Después
de que Las Brujas de Zugarramurdi (y
sobretodo La chispa de la vida) no
terminasen de sedudir a público y crítica, quizá debido a lo irregular de su
ritmo y su descompensado final, Alex de la iglesia, de la mano de su fiel
guionista Jorge Guerricaechevarría, ha regresado al terreno que mejor conoce,
la comedia pura y dura, para coescribir y dirigir una absoluta locura, un
desmadre genial donde las sorpresas no dejan de suceder, como en un vodevil demencial,
cargado de gags y con un ritmo frenético.
Tal
y como hiciera su buen amigo Santiago Segura con El Fary en la saga Torrente, De la Iglesia ha querido
rendir pleitesía a Raphael, una de las grandes voces de nuestra música, al que
convierte en la gran estrella en el centro de esta función absurda y
desquiciada que satiriza la grabación de un especial televisivo (tan casposo y ridículo
como los de verdad) para la noche de Fin de Año.
No
pretende ser La Gran Noche una
crítica social ni un alegato contra los tiempos de crisis que no terminamos de
abandonar (ya he empezado diciendo que esto es comedia pura y dura), pero alrededor
de ese gran festival que componen los diversos personajes que pululan por la
gala De la Iglesia se permite crear un envoltorio donde, en pequeñas
pinceladas, se reflejen algunos de los problemas que nos han tocado vivir, como
la corrupción, la inestabilidad laboral o los tratos de favor entre las altas
esferas , pero siempre sin perder el punto de vista de la diversión y el buen
rollo que destila la propuesta.
¿Buen
rollo? Bueno, para el espectador sí, pero lo que es para los personajes… Entre
presentadores que se odian entre sí, trabajadores descontentos, invitadas
extremadamente gafes, groupies manipuladoras y aprovechadas, divos pasados de
rosca y fans obsesivos dispuestos a cometer un asesinato, dentro de la película
hay de todo excepto buen rollo.
Pese
a la tan cacareada presencia protagonista de Raphael, autoparidiándose de
manera genial, la película es en realidad una propuesta coral, donde una decena
de historias se entremezclan entre ellas de manera que resulta imposible no
conectar con al menos un buen puñado de ellas. Cierto es que cuando se pretende
abarcar tanto se corre el peligro de que se profundice en unas más que en otras
y eso no siempre es sinónimo de que la destacada sea la que mejor funciona,
pero pienso que De la Iglesia ha sabido cogerle bien el pulso a su obra,
impidiendo que se le escape de las manos y haciendo que todo encaje con la
exactitud del mecanismo de un reloj. ¿Qué nos gustaría conocer más cosas de
algunas subtramas? Desde luego. Pero para evitarlo necesitaríamos una película de
tres horas. Y no sé si tres horas grabando una gala musical tan casposa como
esta no terminaría resultando tan agotador para el espectador como para los
propios protagonistas.
Lo
que hay que reconocerle al director es que esta vez sí ha sabido cerrar la
historia como corresponde, consiguiendo cuadrar el círculo e impidiendo que se
le vaya de las manos (y mira que habría sido fácil), dando su pequeño final a
todas las historias (algunas mejor que otras, eso sí), y permitiendo que la clausura
caiga en los auténticos protagonistas de la función: Raphael, Blanca Suarez y
Pepón Nieto.
Con
incontables cameos, algunos apenas reconocibles, la película se sustenta en un
interminable y brillante reparto cargado de figuras de la comedia nacional.
Aparte del cacareado Raphael (que interpreta a su propio reverso: una estrella
que se niega a apagarse, tiránica y egomaníaca), el cual sorprende por su vis
cómica y satírica, hay que reconocer el
siempre excelente trabajo de Caros Areces como su manager (o más bien esclavo) además
de hijo adoptivo ruso (!!), la desternillante parodia que del artista latino de
pocas luces compone Mario Casas (un cruce entre Bisbal, Civera y Chayanne) o la
siempre destacable Blanca Suarez. Pero aún hay más. Por aquí se enfrentan en
una implacable guerra de sexos Hugo Silva y Carolina Bang, coquetea con la ambigüedad
sexual Carmen Machi, se burla de la corrupción Santiago Segura… en fin, una
lista interminable en la que no hay papel pequeño que se quede sin su momentito
de gloria. Y luego está la imprescindible Terele Pávez, por supuesto.
Haciendo
hincapié en la banalidad televisiva por la que atravesamos, De la Iglesia
demuestra habérselo pasado en grande con esta comedia muy gamberra pero algo
menos negra de lo habitual y consigue también que todos los espectadores lo
pasemos igual de bien, riendo sin parar al ritmo de las canciones de Raphael
(uy, perdón, de Alphonso), de Chayanne (ay no, que es Adanne) y alguna más que
se cuela por ahí.
En resumen, un locurón total, entretenido, por momentos desternillante, con tintes de emoción y, desde luego, muy,
pero que muy recomendable.
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