Aunque
estemos acostumbrados a relacionar a Martin Scorsese en películas de gansters o
derivados, la religión siempre ha estado presente en su filmografía, siendo
esta el motor principal de dos de ellas, La
última tentación de Cristo y Kundun.
Ahora, en su última película, se entrega de lleno en la Fe del cristianismo
para explicar la historia de los misioneros jesuitas que fueron a evangelizar a
Japón y las duras persecuciones a las que fueron sometidos.
Con
un guion escrito por él mismo y Jay Cocks a partir de una novela del japonés
católico Shüsaku Endö, Silencio narra
cómo dos jóvenes jesuitas solicitan voluntariamente viajar al país oriental en
una época en la que la Iglesia estaba a punto de abandonar sus misiones allí en
busca de su mentor, un padre que les inspiró y aleccionó en el pasado y de
quien se dice que para salvar su vida había apostatado y renunciado a su
religión. Ayudados por japoneses conversos, los dos jóvenes no solo se
adentrarán en Japón para averiguar la verdad, sino que tendrán la ocasión de
reforzar la Fe de esos católicos obligados a ocultarse de su propio gobierno y
reforzar los valores de la iglesia.
Acostumbrados
a ver a los japoneses como una cultura donde prevalece el honor y el respeto y
a que el concepto de la guerra santa se asocie siempre a las barbaridades
perpetradas por la Inquisición española, Silencio
nos descubre otra terrible realidad conde la fuerza del espíritu es lo único
que puede mantener con vida a los protagonistas. Así, Andrew Garfield en el
papel del padre Rodrigues es quien personifica ese viaje físico y espiritual
por una tierra inhóspita y cruel en un personaje que, pese a las similitudes
místicas previas, resulta diametralmente opuesto al de Hasta el último hombre.
Garfield
es quien peor lo pasa en una película donde también aparecen Adam Driver y Liam
Neeson y a la que Scorsese impone una fuerza visual brutal, un espectáculo que
parece mentira que tenga un presupuesto tan reducido (apenas cincuenta
millones) y donde el buen hacer de Rodrigo Prieto la convierten en todo un
espectáculo sensorial.
Sin
embargo, algo falla en este alegato no ya a la propia Fe cristiana, sino a la
libertad de pensamiento y de espíritu en general, que impiden que Silencio sea una obra maestra completa.
Quizá es que Scorsese no termina de dar la tecla a la hora de dirigir a sus
protagonistas, más centrado en crear una atmósfera que unos personajes, o puede
que sea culpa de la excesiva duración de la propia película. Visualmente, Silencio es impecable y desgarradora, pero
argumentalmente se me antoja demasiado dura de digerir debido a un exceso de
lentitud que si bien es claramente intencionada termina haciendo de lastre y
condena el resultado final.
Silencio es una película que emociona e indigna a partes
iguales, pero cuyo desarrollo no es apto para todos los públicos y pueda llegar
a ser acusada de aburrida por alguno. No tiene para nada el ritmo endiablado de
El lobo de Wall Street, por
compararla con el último trabajo de su director, pero sigue siendo una película
imprescindible, como todo lo que firma Scorsese.
Valoración:
Siete sobre diez.
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