Poco
a poco, con el dichoso retraso al que nos tienen acostumbrados las
distribuidoras españolas, van llegando las películas importantes del 2016, aquellas
con presencia en los Globos de Oro y que suenan de cara a la carrera por los
Oscars, aunque si alguna le va a toser a La la land no será esta precisamente.
Lion
cuenta la historia de Saroo Brierley, un niño de ocho años que se pierde en su
India natal y vaga sin rumbo hasta ser internado y posteriormente adoptado por
una familia acomodada de Australia. Allí, una vez adulto, se obsesiona con su
pasado y se embarca en la búsqueda imposible de su familia biológica.
Dirigida
por el debutante Garth Davis, Lion
está basada en la vida real de Saroo tal y como la recoge en su biografía A long way home. El hecho de que estemos
ante una historia real es lo que marca el devenir de la película, siendo su principal
acicate y lastre a la vez.
Me
explico: hay momentos del film que, de haber partido de una ficción, podrían
resultar poco creíbles, y solo saber que lo ocurrido es (más o menos) fiel a la
realidad es lo que permite identificarse con el protagonista y sufrir por su
angustia ante la pérdida de su identidad y la necesidad de volver a ver a su
madre y poder decirle que sigue vivo. Por otro lado, sin embargo, la historia
me resulta demasiado simple, demasiado lineal como para ser el ejercicio
dramático que pretende. Sí, la historia es dura, pero tampoco tanto. De hecho,
es más terrible la lucha interna del protagonista, el enfrentamiento a sus propios
fantasmas y el sentimiento de culpa (ese remordimiento del superviviente del
que hablaba al comentar la película Los del túnel) por haber llevado una buena vida mientras su madre había quedado
condenada al sufrimiento de no saber qué había sido de su hijo, que lo que le
sucede al niño en una India inhóspita y atroz pero no tan sórdida como cabría
esperar.
Así,
Davis apuesta más por hacer hincapié en esa búsqueda (física y existencial) del
Saroo adulto que del drama del niño, lo cual se contradice con el tiempo de
metraje que se le dedica, casi media película de lo que argumentalmente termina
siendo más un prólogo que otra cosa.
Es
de agradecer la presencia de grandes intérpretes que den un poco de alma al
film, desde el Dev Patel protagonista hasta los secundarios Nicole Kidman
(nominada al Globo de Oro por este papel), David Wenham o Rooney Mara, dando
lustro a un casting predominantemente indio (y poco conocido para los
espectadores occidentales).
Algo
falla, sin embargo, a la hora de transmitir esas emociones, ese dolor de Saroo
que dificultan su empatía con el espectador. Lo mencionaba cuando hice el
comentario sobre Figuras ocultas: en
aquella, sin apenas saber más que unas pinceladas sobre sus protagonistas,
éramos capaces de identificarnos con ellas y emocionarnos con sus logros. Aquí,
aun habiendo vivido las andanzas de niño perdido y conociendo a su madre y
hermanos, el momento del desenlace no resulta tan emotivo y lacrimógeno como se
le supone, puede que porque al final toda la historia es demasiado previsible o
por la dificultad que pueda tener una persona educada por sus padres biológicos
para entender el dolor y el drama del adoptado.
Quizá,
si en lugar de insistir tanto en el concepto de la búsqueda en sí o dedicar
tanto tiempo a la infancia de Saroo, Davis se hubiese centrado más en las
relaciones paternofiliares la cosa habría resultado más interesante. Esta todo
demasiado centrado en la figura del personaje de Patel, un personaje que sin un
análisis exhaustivo alguien podría confundir (como él mismo se define en algún
momento) como ingrato hacia su familia adoptiva. Y quizá en esa relación, en
los sentimientos de sus padres adoptivos, en los conflictos del segundo hijo
adoptado, es donde se encontraba el verdadero interés de un film que tiene lo
justo como para no convertirse en un telefilm de sobremesa pero que no alcanza
las virtudes que se le suponían de antemano.
Eso
sí, Davis, cuyo mínimo currículo es televisivo, consigue un cierto lucimiento
en algunos planos aéreos ciertamente hermosos, pero su pulso narrativo no es
suficientemente firme como para que el drama demasiado edulcorado de Saroo nos
apasione lo suficiente.
Valoración:
Seis sobre diez.
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