Si
me permiten la broma, voy a empezar mi comentario proponiendo un título
alternativo: Escobar, oportunidad perdida.
Y
es que esta aproximación a una de las figuras más controvertidas e importantes
de la historia colombiana podría haber supuesto una actualización (en ciertos
modos así lo pretende) de El Padrino
de Coppola en su versión latina, pero prefiere (por cobardía o simplemente en
busca de una mayor comercialidad) teñirse de rosa en una especie de Romeo y Julieta tan empalagoso como
previsible.
Ya
desde su arranque la película muestra sus carencias, ofreciendo hasta tres
saltos en el tiempo en sus primeros cinco minutos que, a la postre, no ofrecen
nada de interés al espectador más que, si acaso, avisarnos de antemano que pese
a lo tramposo del título Pablo Escobar no es el protagonista del film, sino un
turista en apariencia inocente y honesto (y en resolución bobo y pardillo)
llamado Nick. Que sea Josh Hutcherson el elegido para encarnar el papel podría
significar simplemente que el joven actor de Kentucky pretende dar el salto al
cine “de adultos”, pero en realidad tan solo revela que la presencia del Peeta
de Los juegos del hambre solo busca
despertar el interés femenino, sin que a nadie parezca importarle que los
esfuerzos del chico por resultar creíble resultan francamente estériles.
Aun
así, su interpretación no es suficientemente sosa (sí su personaje) como para
estropear la película, a la vez que la española Claudia Traisac realiza una buena
interpretación y Benicio Del Toro está sencillamente magistral, como por otra
parte cabría esperar. De esta manera, y considerando también que la realización
es más que correcta, podríamos destacar al debutante Andrea Di Stefano como último
artífice de los logros de la película. Sin embargo, lo peor del film es su
guion y dado que también está firmado por el propio Di Stefano, la máxima
responsabilidad sobre los aciertos y errores del resultado final deberían caer
sobre él y nada más que sobre él.
Por
si hubiera algún despistado por ahí que no lo sepa, Pablo Escobar fue el líder de
una de las redes de narcotráfico más importantes de Colombia, aparte de un devoto
creyente y amado padre y esposo que, para sus seguidores, era considerado casi
un santo por sus obras de caridad (¿ven las referencias hacia Don Corleone?) al
igual que era visto como un sádico déspota por sus enemigos. Ahí hay una gran
historia que contar y el séptimo arte no podía dejar pasar la oportunidad de
contarla, pero se comete el gran error (inexplicable a mi entender) de no
quererle dar al personaje el protagonismo oportuno, dejando que el peso de la
narración recaiga sobre un joven canadiense que trata de montar un negocio con
su hermano en las playas Colombia y que tiene la desgracia de enamorarse
de la sobrina de Escobar.
Este
tal Nick es un personaje totalmente inventado, por lo que no estamos ante un
biopic al uso. Al dejar que toda la trama se centre en el canadiense el autor
se puede permitir todas las licencias históricas que le plazca, tratando de
buscar la identificación del espectador con el chico, pero no prevé que, al no
poder alterar el destino final de Escobar (eso sería una licencia demasiado
grande) lo que suceda con el chaval en relación con el mafioso colombiano nos
es, ya de antemano, completamente irrelevante, limitándose todo a descubrir si
su historia de amor va a terminar en happy
end o en tragedia.
Por
otro lado, resulta muy difícil llegar a simpatizar con el protagonista (a mí,
por lo menos), por no hablar ya de compartir sus decisiones o creerse el por
otro lado estéril descenso a los infiernos del muchacho, que terminará
vendiendo su alma al diablo para nada, haciéndonos creer por un momento que la
película va a transformarse de drama a peli de acción (del subgénero de
venganzas) como por arte de magia. Naturalmente, no es así, y todos los caminos
recorridos por el supuesto héroe terminan siendo para nada. Así, nos
encontramos al salir del cine con dos horas casi vacuas de las que solo podemos
aprender retazos de la personalidad de este Escobar, definido como un Robin Hood moderno pero que no deja de
ser, y perdonen la expresión, un grandísimo hijo de puta.
No
hay aquí nada de cómo llegó a la cima de su poder, cómo tenía a la policía y al
ejército comiendo de la palma de su mano o cómo concluye su historia. Pero
claro, eso habría sido otra película, y no tendría nada que ver con la historia
de amor teen abocada desde el primer
minuto al desastre que parece interesarle a Di Stefano.
A
modo anecdótico, me gustaría destacar que esta producción francesa (aunque España
y Bélgica también han metido mano) sobre un canadiense rodeados de colombianos
está protagonizada por un norteamericano rodeado de un puertorriqueño (Del Toro)
y varios españoles (Traisac y Bardén, entre otros) y rodada en Panamá. No es
que me parezca mal, pero me resulta curioso. ¿Tan malos son los actores
colombianos?
Claro
que no podemos destacar esto como algo necesariamente negativo, ya que sin la
aportación de Del Toro la película sería totalmente diferente y él y sólo él
consigue salvar los muebles las escasas veces que aparece en escena, con ese
magnetismo animal que tan bien sabe provocar.
Lo
dicho, la historia de Pablo Escobar podría ser apasionante, y esta película es
una oportunidad perdida para poderla descubrir.
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