete de turno con algo de pasión, con alguna gotita de terror (y no estoy
pensando en Poltergreist, ni siquiera
en Gremlins, pero sí da la sensación
de que se pretende crear una sensación similar a la presentación en el garaje
de E.T. sin conseguirlo ni de lejos)
y algo de humor negro. Un poco de gamberrismo, vamos.
Pero
no, todo en la película es un despropósito argumental, empezando por una
concepción de personajes sin pies ni cabeza. Ni el prota (un llorón
insoportable) desprende empatía ni el bichejo (qué horrible diseño) provoca
simpatía. Solo la chica logra tener algo de carisma, aunque no se entiende que
una chica tan mona vaya de nerd colgada estúpidamente del prota y aceptando sin
concesiones todo lo que le ocurre. Y no es que sea culpa de los actores, que
hacen lo que pueden con semejante guion. Pero Lucas Till no tiene aún
suficiente carisma para mantener la película, mientras que Jane Levy está muy
por encima de esta tontería, como demostró en la interesante No respires. Hay por ahí un buen elenco
de secundarios que apenas hacen más que aportar su nombre a los créditos, como
Rob Lowe, Danny Glover, Barry Pepper, Amy Ryan o Holt McCallany.
Puede
que el invento surja como una reinvención de Transformers, amalgamando a estos monstretes con coches, pero ni
siquiera la puesta en escena resulta aceptable, pareciendo incomprensible que
se hayan gastado ciento cincuenta millones de dólares en esto.
Dicho
esto, debo reconocer también que me esperaba un horror tan total, una película
tan despreciable y espantosa, que al menos logró resultar distraída y tiene un
par de diálogos simpáticos. No es, desde luego, consuelo suficiente, pero es lo
único a lo que agarrarse.
Valoración: Cuatro sobre diez.
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