sábado, 1 de noviembre de 2014

ANNABELLE (3d10)

Desde hace ya unos años James Wan se ha coronado como cabeza visible de la nueva ola de cine de terror que, gracias habitualmente a unos presupuestos ínfimos, triunfan en las taquillas de todo el mundo, aterrado a adolescentes de toda una generación como los Carpenter, Craven, Dante y compañía hiciera con sus padres, por más que la crítica especializada pueda no estar demasiado de acuerdo.
Guste más o menos su cine, lo cierto es que Wan ha logrado revitalizar un género agónico gracias a la moda insoportable del found footage representado por las Paranormal Activity y sucedáneos, recuperando un estilo visual y narrativo tradicional y, exceptuando su debut con Saw, reciclando historias clásicas de fantasmas y casas encantadas como se vio en Insidious y Expediente Warren.
Fue precisamente en la tópica pero efectiva Expediente Warren donde hacía acto de presencia una inquietante muñeca de porcelana de aspecto macabro y con una presunta historia detrás de la que sólo se nos mostraba un esbozo en forma de flashback.
Como fuera que el invento gustó, y mucho, no era arriesgado suponer que la bicha de barras tendría su propia película, a modo spin-off de la saga de los Warren. El problema principal es que el asunto se ha planteado más como una manera de exprimir la teta y sacar todo el jugo posible sin preocuparse mucho por los resultados (dinero va a dar, así que ¿para que esforzarse en hacerlo bien?) y no se cuenta para esta precuela con ninguno de los actores iniciales así como tampoco con la presencia del propio Wan, que se limita a poner el nombre y la cartera.
Annabelle no ofrece nada nuevo bajo el sol. Se trata de la clásica historia de un elemento maldito que entra a formar parte de una pareja joven en espera de su primer retoño y que sirve como puerta de acceso al mal en estado puro.
Con algún que otro acierto narrativo pero demasiado influenciada por títulos como La semilla del diablo, Annabelle no da nada más de lo mínimamente esperado, resultando demasiado previsible y tediosa como para merecer entrar en el Olimpo del cine terror. Con sustos escasos y más provocados por los inevitables golpes de efectos musicales que otra cosa, la historia transcurre con demasiada parsimonia, más cercana en ocasiones al drama que al terror y sin invitar a empatizar demasiado con ningún personaje.
Annabelle se deja ver sin muchos problemas, decepcionando sólo a aquellos que puedan esperar algo grande de ella, siendo lastrada sobre todo por el conocimiento previo su final (no es ningún spoiler decir que la muñeca no va a ser destruida: tarde o temprano deberá acabar la vitrina de los Warren).
No es, desde luego, una basura total como podrán ser algunos títulos recientes del género (El heredero del Diablo, sin ir más lejos, también con embarazos de por medio), pero para acudir a verla a una sala de cine hay que ir muy mentalizado de que ofrece, poco, demasiado poco, y solo puede convencer a los más adeptos.
Dinero fácil para sus productores con poco esfuerzo. ¿Alguien esperaba más?

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