Debo
haceros una confesión: me gustan los zombies. Y ahora debo haceros otra: no sé por
qué.
Hay
miles de películas de zombies y la mayoría de ellas no valen un pimiento. Los
zombies son ideales para producciones de vergüenza ajena para los que la Serie
B les queda grande y tras esa incomprensible moda de hace unos años se han
atrevido a ser también protagonistas de libros, videojuegos e incluso comics.
¿Qué
es lo que ocurre? Pues simplemente que los zombies molan. Son lentos y torpes,
de acuerdo. Y fáciles de matar. Pero abruman en número y la facilidad de ser
contagiado y pasarte al otro lado es tan grande que eso los hace imparables. Y
esto hace que den un juego enorme, tanto para el terror como para la comedia.
Los
zombies han invadido todas las plataformas culturales posibles y, como no podía
ser menos, han llegado también a la televisión.
No
obstante, en la pequeña pantalla tienen un problema. Y es que el éxito de una
serie como The Walking Dead ha sido
tan abrumador que parece que no haya más muertos vivientes fuera de esa
franquicia. O que sean una mera copia, al menos. Y eso, aparte de ser falso, me
supone un problema: y es que cada día soporto menos The Walking Dead.
Creada
con brillantez por Frank Darabont a partir de los comics de Robert Kirkman, la
primera temporada de la serie fue sensacional y tuvo un éxito espectacular,
pero tras la finalización de la misma y la patada (nunca del todo aclarada) a Darabont
como showrunner (favor que te hicieron, amigo), la cosa fue en claro declive,
por más que a la audiencia le haya costado darse cuenta.
En
la segunda temporada el bajón de calidad fue tan brutal (recortes en el
presupuesto, adujeron) que muchos se bajaron del carro, pero en la tercera se
vendió la moto de que las aguas habían vuelto a su cauce y muchos se lo
creyeron. Y las audiencias siguen siendo de record. Aunque, por suerte para los
espectadores con un poco de sentido común, en esta última temporada la cosa ha
vuelto a flojear y ya le empiezan a ver las orejas al lobo.
Y
es que yo puedo entender que me vendan que The
Walking Dead es una serie de personajes (¿no es eso lo que decían de Lost y la gente se la cargó por su
final?) y que va más de la crueldad del hombre que de los zombies. Vale, lo
compro. El problema radica en cuanto esos personajes no evolucionan, están mal
construidos o son, simplemente, anodinos. Por no hablar de la mediocridad
interpretativa, sobretodo en las más recientes adquisiciones. No sé cuántas
temporadas llevamos ya viendo el viaje interior de Rick en una dirección y
otra, cambiando de parecer aleatoriamente y pasando de ser un santurrón
victimista a un tío chungo que no duda en cargarse a quien se le ponga por
delante para defender a sus amigos. Y de ahí, otra vez a ser un llorica
mojigato.
Y para su último cambio le han puesto por delante a uno de los
villanos de opereta más patosos que he visto nunca, ese Negan que da más risa
que las pretensiones de ser actor del tal Jeffrey Dean Morgan (en Watchmen se encuentra su mejor trabajo
hasta la fecha), que se presenta en el primer capítulo de esta séptima
temporada como “el puto amo” cargándose a dos de los protagonistas (que para lo
que importan: uno era insoportable y al otro ya lo habíamos visto morir y
resucitar en el tramo final de la temporada anterior, con lo que no tiene mucho
sentido volver a soltar ni una lagrimita por él) y desde entonces se dedica a
poner pose de malote y perdonar la vida a todo el mundo. De opereta, ya digo.
