Permítanme
que les describa el arranque de Hitman:
Agente 47: un tipo duro, de rostro pétreo y parco en palabras, persigue a
una muchacha con la aparente intención de asesinarla sin que ella sepa porqué.
De repente, un desconocido aparece de la nada para salvarla in extremis y le
dice que debe confiar en él si quiere
sobrevivir (por lo visto el tipo quiere asesinarla por algo relacionado con su
padre) y se produce una intensa persecución que termina con la pareja detenidos
en una embajada y el asesino imparable entrando en ella en su búsqueda. Cambien
la palabra padre por la palabra hijo y la embajada por una comisaría y se
encontrarán con un calco casi textual del primer Terminator, de James Cameron. Luego hay un giro totalmente
previsible que distancia ambas películas (incluso las escenas del asesino
caminando a cámara lenta parecen calcadas), pero ya es tarde para evitar la
sensación de que estamos ante una película que no va a destacar precisamente
por lo elaborado de su guion.
¿Y
qué es, pues, Hitman: Agente 47? Pues
una tontería ligera llena de acción y espectacularidad, con dos tipos duros
dándose de tortas todo el rato, una chica mona que termina yendo al final de
dura también y adrenalíticas peleas y persecuciones. Un simple pasatiempo
veraniego (sí, se ha pasado de fecha, lo sé) para disfrutar con unas palomitas
y olvidar casi al instante.
¿Ofrece
Hitman: Agente 47 lo que promete?
Pues siendo sinceros, sí, lo ofrece. El problema es que es tan poquito lo que
promete que no se si debemos conformarnos con ello.
Y
es que la película es entretenida, desde luego, pero toda la historia, así como
las interpretaciones, son tan, pero tan, justitas que uno no puede evitar
pensar que no se han tomado muy en serio esta segunda versión del popular
videojuego que el desconocido Aleksander Bach ha dirigido a partir de un libreto
escrito por el mismo tipo que ya escribiese el primer (e ignorado) Hitman de 2007.
Hitman: Agente 47 no es una secuela, sino una nueva versión con
ingenuas pretensiones (como demuestra su escena postcréditos) de convertirse en
saga que sin llegar a ser mala está totalmente carente de alma. No es cuestión
de compararla con las grandes películas de agentes secretos que hemos visto
este año (el Agente 47 no llega a la suela de los zapatos ni a Ethan Hunt, ni a
Napoleon Solo ni, mucho menos, a Harry Hart/Galahad, y aún nos queda por
disfrutar del último Bond, apenas en un mes), pero es que no está siquiera a la
altura de las clásicas producciones de consumo rápido del galo Luc Besson, que
es en la liga a la que debería aspirar.
Y
es que el principal problema de Hitman: Agente
47 es el de carecer de un actor con un mínimo de carisma que pueda ayudar a
simpatizar con el personaje. Rupert Friend (insípido ya en su poco exigente
papel en la serie Homeland) no tiene
ni de lejos la presencia de tipos como Jason Statham o Liam Neeson, y eso
limita ya desde el principio el éxito de la función. Además, alguien (no sé si
es culpa del actor, el director o el guionista) parece no entender al personaje
al que definen como un ser incapaz de sentir: ni miedo, ni amor, ni nada,
cuando la expresión del actor en todo momento va en otra dirección. Quizá pueda
servir la peliculilla esta para valorar más a un intérprete mucho más valido de
lo habitualmente reconocido como es Schwarzenegger que en sus respectivos Terminator daba toda una lección de lo
que es expresar sentimientos sin perder la exigida imperturbabilidad.
Pues
eso, peliculita de tiros y peleas imposibles para pasar el rato sin tirar
cohetes. O quizá es que, simplemente, los cohetes tengan la mecha mojada. Quien
sabe…
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