Decir
que en los últimos años (o quizá incluso en lo que llevamos de siglo) en cine
de Woody Allen ya no es lo que era no es revelar nada nuevo. Lejos queda la
fuerza y el poderío del autor de Annie
Hall, Manhattan o Hannah y sus hermanas, agotados quizá
por el simple desgaste de un autor a punto de cumplir los ochenta años y con el
exigente ritmo de trabajo de estrenar con impecable puntualidad una película
por año.
Es
por ello que debemos olvidarnos ya de aquellos primeros tiempos de gloria y
dejar de lado las comparaciones imposibles para centrarnos en los últimos años
del cineasta en los que ha demostrado una extraña irregularidad, capaz de
títulos brillantes como Midnight in Paris
(2011) o Blue Jasmine (2013) con
otros más decepcionantes como A Roma con
amor (2012) o Magia a la luz de la
luna (2014). ¿Será quizá que el Allen actual destaca especialmente en los
años impares?
Como
para demostrar esta absurda teoría Irrational
man es uno de sus títulos “buenos”, con un guion sencillo pero interesante
y unas excelentes interpretaciones (cosa que no sorprende demasiado teniendo en
cuenta que el reparto está encabezado por el agotador Joaquin Phoenix –no tengo
ningún problema con este actor, pero sí con la mayoría de personajes que suele
interpretar- y la siempre brillante Emma Stone), donde incluso los secundarios
más fugaces están a un gran nivel. Parece ser que, en contra de lo que algunos
opinan, Allen sí es un buen director de actores.
En
esta ocasión, además, sorprende el estilo visual del neoyorquino, muy
aficionado a colocar la cámara en el encuadre más correcto y dejar que sea la
historia quien lleve el tempus de la narración. En Irrational man hay planos ciertamente estimulantes y una sugerente
fotografía, mucho más entregada a los espacios abiertos de lo habitual en él.
Es como si recuperásemos al Allen director además de tener al habitualmente
efectivo Allen guionista).
La
historia parte, como no podía ser de otra manera, de un personaje atormentado,
un inteligente, culto y autodestructivo profesor de literatura que precisamente
por su tono sombrío y fracasado terminará atrayendo a una colega de la
universidad (Parker Posey) y a una alumna. Esta vez, los conflictos mentales
del protagonistas no serán tratados, como era de esperar, por ningún
psicoanalista o similar, sino por un amigo más fiel (a la par que traicionero)
como es el alcohol.
Nada
nuevo bajo el sol: historia simpática (que no cómica) sobre un aparente
triángulo amoroso como pretexto para profundizar en los temas preferidos de
Allen, como el deseo, la inseguridad, el sexo… Sin embargo, un inesperado giro
argumental convierten esta (aparente) tragicomedia romántica en una especie de thriller
donde (pese a recordar por momentos a la magnífica Misterioso asesinato en Manhattan) Allen hace propuestas nuevas,
adentrándose en terrenos más oscuros donde el instinto asesino (disfrazado de
una retorcida justicia divina), la moral y la culpa se interponen en la
historia de nuestros tres infelices protagonistas.
Aun sin ser un cambio drástico en su
filmografía (no me veo yo al Allen actual haciendo ciencia ficción –algo de
ello hubo ya en El dormilón- o
repitiendo en el terreno de los musicales, como Todos dicen I love you), Irrational
man es un paso más (y son ya cuarenta y cinco) en la carrera del artista en
la que, lejos de estancarse (y títulos olvidables como Todo lo demás, Si la cosa
funciona o Conocerás al hombre de tus sueños me hacían temer hace unos años
que ya lo había hecho) es capaz de reinventarse ligeramente y buscar nuevas
propuestas para contar cosas diferentes sin salirse de su universo particular,
aprovechando para homenajear, una vez más, a Dostoyevski, y sin renunciar a su conocida
pasión por el jazz.
Irrational man es, al final, una comedia negra donde destaca un
humor tan inteligente como sutil (no hay chistes evidentes, como en la anterior
Magia a la luz de la luna), cuya
gracia se encuentra más en la conclusión de los acontecimientos que en el
desarrollo de los mismos y que, en realidad, resulta ser una fábula
tremendamente pesimista alrededor de unos personajes a los que no llegas nunca
a amar ni a odiar, sino todo lo contrario.
Me
reconcilio de nuevo (como cada dos años) con Allen, quien ya tiene preparada su
siguiente película (de la que finalmente se ha caído Bruce Willis) y al que
incluso le ha sobrado tiempo para adentrarse en el mundo de la televisión. Este
judío de Brooklyn nacido bajo el nombre de Allan Stewart Konigsberg parece
tener cuerda para rato. Y yo que me alegro…
No hay comentarios:
Publicar un comentario