Con
Julieta y Elle (por nombrar dos ejemplos de películas con directores de
prestigio) fuera de la carrera antes de tiempo, la alemana Toni Erdmann se postula como la gran favorita al Oscar a la mejor
película de habla no inglesa. Esta sencilla historia sobre la relación entre un
padre solitario y bromista y su exitosa hija parece haber calado en los
corazones de los académicos y de, visto lo visto, media Europa, que la
califican como una de las mejores películas del año producida en el viejo continente.
No
voy a negar que Toni Erdmann tiene
algún que otro acierto, incluso momentos de absurda brillantez, pero estos son
los menos y encima están mal aprovechados (sirva como ejemplo la fiesta nudista
que la joven organiza en su casa para formar equipo entre los miembros de su
empresa), y el resto es una larga sucesión de escenas mal hilvanadas que se
apelotonan a lo largo de unos interminables 162 minutos sin que en ningún
omento parezca justificado el desproporcionado metraje.
Entiendo
el propósito de la directora y guionista Maren Ade, que pretende trivializar el
estrés de los altos cargos ejecutivos, recordando que la familia debería
priorizar siempre, y buscando la creación de una figura paterna que por más que
pueda parecer irresponsable y superficial es el verdadero apoyo cuando es
necesario. Lo entiendo, de veras. Otra cosa es que ese mensaje me halla calado
como debería.
Hay
películas en las que, por bien o mal contada que esté su historia, requieren de
un esfuerzo por parte del espectador, que necesitan que este entre en ella y se
sienta partícipe de la misma. Y lo cierto es que yo en ningún momento entre en Toni Erdmann. Quizá porque el ritmo se
me antojó anodino, quizá porque el personaje del padre me parece el de un
imbécil redomado y quizá porque ni siquiera logré empatizar con la joven, por
más que terminara resultando ser el personaje más frágil de la película. Algo parecido me pasó, ya que hablamos de cine europeo, con la también insulsa El abuelo que saltó por la ventana y se largó, con la que podría compartir algún rasgo de personalidad.
No
encontré la gracia a los momentos cómicos del film ni me emocioné con los
sentimentales, bostecé más veces de las convenientes (y puedo asegurar que lo
mismo pasaba a mi alrededor) y desesperé con el final abrupto después de dos
horas y media de tostón.
Puede
que Ade peque de petulante y pretenda ser demasiado trascendental en su mensaje
paterno filial, que se equivoque en sus elecciones o, simplemente, que su
película no vaya dirigida a alguien como yo. Sea como sea, me veo incapacitado
para conceder un simple aprobado a su propuesta y, aún sin haber visto el resto
de nominadas, espero de corazón que no sea finalmente la ganadora del Oscar.
Lo
consideraría un insulto hacia Almodóvar o Verhoeven.
Valoración: Cuatro sobre diez.
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