Existe
un experimento teórico en el campo de la física cuántica llamado El gato de
Schrödinger, el cual, de manera muy simplista, podría resumir de la siguiente
manera: Imaginad que metemos a un gato en una caja cerrada junto a un puñado de
comida envenenada.
Según la lógica, al retirar la tapa de la caja podemos
encontrarnos con dos variables: el gato no ha probado la comida y sigue vivo o
el pobre animal, efectivamente, ha sido envenenado víctima de su propia gula.
Sin embargo, según esta teoría, mientras la caja se mantiene cerrada las dos
posibilidades coexisten a la vez. Mientras mantengamos la tapa cerrada la realidad
se divide en dos mundos alternativos, en uno de los cuales el gato sigue vivo y
en otro en el que ha fallecido.
Según
este principio y mucha imaginación que suple a la perfección la falta de
recursos, James Ward Byrkit consigue plasmar una película tan sencilla como
apasionante, en la que con apenas ocho actores y un par de decorados crea una
compleja trama desconcertante y compleja en la que las preguntas se amontonan y
cuyas respuestas no nos llegaran, en la mayoría de los casos, hasta varias horas
después de abandonar la sala del cine.
Todo
parte de una sencilla premisa. Ocho amigos comparten una agradable velada en
casa de dos de ellos la noche en que un cometa se dispone a pasar relativamente
cerca de la tierra. Con el recuerdo de la visita del cometa Halley y la
multitud de películas catastrofistas que lo acompañaron, Ward Byrkit nos
propone un enredado puzle de mundos paralelos y enigmas sin resolver que, con
toda justicia, ganó el premio al mejor guion en el Festival de Sitges del año
pasado.
Con
Emily Baldoni como rostro más conocido (y apenas) la película juega con nuestro
desconcierto, llegándonos a hacer pensar que no hay nada de coherente (cachondo
título) en el asunto hasta que la coralidad a la que apuntaba la historia se
deshace y Em (precisamente la Baldoni) se erige como cabeza de lanza con la que
identificarnos y, a partir de su propia confusión al principio y sus
aterradoras acciones más tarde, lograr componer nuestra propia historia.
Coherence es de esas películas que merecen ir más allá de la
pantalla del cien, invitándonos a reflexionarla tras su visualizado en una
tertulia de amigos con los que discutir los diversos puntos de vista e incluso
las implicaciones morales de su resolución.
Una
tertulia de amigos, a ser posible, que no se celebre durante la llegada de un
cometa.
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