martes, 10 de enero de 2017

SILENCIO, tan genial como excesiva.

Aunque estemos acostumbrados a relacionar a Martin Scorsese en películas de gansters o derivados, la religión siempre ha estado presente en su filmografía, siendo esta el motor principal de dos de ellas, La última tentación de Cristo y Kundun. Ahora, en su última película, se entrega de lleno en la Fe del cristianismo para explicar la historia de los misioneros jesuitas que fueron a evangelizar a Japón y las duras persecuciones a las que fueron sometidos.
Con un guion escrito por él mismo y Jay Cocks a partir de una novela del japonés católico Shüsaku Endö, Silencio narra cómo dos jóvenes jesuitas solicitan voluntariamente viajar al país oriental en una época en la que la Iglesia estaba a punto de abandonar sus misiones allí en busca de su mentor, un padre que les inspiró y aleccionó en el pasado y de quien se dice que para salvar su vida había apostatado y renunciado a su religión. Ayudados por japoneses conversos, los dos jóvenes no solo se adentrarán en Japón para averiguar la verdad, sino que tendrán la ocasión de reforzar la Fe de esos católicos obligados a ocultarse de su propio gobierno y reforzar los valores de la iglesia.
Acostumbrados a ver a los japoneses como una cultura donde prevalece el honor y el respeto y a que el concepto de la guerra santa se asocie siempre a las barbaridades perpetradas por la Inquisición española, Silencio nos descubre otra terrible realidad conde la fuerza del espíritu es lo único que puede mantener con vida a los protagonistas. Así, Andrew Garfield en el papel del padre Rodrigues es quien personifica ese viaje físico y espiritual por una tierra inhóspita y cruel en un personaje que, pese a las similitudes místicas previas, resulta diametralmente opuesto al de Hasta el último hombre.
Garfield es quien peor lo pasa en una película donde también aparecen Adam Driver y Liam Neeson y a la que Scorsese impone una fuerza visual brutal, un espectáculo que parece mentira que tenga un presupuesto tan reducido (apenas cincuenta millones) y donde el buen hacer de Rodrigo Prieto la convierten en todo un espectáculo sensorial.
Sin embargo, algo falla en este alegato no ya a la propia Fe cristiana, sino a la libertad de pensamiento y de espíritu en general, que impiden que Silencio sea una obra maestra completa. Quizá es que Scorsese no termina de dar la tecla a la hora de dirigir a sus protagonistas, más centrado en crear una atmósfera que unos personajes, o puede que sea culpa de la excesiva duración de la propia película. Visualmente, Silencio es impecable y desgarradora, pero argumentalmente se me antoja demasiado dura de digerir debido a un exceso de lentitud que si bien es claramente intencionada termina haciendo de lastre y condena el resultado final.
Silencio es una película que emociona e indigna a partes iguales, pero cuyo desarrollo no es apto para todos los públicos y pueda llegar a ser acusada de aburrida por alguno. No tiene para nada el ritmo endiablado de El lobo de Wall Street, por compararla con el último trabajo de su director, pero sigue siendo una película imprescindible, como todo lo que firma Scorsese.

Valoración: Siete sobre diez.

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