Para
mí Ridley Scott es uno de los más grandes directores que existen.
Y aunque
cuando se hable de él siempre se recuerdan sus orígenes con Alien, el octavo pasajero y Blade Runner no hay ninguna razón para
desmerecer títulos como Black Rain, Therlma & Louise, Gladiator, Hannibal o (y yo la defenderé siempre a muerte) Prometheus. Sí es cierto que El Consejero fue para mí tan arriesgada
como fallida y que Exodus: Dioses y reyes
demuestra en su conjunto la precipitación con la que le obligaron a terminar la
obra (por recordar sus dos últimos estrenos), pero quien quería dar por muerto
y enterrado a este magnífico realizador va a tener que darse con un canto en
los dientes después del estreno de Marte.
Y
es que la película basada con bastante fidelidad en la novela de Andy Weir es
simplemente abrumadora. Con un guion sencillo pero mejor trabajado que en su
último título, Scott se deleita (y nos deleita a nosotros) con sus
excepcionales panorámicas por el planeta rojo mientras nos cuenta la epopeya de
un astronauta que debe sobrevivir una eternidad en completa soledad hasta que
la NASA encuentre la forma de ir en su rescate.
Aunque
el chiste fácil (a fin de cuentas de que el protagonista es Matt Damon) sea
compararla con Salvar al Soldado Ryan
(que manía tiene este chico de perderse y hacer que todos se vuelvan locos para
ir en su búsqueda), la película con la que más se la ha comparado es con Náufrago, de Robert Zemeckis. Pero
mientras la versión apócrifa de Robinson Crusoe que interpretó Tom Hanks se me
antojó insufriblemente aburrida, Marte
tiene el enorme mérito de transcurrir en un suspiro, pese a sus 144 minutos de
duración. Resulta sorprendente que una cinta que, pese a tener secuencias
emocionantes, no sea de acción sobrepase las dos horas y aún parezca breve,
mérito que, aun con la buena labor de los intérpretes y el guionista, debe
atribuírsele principalmente al bueno de Scott.
Aunque
la película está plagada de estrellas (Jessica Chastain, que ha hecho doblete
de estrenos en España con La cumbre escarlata, Jeff Daniels, Michael Peña, Sean
Bean, Kate Mara, Sebastian Stan, Chiwetel Ejiofor y Donald Glover, junto a los menos conocidos
Benedict Wrong, Mackenzie Davis, Aksel Hennie o Kristen Wiig), el verdadero
motor de la acción está en Matt Damon, quien por sí solo soporta todo el peso
de la trama principal.
Él y una discotequera banda sonora encabezada por Abba y rematada (inevitablemente) con el I will survive de Gloria Gaymor (¿quién iba a decir que Waterloo iba a casar tan bien con escenas de supervivencia en Marte?)
Él y una discotequera banda sonora encabezada por Abba y rematada (inevitablemente) con el I will survive de Gloria Gaymor (¿quién iba a decir que Waterloo iba a casar tan bien con escenas de supervivencia en Marte?)
Sin querer entrar en la crítica social ni en
un pseudo intelectualismo de baratillo como Interstellar,
donde, por cierto, Damon ya malvivía en soledad en un planeta lejano (no habrá
que soltar de la mano a este muchacho) ni en reflexiones espirituales más o
menos simuladas con Gravity, Scott se
limita en Marte a plantear una historia que termina agotando, que emociona en
varios momentos cruciales y que invita al aplauso en otros. No consigue que el
espectador se quede sin aire bajo la claustrofobia de la escafandra como hacía
Cuarón en su film, pero casi.
Marte
es un planeta tan enorme como solitario, y todo en la película resuma grandeza.
En ocasiones, no vale la pena extenderse en un comentario porque las palabras
no podrían alcanzar nunca las imágenes, así que es mejor resumirlo todo
diciendo: Id a verla. Si se habían puesto de moda las películas sobre la
exploración espacial, Marte es la
candidata perfecta para decir la última palabra y compone (con permiso de Atrapa la bandera) un colofón de oro a
esa especie de trilogía que podríamos componer de la ciencia ficción contemporánea
que completan los filmes de Cuaron y Nolan.
Magistral.
Y punto.
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