Y
mientras, ninguneando a algunos personajes de esos que antes molaban, como Daryl;
presentando cosas aparentemente molonas, como el tipo que se cree un rey
acompañado de un tigre, para pasarse un porrón de capítulos sin volverlo a ver;
o colándote episodios enteros con secundarios de medio pelo insulsos y
superfluos. Todos errores que cualquiera que haya hecho un curso de guionista
por correspondencia habría sabido evitar. Y al final, en un mundo donde los
zombies han aniquilado al noventa por ciento de la población, nadie es capaz de
recordar la última vez que fueron causantes de la muerte de algún personaje.
Vale que la serie no pretenda ir sobre ellos, pero si están ahí que hagan algo
de vez en cuando, ¿no? O a lo mejor resulta que lo de llamarse The
Walking Dead (los muertos que caminan) era un chiste.
Por
si no hubiera suficiente, en la ABC encima nos han colado un spin off
volviéndonos a contar lo mismo pero con otros tipos menos interesantes aún. Por
lo visto, esta Fear the Walking Dead no
interesa demasiado, pero ya hay segunda temporada. ¿Apostamos algo a que cuando
las audiencias sean suficientemente bajas entremezclarán a los personajes de
ambas series y así obligará a los fans de una a ver la otra?
En
fin, que como ya he dicho, los zombies molan, por más que en The Walking Dead prefieran hacer una
serie de tipos estúpidos haciendo cosas estúpidas y peleándose por estupideces,
así que he decidido iniciar esta nueva sección dedicada a la televisión hablándoos
de los zombies que han pasado por la pequeña pantalla.
Por
mucho que alguien pueda pensar, The
Walking Dead no ha inventado nada, y ya se habían visto muertos vivientes catódicos
con anterioridad. El ejemplo más ilustrativo es la miniserie británica Dead Set (muerte en directo), que
planteaba de forma genial un apocalipsis zombie durante la emisión de Gran
Hermano. Es cierto que a medida que avanzaba la trama se iba volviendo
demasiado convencional, pero aun así merece la pena echarle un vistazo a sus cinco
episodios de una temporada única con final cerrado.
No
estuvo para nada cerrada Death Valley,
una marcianada de la MTV que con el formato del falso documental mezclaba
zombies, vampiros y hombres lobo en una misma localidad. Era desenfadada y
divertida, pero se canceló tras la primera temporada dejando demasiados
interrogantes.
Como
ya se sabe, a los franceses les gustan las mismas cosas que al resto del mundo,
pero ellos lo hacen todo más sobrio. En la tele se inventaron The Revenants, que aunque no fuesen
zombies en el sentido más convencional de la palabra, planteaba la hipótesis de
que los muertos volviesen a la vida y se presentasen en sus casas como si nada
hubiese sucedido.
Los
americanos, como suele suceder, copiaron el concepto en Resurrection, aunque le dieron una vuelta de tuerca para parecer
más de ciencia ficción y evitar las comparaciones odiosas. Y si hablamos de
volver a la vida en la británica In the
flesh son zombies “curados” los que sufren la desconfianza de la sociedad,
que los repudian como si de enfermos contagiosos se tratasen (sí, es una
metáfora sobre el SIDA nada sutil).
Volviendo
a los zombies más peligrosos (aunque estos tampoco son muy convencionales), en
la serie Helix teníamos a unos
cuantos encerrados en una laboratorio en pleno ártico, algo así como en La Cosa de John Carpenter pero con
intrigas empresariales de por medio. La primera temporada estaba francamente
bien, pero yo mismo la abandoné tras saber que la habían cancelado tras una
segunda temporada sin un final cerrado.
Pero
he dicho que los zombies molan, así que vamos a centrarnos en dos series donde
ocurre precisamente eso, que los zombies molan mucho.
