Podría
ponerme en plan gafapastas y afirmar que Así
nos va es una excelente metáfora sobre el paso del tiempo, el desgaste del
talento desaprovechado y la demostración fílmica de lo cierta que puede ser la
frase de que “cualquier tiempo pasado siempre fue mejor”.
O,
dicho en otras palabras, estamos ante una tópica y simplona comedia romántica
geriátrica protagonizada por un Michael Douglas más apergaminado que su propio
padre, el eterno Kirk, una Diane Keaton muy distante de las damas elegantes y
sofisticadas que tan bien encajaba en las película de Woody Allen y derivados, convertida
ahora en una clon de sí misma encasillada en el permanente papel de “abuelita
marchosa y guay” y, sobre todo, dirigida por un Rob Reiner que debe vivir de
las rentas de su pasado y sobre el que debemos recurrir a la IMDb para
comprobar que ha seguido activo los últimos años aunque su último éxito con
algo de personalidad se remonte a un lejano 1995.
¿Quién
podría reconocer aquí al fabuloso realizador que empalmó entre 1986 y 1992
cinco títulos tan dispares como geniales como fueron Cuenta conmigo, La princesa
prometida, Cuando Harry encontró a
Sally, Misery y Algunos hombres buenos?
Así nos va es la previsible historia de Oren Little un viudo
huraño y cascarrabias que recibe sin previo aviso la visita de un hijo al que
apenas ve para informarle de que está a punto de ingresar en prisión y debe
dejar a su cargo a su hija Sarah, una nieta totalmente desconocida para Oren.
Obligado por las circunstancias, Oren recibirá la ayuda de su vecina Leah
(cantante de bar ocasional), la única de la comunidad con la que parece que el
rango de odio y antipatía es algo menor.
A
partir de aquí, ¿pues qué queréis que os cuente? ¿Me acusareis de spoilearos si
os digo que la existencia de la niña logrará ablandar el pétreo corazón de
Oren, que sus vecinos descubrirán en él a una persona que desconocían por
completo o que su amistad con Leah se teñirá de rosa? No hay nada nuevo bajo el
sol, y desde la primera escena la película sigue los cánones del género a
rajatabla, sin reservarse la más mínima sorpresa ni apartarse un ápice del camino
establecido. No hay nada en el film que pueda sorprendernos, por lo que solo
nos queda disfrutar (o no) de un comedia de chistes fáciles, tan blanca como
edulcorada y con el único aliciente de escuchar a Keaton cantando, lo cual, por
cierto, no hace nada mal.
Quizá
sea una película adecuada para pasar una tarde lluviosa de domingo, pero poco
más. Me temo que los antaño seguidores de Reiner debemos olvidarnos de su pulso
firme y maestro como director y conformarnos con vivir del recuerdo y
disfrutarlo ocasionalmente en su faceta como actor de paso en títulos como la
relativamente reciente El lobo de Wall Street.
Habrá
que conformarse.
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