En
ocasiones surgen películas que, sin saber muy bien cómo, rompen los moldes
preestablecidos y consiguen demostrar que no todo está dicho en el mundo del
cine. En otras ocasiones, sin embargo, es dolorosamente necesario enfrentarse a
bodrios insufribles que son imposibles de aguantar y mucho menos de justificar.
Y en ocasiones, también, nos encontramos
con cosas como esta…
Solo química navega por los mares de la nada más absoluta. Cuesta suspender
esta película porque no está mal interpretada, no está mal dirigida y no carece
de elementos que podrían llegar a resultar interesantes, pero todo lo que
cuenta, todas las bazas con las que pretende ganarnos, son tan tediosamente
previsibles, tan faltas de espíritu, fuerza u originalidad que cuesta también
ponerle una buena nota.
Solo química empieza como un alegato en contra del amor como
concepto romántico, con la historia de Oli, dependienta de una perfumería,
enamorada de un galán televisivo, Eric Soto, sin darse cuenta de que quien bebe
los vientos por ella es su compañero de piso, Carlos. Sólo con esta premisa ya
pueden ustedes imaginar todo lo que va a suceder. Y todo lo que están
imaginando, sin un solo cambio, sin una sola sorpresa, sucede.
Siempre
se ha dicho que las comedias románticas están marcadas a fuego por unos
esquemas inamovibles (aunque Marc Webb se saltó el esquema en (500) días juntos), pero seguirlos tan a
rajatabla con una apatía tan descarada como hace Alfonso Albacete en esta
película resulta espantosamente tedioso.
Y
eso que, pese a la historia de amor prefabricada, Solo química podría tener argumentos para convencer gratamente,
pero está plagada de elementos increíblemente desaprovechados, como la
presencia estéril de Natalia de Molina en el reparto, la subtrama mal contada
del gimnasio en bancarrota del padre de Oli y la posibilidad de hacer una crónica
sobre el descenso a los infiernos de un actor cuando cae en desgracia. Esto
último podría haber sido lo más inteligente y una buena manera de aprovechar la
historia de Eric soto, el astro televisivo al que se le empieza a apagar su
estrella y le toca disfrutar de la cara amarga del mundo del espectáculo. Y eso
por no comentar la escena en la que la protagonista, la tímida e insegura Oli,
se convierte en una especie de superheroína de acción. Una escena que te saca
totalmente de la película.
Albacete,
más que narrar una historia parece estar haciendo un publirreportaje, a medio
camino entre el homenaje a la ciudad de Barcelona, la crónica rosa alrededor
del mundillo del cine español y un anuncio de perfumes. Por eso, lo mejor de la
película es su fotografía, sabiéndose aprovechar muy bien de la belleza de la
ciudad condal, del glamour y el lujo de todo lo que rodea al afamado actor y
del culto a su propio cuerpo. Porque si hay algo que destaque en la película,
eso sí, es la belleza de un actor que no duda en salir sin camiseta siempre que
puede para que Albacete le dedique recorridos en primer plano a cámara lenta,
para regocijo de las féminas.
Al
menos, para que nos sirva de consuelo, el director murciano ha sabido rodearse
de un buen casting, pues junto al trío protagonista formado por Rodrigo Guirao
Díaz, Ana Fernández y Alejo Sauras podemos reconocer por ahí también (algunos
simples cameos, que concepto tan de moda últimamente) a José Coronado, Neus
Asensi, Rossi de Palma, Silvia Marsó, Bibiana Fernández, María Esteve o Martina
Klein.
Elementos
para hacer algo interesante tiene, pero al final se queda en tierra de nadie,
en una peli tonta del montón con chicos buenorros, chicas monas, canciones
pegadizas y postales bonitas.
Ni
chicha, ni limoná…
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