Recomendada
por mi querida amiga Cris, esta Pantaleón
y las Visitadoras de Francisco J. Lombardi es la segunda vez en la que se
adapta el célebre relato de Mario Vargas Llosa (la primera fue en 1975,
veinticinco años antes, y con José Sacristán en el papel de Pantaleón).
Partiendo
de la base de la dificultad que tiene siempre adaptar en pantalla grande una
obra literaria (y más si hablamos de un país de escasa tradición
cinematográfica), Lombardi sale airoso en su interpretación de la irónica
versión de una historia que, según el propio Vargas Llosa, está inspirado en un
hecho real: ante el alud de violaciones a mujeres de que se estaba acusando a
los soldados del ejército peruano destinados a los lugares más recónditos del
Amazonas, la comandancia decide confiar a su capitán más condecorado, recto y
decente, Pantaleón Pantoja, para que organice de forma anónima un servicio de
visitadoras (no se dejen engañar por el bonito nombre, son putas de toda la
vida) para que satisfagan las necesidades de la tropa y así terminar con el
problema.
No
se trata de una comedia declarada, pero la magnífica interpretación de Salvador
del Solar en el papel protagonista representando de forma impecable la perfección
y la dedicación obsesiva a su misión no deja de provocar al menos una sonrisa
constante, viendo como temas tan mundanos (y en manos de otro director incluso
sucios) relacionados con el sexo se convierten aquí en una simple sucesión de
cómputos y esquemas, unas sencillas fórmulas matemáticas llegando al ridículo
con algunos excesos (el reparto de material pornográfico a los soldados
mientras esperan turno para acelerar los tiempos, por ejemplo). Todo esto, junto a la reacción indignada de
los mandos más inmediatos (para nada de acuerdo con las órdenes recibidas desde
Lima), la postura de la iglesia, las envidias de los aldeanos no militares que
exigen para sí el mismo trato por parte de las Visitadoras y la amenaza de un
estrafalario locutor de radio que amenaza con descubrir el pastel, conforman un
cuadro sarcástico que refleja una sociedad hipócrita y poco tolerante donde,
como en las más comerciales producciones hollywoodienses, las prostitutas
terminan siendo las únicas honestas, conformando una familiaridad y camaradería
entre ellas que las convierte en las verdaderas víctimas de la historia.
Veo
en el relato una declaración antimilitarista que provocó la ira de muchos
militares peruanos (de hecho la primera versión de la película fue prohibida en
el país) en la figura de Pantaleón, un hombre tan entregado a su país y tan
condenado por su código de honor y su amor al ejército que cuando el exceso de
celo hacia su trabajo le provoca una implicación excesiva (y aquí hay que entender
la presencia de Angie Cepeda, que quizá no sea una gran actriz pero es capaz de
transmitir una sensualidad que hace comprensible la pérdida de control de
Pantaleón) esta amenaza con arruinar toda su vida.
Con
un metraje extenso pero que no llega a cansar en ningún momento, la película
está obligada a derivar en algún momento hacia el drama para redondear la
parábola que demostrará lo ridículos que son casi todos los personajes (solo se
salvan, insisto, las “chicas alegres”, siento la madame del grupo –intensa
Pilar Bardem- una auténtica figura maternal para ellas) terminan resultando,
unos por excesivos, otros por cobardes y otros por corruptos.
Sin
rehuir de los toques de sensualidad que requiere la historia, Pantaleón y las visitadoras es una magnífica
película que describe a la perfección un episodio oculto de la historia militar
en un recóndito rincón del Amazonas peruano. Inteligente y con buenos diálogos
(El Sinchi, el locutor, es tan tronchante como odioso), la adaptación es
bastante fiel al original, estando en la interpretación de Del solar la clave
para que todo funcione, para que todo, por loco que parezca, resulte creíble.
Interesante
descubrimiento y gran recomendación, debo reconocerlo.
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