Desde hace ya unos años James Wan se ha coronado como cabeza visible de la
nueva ola de cine de terror que, gracias habitualmente a unos presupuestos
ínfimos, triunfan en las taquillas de todo el mundo, aterrado a adolescentes de
toda una generación como los Carpenter, Craven, Dante y compañía hiciera con
sus padres, por más que la crítica especializada pueda no estar demasiado de
acuerdo.
Guste más o menos su cine, lo cierto es que Wan ha logrado revitalizar un
género agónico gracias a la moda insoportable del found footage representado
por las Paranormal Activity y
sucedáneos, recuperando un estilo visual y narrativo tradicional y, exceptuando
su debut con Saw, reciclando
historias clásicas de fantasmas y casas encantadas como se vio en Insidious y Expediente Warren.
Fue precisamente en la tópica pero efectiva Expediente Warren donde hacía acto de presencia una inquietante
muñeca de porcelana de aspecto macabro y con una presunta historia detrás de la
que sólo se nos mostraba un esbozo en forma de flashback.
Como fuera que el invento gustó, y mucho, no era arriesgado suponer que la
bicha de barras tendría su propia película, a modo spin-off de la saga de los
Warren. El problema principal es que el asunto se ha planteado más como una
manera de exprimir la teta y sacar todo el jugo posible sin preocuparse mucho
por los resultados (dinero va a dar, así que ¿para que esforzarse en hacerlo
bien?) y no se cuenta para esta precuela con ninguno de los actores iniciales
así como tampoco con la presencia del propio Wan, que se limita a poner el
nombre y la cartera.
Annabelle no ofrece nada nuevo bajo
el sol. Se trata de la clásica historia de un elemento maldito que entra a
formar parte de una pareja joven en espera de su primer retoño y que sirve como
puerta de acceso al mal en estado puro.
Con algún que otro acierto narrativo pero demasiado influenciada por
títulos como La semilla del diablo, Annabelle no da nada más de lo
mínimamente esperado, resultando demasiado previsible y tediosa como para
merecer entrar en el Olimpo del cine terror. Con sustos escasos y más
provocados por los inevitables golpes de efectos musicales que otra cosa, la
historia transcurre con demasiada parsimonia, más cercana en ocasiones al drama
que al terror y sin invitar a empatizar demasiado con ningún personaje.
Annabelle se deja ver sin muchos
problemas, decepcionando sólo a aquellos que puedan esperar algo grande de
ella, siendo lastrada sobre todo por el conocimiento previo su final (no es
ningún spoiler decir que la muñeca no va a ser destruida: tarde o temprano
deberá acabar la vitrina de los Warren).
No es, desde luego, una basura total como podrán ser algunos títulos
recientes del género (El heredero del
Diablo, sin ir más lejos, también con embarazos de por medio), pero para
acudir a verla a una sala de cine hay que ir muy mentalizado de que ofrece,
poco, demasiado poco, y solo puede convencer a los más adeptos.
Dinero fácil para sus productores con poco esfuerzo. ¿Alguien esperaba más?
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