Mientras
en este maravilloso país la mitad de la población se dedica a desfilar ondeando
una bandera y la otra mitad se dedica a quemarla o repudiarla yo me dejo
seducir por los ¿encantos? de la América profunda, una América, además,
tratando de recuperarse de una epidemia zombie que no ha llegado a niveles apocalípticos
pero casi.
Tocaba
jornada tranquila, con una sola película en mi agenda pero sin obviar el
obligado paso por los puestos ambulantes que, como novedad de este año, acompañan
las interminables colas para entrar en el Auditori (¡qué gran descubrimiento los
Martini Tonic!). Y la elegida era una de las que esperaba con más ilusión: Maggie,
esa extraña propuesta basada en (según una lista de esas que hacen los
americanos) uno de los mejores guiones del año pasado en la que la temática
zombie era tratada desde un punto de vista dramático e intimista.
Ninguno
de los responsables del film (ni director ni, por descontado, actores) hicieron
acto de presencia en Sitges, pero sí estuvo en cambio el gran Rick Baker, mago
del maquillaje y los efectos especiales, que recibió una merecida Màquina del
Temps.
Y
entramos ya en la película en cuestión. Puede que el nombre de Arnold
Schwarzenegger pueda parecer un gran reclamo, pero pese a su presencia como
protagonista y productor y sus loables intenciones por mostrar un registro
cargado de contención poco habitual en él lo que realmente define a Maggie es su ritmo lento, su fotografía
y su casi omnipresente banda sonora. Es casi como si fuese una película de Terrence
Malikc .
Con
Abigail Breslin interpretando a una joven infectada por un zombie, la película
describe el proceso de transformación, centrando el foco sin embargo en el
dolor y sufrimiento de los personajes (el padre que se niega a aceptar su
inevitable muerte, la madrasta incapaz de soportar su amenazante presencia, los
amigos de los que deberá despedirse) que no en la propia descomposición tanto
física como personal de la muchacha.
En
resumen, intensa y emotiva, excesivamente bucólica en algunos pasajes, con más
sufrimiento y dolor que sangre y violencia. Una película recomendable siempre
que no se esté esperando ver simplemente a Arnie matando zombies. No va de eso,
esta vez no.
Y
tras Maggie, regreso por unos días a
la cruda realidad del trabajo cotidiano hasta el próximo fin de semana, donde
entre el sábado y el domingo intentaré deleitarme con los posos de un festival
que ya estará agonizando.
Como
decía el Schwarzenegger de los viejos tiempos (y que en Maggie le dicen a él): “Volveré”.
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