Una
vez más, al acudir a una sala de cine a ver una secuela/remake/reboot de un
clásico de nuestra infancia nos asalta la inevitable pregunta: ¿era necesario?
En
el más puro sentido de la palabra la respuesta es un rotundo NO. Cuando una
película es tan interesante y emocionante como Terminator y tiene una secuela absolutamente brutal y
revolucionaria como Terminator 2: El
juicio final, no hay ninguna necesidad de volver a remover las cenizas del pasado,
aparte del hecho de que va a ser imposible estar a la altura (ya se intentó en
dos ocasiones y una serie de televisión y no se logró). Podría ser un caso parecido al de Jurassic World, imposible de estar a la
altura de la primera pero mucho más entretenida que sus flojitas secuelas.
Pero,
como con Jurassic World, hay una
segunda respuesta válida: si de verdad hay que hacerlo, hagámoslo bien. Y
conscientes de que no se va a repetir la magia ni la genialidad de las dos
obras de James Cameron (no en vano es uno de los mejores cineastas de la
historia) se han esforzado para hacer una historia coherente, acorde con el
paso de los años y lleno de autoreferencias y homenajes a las películas de 1984
y 1991 respectivamente.
De
algún modo se podría decir que los productores han aprendido de los errores
anteriores. Si la primera película era tremendamente original, violenta y (por
momentos) aterradora y la segunda era un espectáculo visual adrenalítico y sin
dar un respiro al espectador, parecía que ya todo estaba dicho en un universo
que ni Cameron ni el propio Schwarzenegger parecían interesados en recuperar.
Cuando al fin se hizo Terminator 3: la
rebelión de las máquinas en el 2003 se trató de avanzar algo en la
historia, pero la película de Jonathan Mostow terminó siendo una simple
historieta más de robots venidos del futuro con una T-X macizorra sustituyendo
al T-1000 de metal líquido y dejando a
todo el mundo con las ganas de ver por fin la guerra del futuro que tan solo
había insinuado brevemente Cameron. Tras el fiasco en taquilla hubo que esperar
seis años más para ver por fin esa guerra del futuro, pero para ello se tuvo
que renunciar a los dos pilares fundamentales de la franquicia: los viajes en
el tiempo y el bueno de Arnie, liado en asuntos de política y al que solo se le
ve digitalmente y de forma muy breve. Terminator:
Salvation de McG fue la que peor funcionó en taquilla y obligaba o bien a
finiquitar la saga o a replantearla de nuevo.
Tras
el buen trabajo de J.J.Abrams en Star
Trek y de Bryan Singer en X-men: días
del futuro pasadoel camino a seguir parecía claro para el director Alan
Taylor (recién salido de Thor: el mundo oscuro). Al fin y al cabo, si hay una
saga con derecho a modificar su historia mediante viajes en el tiempo es esta,
¿no?
Así,
la acción arranca tal y como lo hacía la primera, pero dando más detalles. En
el futuro John Connor está a punto de derrotar a Skynet de manera que este hace
un desesperado ataque final enviando a un T-800 a 1984 para asesinar a Sarah
Connor, la madre de John, y evitar que el líder de los humanos llegue a nacer
siquiera. Kyle Reese, el mejor amigo de John (y que todos menos él sabemos que
es también su padre), deberá viajar tras el ciborg para salvar la vida de
Sarah. Sin embargo, cuando llega a 1984 la historia, tal y como él la conocía,
ha cambiado.
Me
apasiona el tema de los viajes en el tiempo, considerando que, dentro de la
ciencia ficción más fantasiosa, debe ser tomado como un simple divertimento. La
opción de los guionistas Laeta Kalogridis
y Patrick Lussiern de crear diversas líneas temporales me resulta interesante,
además de permitirnos ver (la magia del maquillaje y los efectos digitales) a
tres Schwarzeneggers de distintas edades. Obviando (aunque tampoco creo que
renegando, como se ha dicho por ahí) la tercera y cuarta parte de la saga el
film de Taylor se compone de un complicado jeroglífico de viajeros temporales que permite ver otra vez
en acción al T-1000 (con otro actor, claro) y a un nuevo villano, aunque ni
rastro de ningún T-X. Lo malo de meterse
en estos berenjenales es que las paradojas son casi inevitables (todo Terminator en sí es una gran paradoja,
intencionada en un primer momento), y al final de la película se encuentra uno
con demasiadas preguntas sin responder que pueden llegar a molestar, sobre todo
por no saber si se deben a fallos de guion, vagueza de los guionistas o simples
puertas abiertas de cara a futuras entregas.
En
el apartado interpretativo, con un Schwarzenegger tan inmenso como siempre, podemos
mirar con lupa a Emilia Clarke, que sale bien parada en su transformación en Sarah
Connor. Aunque las comparaciones con Linda Hamilton sean odiosas hay que
agradecer que su rol sea ligeramente diferente al de su predecesora para
poderse distanciar un poco.
No
funcionan mal los otros dos protagonistas, Jason Clarke y Jai Courtney, pese a
que ninguno de los dos sean actores santos de mi devoción, de los cuales no
hablaré demasiado por no entrar en spoilers (aunque la propia productora,
incomprensiblemente, se ha empeñado en hacerlo, tanto en alguno de los posters –no
los aquí reproducidos- como en el tráiler), aunque se echa en falta algo más de
importancia en el papel del inmenso J.K. Simmons, recuperando al uno de los
policías anónimos que sufrió el ataque del Terminator de la primera película.
En
fin, que la historia, por más que se vuelve algo previsible hacia su final, es
más que convincente, con todo lo que uno podría esperar de una secuela de Terminator y que no nos habían dado
desde que Cameron dejó la franquicia. No es oro todo lo que reluce, por
supuesto, y ni Taylor es Cameron ni su película está a la altura de los dos primeros clásicos,
pero la acción está bien filmada, no concede un respiro al espectador y está
salpicada con ligeras dosis de humor como era menester. De nuevo en referencia
a mi opinión de Jurassic World debo
repetir que no tiene esta película (muy hija de su tiempo pese a todo) el alma
ni la magia de aquellos primeros Terminators,
pero como blockbuster veraniego cumple con creces.
Eso
sí, para los que la vemos doblada, se echa mucho de menos el doblaje de Constantino
Romero. Sin él, eso de “Volveré” no suena igual de bien.
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