viernes, 7 de septiembre de 2018

LOS FUTBOLÍSIMOS

Confieso que poco sabía de este proyecto la primera vez que vi el cartel de Los Futbolísimos, y que la pereza que me generaba era enorme, aunque el toque de misterio juvenil que tenía el tráiler comenzó a picar mi curiosidad.
La base de la película hay que buscarla en una saga de novelas de Roberto Santiago, guionista y director de cine enamorado del fútbol que en la obra El misterio de los árbitro dormidos presentaba al equipo de fútbol infantil de Soto Alto combinando los desafíos deportivos con las aventuras de los chavales para desentrañar los más extraños misterios. Algo muy en la línea de detectives adolescentes como Los Cinco de Enid Blyton o Los Hollister de Andrew E. Svenson, aunque la versión fílmica parece más influenciada por las adaptaciones de las aventuras de Zipi y Zape: El club de la canica y La isla del Capitán.
Dirigida por Miguel Ángel Lamata, la película funciona con bastante corrección, resultando un entrañable ejercicio nostálgico para los adultos y una emocionante aventura para los más pequeños, por más que su excesiva duración pueda restar interés al conjunto total. No es, sin embargo, una película demasiado ambiciosa, pues carece de la garra necesaria para sorprender y no arriesga en exceso, apoyándose en unos clichés bastante previsibles (el primer beso, el partido que se gana en el último minuto, la caracterización de personajes...), sin atreverse nunca a abandonar campo conocido, pero aún así resulta un entretenimiento refrescante y muy adecuado para ver en familia.
No hay ningún rostro conocido entre los protagonistas, cosa bastante lógica al tratare de niños, pero sí que se agradece la presencia de alguna figura de renombre entre el elenco de adultos, en especial esa pareja formada por un brillante y contenido Joaquín reyes y la desatada Carmen Ruíz, sin que falte la últimamente omnipresente Toni Acosta, a la que hemos podido ver en lo que va de año en Sin rodeos, El mejor verano de mi vida y Yucatán.
Un elemento que me desconcertó fue su ambientación temporal, ya que Lamata pretende trasladarnos a esos años ochenta tan propios de Stranger Things, con chavales yendo en bici y utilizando walkie talkies (no parece que ninguno tenga móvil propio, y hasta los mensajes que recibe el protagonista para conocer las reuniones del equipo son a través del ordenador de su hermano), a la vez que utilizando drones y haciendo búsquedas por Internet.
Pese a algún momento absurdo e inverosímil y a la comodidad buscada por Lamata en su adaptación, la película funciona bastante bien y augura, teniendo en cuenta que las novelas van ya por la treceava entrega, una fructífera saga cinematográfica.

Valoración: Seis sobre diez.

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