Pocas cosas hay que me den más miedo que una peli protagonizada por Adam
Sandler, que ni cuando ha querido ponerse serio (Hombres, mujeres & niños, por ejemplo) me ha convencido. Y que
junto a él estén Kevin James (el Superpoli
de las narices) y Josh Gad (aceptable en El
gurú de las bodas, pero poco más) no sirve para ver el proyecto con más
optimismo.
Sin embargo, te paras a mirar el resto del elenco y la cosa empieza a
mejorar, dando esperanzas de que el film no sea un despropósito total como casi
todas las comedias que estos tipejos suelen tirar juntos o por separado.
Empezamos por el director, un Chris Columbus a quien las nuevas
generaciones conocen por sus dos Harry Potters y su Percy Jackson pero que se
granjeó el título de clásico gracias a obras como Sólo en casa, Señora Doubfire
o El hombre Bicentenario, aparte de
haber escrito maravillas ochentas como Gremlins,
Los Goonies o El secreto de la pirámide. Su presencia por si sola ya garantiza un
mínimo de dignidad.
Seguimos con el resto del reparto, con el siempre genial Peter Dinklage (al
que aquí le permiten estar mucho más pasado de vueltas que en Juego de tronos o X-men: días del futuro pasado), Michelle Monaghan(siempre
brillante, aunque ahora se permite estar mucho más relegada que en True Detective) y las siempre intensas
interpretaciones de Brian Cox y Sean Bean (lo de Dan Aykroyd, Serena Williams y
Martha Stewart son simples pero celebrados cameos).
Por último, tenemos el Pixels de
2010, ese aplaudido corto de Patrick Jean que es la base de esta película y que
contiene las mejores ideas del mismo.
¿Qué es lo que resulta de mezclar todos estos ingredientes? Pues la verdad
es que una película sumamente entretenida, absurda y divertida a partes
iguales, con claras influencias (¿o hay que llamarlos homenajes?) al cine de
los ochenta, destacando lo mucho que el equipo protagonista recuerda a los Cazafantasmas
en un momento concreto del film, aunque con reminiscencias al cine de caos y
destrucción con ocasiones alienígenas que lideró el Independence Day de Roland Emmerich.
La trama es tan sencilla como estúpida. El Gobierno envía al espacio un
vídeo con diversas imágenes de la vida en la tierra, incluyendo la final de un
campeonato mundial de videojuegos y décadas después una raza alienígena interpreta
el vídeo como una declaración de guerra y crea un ejército basado en esos
videojuegos para combatirnos. Así comienza una lucha por la supervivencia
contra enormes Pacmans, Donkey Kong, Tetris y demás seres de ocho bites caídos
del cielo con todas las esperanzas puestas en los dos finalistas de aquel
fatídico campeonato convertidos ahora en sendos fracasados (un instalador a
domicilio y un presidiario) junto a los otros dos amigos de la infancia del
prota, un amargado friki conspiranoico y… ¡¡el Presidente de los Estados
Unidos!!
Si, ya me hago cargo que dicho así puede sonar a majadería. Y desde luego
que lo es. Pero una majadería divertida y original, con acertados toques de
nostalgia, la dosis justa (mínima) de romance y un sentido del humor bastante
blanco, donde se nota que no han dejado a Sandler meter mano en el guion.
No romperá taquilla ni ganará premios, pero como entretenimiento estival
sin demasiadas pretensiones ya vale. Y ver volar en pedazos de un disparo a un
pitufo digital o a Pacman comiéndose la mano de su creador, no tiene precio.
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