sábado, 28 de septiembre de 2019

AD ASTRA

Después de que falta de presupuesto y, sobre todo, la falta de aparentes beneficios, provocara que el hombre dejara de mirar hacia las estrellas, parece que en los últimos años la carrera espacial se ha vuelto a reavivar. Y como el cine no deja de ser un reflejo de la realidad, algo similar ocurre en las pantallas, que después de que, salvo honrosas excepciones casi independientes, el género galáctico se relacionara solo con las Space Operas y similares, Gravity volvió a dignificar el género, provocando que prácticamente cada año desde entonces hayamos tenido una aproximación más o menos seria al tema, ya sea con InterstellarMarte o la Ad Astra que nos ocupa ahora (dejo fuera de esta lista fantasías más livianas como Life Passengers).
De hecho, casi se podría decir que Ad Astra es una extraña mezcla de esas tres películas con toques inevitables de 2001: Odisea en el espacio, la gran precursora de la Ciencia Ficción más sesuda y reflexiva. Y es quizá en su ambición de tocar tantos palos en lo que la película falla, siendo una pieza sublime en algunos momentos, pero irritantemente tediosa en otros.
Dirigida por James Gray, la trama tiene muchos paralelismos con la de su anterior película, Z, la ciudad perdida, siendo el personaje de Brad Pitt (que estuvo a punto de quedarse con el papel que luego interpretaría Charlie Hunnam) una versión del propio explorador del Amazonas, pero en un hábitat diferente. Es, por lo tanto, una película intimista, de introspección interior, tal y como aspiraba a ser Interstellar, ya que narra la historia de un astronauta que viaja a lo más recóndito del espacio en busca de un científico desaparecido hace veinte años y al que daban por muerto, pero es, a la vez, un viaje interior en busca de un padre al que nunca llegó a conocer de verdad y cuyas heridas por su abandono continúan abiertas. 
Al final, sin embargo, las asociaciones con el clásico de Kubrick son más de ambientación que de profundidad, ya que Gray apenas araña la superficie de ese viaje interior, con un abuso de la voz en off, por cierto, renunciando a hacer realmente una fábula pseudo filosófica o excesivamente trascendental. Por ello, acompañando a la narrativa del viaje, el guion se compone de varios elementos del cine de aventuras puro y duro (de ahí mi semejanza con el film de Ridley Scott con un punto de partida tan apocalíptico que incluso podría llegar a recordar al Armagedón de Michael Bay. En la película hay persecuciones, tiroteos y múltiples escenas de acción, pero hay una obsesión por no salirse de un realismo tan puro (y ahí justifico haberla comparado a Gravity) que se pierde gran parte de la espectacularidad de esas acciones. No se puede tener todo en esta vida, y Gray así lo ha aceptado.
No obstante, la factura técnica del film es impecable, y James Gray hace una labor soberbia, consiguiendo que el espacio luzca espectacular y consiguiendo embriagarnos con el deseo de alcanzar límites desconocidos por el hombre, mientras que el reparto raya a excelente nivel, desde un omnipresente Brad Pitt totalmente entregado a la causa hasta unos secundarios de lujo como Tommy Lee Jones, Donald Sutherland (dos que ya eran viejos astronautas en Space Cowboys, de Clint Eastwood) o Ruth Negga (lo de la supuesta recuperación en una gran producción de Liv Tyler debe ser un chiste) a los que solo se les puede reprochar su escaso metraje en pantalla. Es el propio argumento el gran lastre, con una parte de acción que funciona bastante bien (se echa en falta algo más de fantasía visual, que para eso esto es cine) pero cuya carga emocional termina por desinflarse por agotamiento, siendo la supuesta importancia de la relación paternofilial lo más flojo de la propuesta.

Valoración: Siete sobre diez.

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