Por
un lado tenemos Izombie, otra
adaptación de un comic en el que la epidemia zombie es, afortunadamente, algo
local. El tema es que mientras los zombies coman cerebros humanos pueden
mantener el control de sus actos. Por eso, la protagonista, una brillante
médico, solicita el traslado como forense a la morgue después de ser mordida e
infectada. Además, con cada cerebro ingerido adquiere conocimientos en forma de
visiones del difunto, lo que le va genial para formar equipo con un agente de
policía y resolver casos de homicidio. Naturalmente, estamos ante una serie con
tono desenfadado y ligero, con sus tramas románticas y un cierto aroma al Buffy de Joss Whedon, pero que tras
arrancar casi como un simple procedimental va cogiendo velocidad y complicando
las cosas hasta que el final de su segunda temporada ha sido realmente genial.
Ya aviso que pese a sus bajas pretensiones, los tres últimos episodios de esta
temporada valen más que casi todo The
Walking Dead.
La
otra serie molona es el reverso tenebroso y macarra de la adaptación de Kirkman.
Z-Nation explica más o menos lo mismo
que TWD pero con el detalle de que
hay un tipo mordido por los zombies que ha sobrevivido sin transformarse y hay
que llevarlo a Washington para tratar de hacer una cura con él (sí, yo también
he jugado al Last of Us). El caso es
que la serie sigue sin complejos los pasos de TWD pero a lo burro, y mientras en aquella se tiraban media
temporada para llegar a un refugio donde los supervivientes eras caníbales aquí
eso se lo ventilan en un solo episodio. ¿He comentado ya que es una serie
original del canal Syfy? Imaginad lo que eso significa: tornados que hacen
volar a los zombies, zombies radioactivos, un frankizombie… Una locura absoluta
con unos maquillajes del tres al cuarto pero que gracias a ser autoconsciente
de lo que es consigue ser un buen divertimento. Eso sí, dirigida a frikis que
saben lo que les espera. Un dato: en la segunda temporada aparece el propio
George R. Martin.
Quizá
no sean zombies propiamente dicho, pero ya que estamos con productos
intencionadamente casposos valer la pena mencionar a Ash vs Evil Dead, la serie que continua la saga de Sam Raimi,
respetando el aroma ochentero y cutre de las películas. Aquí también hay muertos
que vuelven a la vida, pero se trata más bien de posesiones demoníacas que de
las criaturas redefinidas por Romero.
Cierro
este repaso tan putrefacto mirando al futuro. Este mismo viernes llegará a
Netflix Santa Clarita Diet, otra
historia de zombies en clave de comedia familiar que cuenta con Drew Barrimore
como estrella principal a la que seguro que, por lo menos, daré una
oportunidad.
Y
aunque no sea una serie propiamente dicha, vale la pena recordar el ya clásico
capítulo de Masters of Horror que
dirigió Joe Dante: Hommecoming. En
él, un presidente republicano (¿alguien ha dicho Bush?) se presenta a la
reelección sin preocuparle los muchos soldados americanos fallecidos a los que
él mismo envió a Irán. Lo que no se esperaba es que los soldados salgan de sus
tumbas y regresen a casa para vengarse de él, pero no devorándolo, como cabría
esperar, sino ejerciendo su derecho al voto. Alucinante…
Me
dejo en el tintero la “Otra” gran serie de esta generación, Juego de Tronos, de la que seguro
hablaré en meses posteriores. El caso es que cuando empecé a verla no llegué a
engancharme de inmediato, y lo que más me movía a verla, por más que mis amigos
me dijeran que en el fondo era una serie de intrigas políticas, era la
esperanza de que al final todo se resumiera en zombies luchando contra
dragones. Ahora, a un suspiro de llegar al final de la serie, todo va
encaminado en esa dirección. Así que, tras ver el episodio ocho de la quinta
temporada, ¿podemos colar a Juego de
Tronos también como una serie de zombies?
Bueno,
como veréis, incluso en la pantalla pequeña, donde generalmente hay menos
dinero y más recortes a la hora de decidir lo que se puede mostrar, los zombies
también molan. Pese a que los de The
Walking Dead no lo hagan.
¡Ah,
no! Se me olvidaba. Es que The Walking
Dead no es una serie de zombies. O eso dicen ellos…
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