sábado, 30 de mayo de 2015

TOMORROWLAND (8d10)

Decía Christopher Nolan cuando presentó Interstellar que quería rendir un homenaje a los soñadores espaciales, hablar sobre esa época en la que la gente miraba hacia las estrellas en lugar de hacia la tierra. Para ello, imaginó una fábula oscura y casi apocalíptica, con un planeta muriéndose y el espacio (con imposibles teorías cuánticas de por medio) como única esperanza.
Algo parecido quiere contar la película de Brad Bird, en un claro homenaje a esa época que Nolan añoraba donde ser astronauta era el sueño de todo niño y era factible que todo era posible en esta vida. Pero para ello Bird, mucho más optimista y colorido que su colega, prefiere empezar mirando al pasado, viajando precisamente a esa época dorada no sólo de la carrera espacial sino de los avances técnicos en general. Un viaje al pasado tanto argumental como estilístico (algo así había ya en su versión animada de los superhéroes en esa maravillosa película que es Los Increíbles), concibiendo una película que, toda ella, supone un homenaje a la magia que imperaba el cine de finales de los ochenta. Tanto es así, que toda la primera hora inicial desprende un aroma nostálgico que recuerda al mejor Spielberg, desde la mirada de fascinada inocencia que aporta el personaje de Frank Walker en su versión infantil como el regusto de aventura juvenil (nada que ver con el pretensioso y trágico trascendentalismo habitual en las sagas modernas tipo Los Juegos del hambre y demás) que supone la presentación de Casey. Es por eso que Tomorrowland, con sus excesos digitales y su gran despliegue tecnológico, esconde en su fondo un homenaje a clásicos como E.T., los Goonies o Regreso al futuro (en todas ellas estaba la mano de Spielberg, de una manera u otra), con lo que el visionado de esta Tomorrowland podría completarse en una magnífica sesión doble con la recuperación de Super8, de J.J.Abrams, que pretendía jugar, a su manera, a lo mismo. Incluso comparten ambas al mismo compositor musical, el gran Michael Giacchino que se rebela de nuevo como el más avanzado sucesor de John Williams.
Dice por ahí que la película no está arrasando en taquilla y que ya la califican como la “nueva John Carter” de Disney. Y con todo el pesar de mi corazón debo añadir que no me sorprende en absoluto. Y es que el espectador actual, tal y como la sociedad a la que la película acusa, está demasiado acostumbrada a la oscuridad como para aceptar un poco de luz. O quizá hayan olvidado incluso esa época (liderada por la propia Disney) donde era posible hacer un cine de entretenimiento sin realizar, necesariamente, un aparatoso y monumental blockbuster. Y es que no creo que Tomorrowland haya sido concebida para batirse en duelo con títulos como Los Vengadores, Mad Max o la inminente Jurassic Word (hombre, hacer dinero sí que quieren, claro, que son la Disney), sino más bien para hacer pasar un delicioso rato en familia con un puntito de mensaje de fondo. Una de las muchas y entretenidas superproducciones Disney alejadas de las franquicias Marvel o Star Wars, como fuera en su  momento (hasta que la convirtieron en saga y la estropearon) Piratas del Caribe. Nada más ni nada menos.
Tomorrowland cuenta la historia de un grupo de genios que un buen día decidió unirse para crear un mundo mágico, un prodigio tecnológico, una ciudad del futuro ubicada en una dimensión paralela que representara el resurgir de una nueva civilización. Hasta que un día Frank, uno de sus miembros más jóvenes, inventa algo que pondrá en peligro el futuro de todo.
Por otro lado, la joven y soñadora Casey, defensora de causas perdidas como la demolición de una planta de lanzamiento espacial de la NASA en Cabo Cañaveral, recibe un misterioso pin que, a su contacto, la transporta a ese misterioso y mágico lugar.
De personalidades opuestas (aparentemente) pero condenados a entenderse, Frank y Casey deberán formar equipo para cambiar el desolador futuro de la humanidad.
Con una sorprendente química entre George Clooney y Britt Anderson (pese a la diferencia generacional) y la tremenda revelación que supone el descubrimiento de la hipnótica Raffey Cassidy interpretando a un personaje que supone el nexo de unión entre ambos mundos, Bird (en colaboración con Damon Lindelof, uno de los guionistas bandera de Perdidos que firma la historia junto al propio director) propone una fábula futurista (supuestamente ambientada en la atracción homónima de los parques Disneyland, aunque apenas toma de ella el nombre y el concepto básico) con tintes pre apocalípticos, con la sana intención de advertir a la sociedad de los peligros de no rebelarnos contra nuestro propio futuro aciago y limitarse a esperar de brazos cruzados a que todo llegue al final. Con un planeta destinado a la oscuridad, Bird se refugia en la luz y el color para ofrecer un mensaje optimista a todo aquel que quiera escucharlo, aprovechando la ocasión para aderezarlo con trepidantes persecuciones, peleas frenéticas y constantes cambios de ritmo cual si de una montaña rusa se tratase hasta desembocar a la sorprendente revelación final, cargada de una profundidad poco dada en productos que podrían ser tildados a simple vista como puramente palomiteros.
No todo es perfecto en este mundo del mañana, pues la magia a la que me refería al principio se va desinflando a medida que avanza el metraje y se torna rutinaria en su acto final, en un desenlace demasiado atado a los convencionalismos del cine de acción que poco (aparte de una significativa escena “de lagrimita”) aportan al mensaje final. Con un agotador derroche de efectos visuales que, por exigencias argumentales, van también de más a menos en la película, la sensación al salir de la sala puede ser un poco descompensada, culpa de poner toda la carne en el asador en unos sesenta minutos iniciales completamente geniales que eclipsan al resto del film, provocando que incluso la supuesta importancia del papel de Robertson se nos quede algo desdibujada.
Pese a ello, la experiencia ha sido plenamente satisfactoria, y sólo la posibilidad de imaginar un futuro como el de Tomorrowland ya invita a creer de nuevo en la magia de que todo es posible. Rodada (e inspirada) en la Ciudad de las Artes y la Ciencia de Valencia, Tomorrowland es todo lo que una película apocalíptica actual no es. Y quizá por ello no es entendida por mucha gente, que echa en falta las muertes, los desastres o incluso los zombies. A todos ellos les digo que no se preocupen. En unas semanas llegará a las carteleras Sant Andreas y el mundo volverá a irse al carajo como la mayoría desea, con terremotos y destrucción. Yo, por mi parte, me he cansado un poco de tanta oscuridad amarga y prefiero disfrutar de un futuro como el de Tomorrowland.
¡Qué le voy a hacer si viví los ochenta…!


No hay comentarios:

Publicar un comentario