sábado, 30 de mayo de 2015

MAD MAX, FURY ROAD (7d10)

En ocasiones, generalmente de forma sorpresiva e inexplicable, aparecen películas rodeadas de un hype tan fervoroso y pasional que es necesario ver la película cuanto antes para no verse afectados por esas corrientes que amenazan con condicionar (ya sea para bien o para mal) la opinión propia. Y la mayoría de las veces se trata de un hype exagerado y desproporcionado que va apagándose con el paso de los días.
Algo así sucede con este pastiche de ideas y excesos llamado Mad Max, aplaudida hasta la extenuación en sus primeros pases en lugares como Cannes y calificadas con rotundos dieces por parte de la crítica especializada pero que está decepcionando en su estreno americano siendo literalmente machacada por esa cosa llamada Dando la nota, aún más alto (y cuya opinión es poco probable que leáis por aquí).
No se puede calificar como obra maestra (y lo he leído por varios sitios, lo juro) a una película decididamente tan mala en su concepción como genial en su visualización. Todos los calificativos positivos que quieran dedicarse al film posiblemente sean adecuados, ya que hay en la película una cierta grandeza, mucha épica, una banda sonora brutal (aunque posiblemente insoportable si se pretende escuchar separada de las imágenes demenciales concebidas por Miller) y unos actores que van desde lo correcto a lo brillante, pero todo esto queda empañado abre el delirio visual que nos propone George Miller para esta... ¿secuela?¿reboot? (no está a demasiado claro) de su gran y casi único gran éxito.
Muchos consideran a Miller como un gran visionario, obviando el hecho de que tras la saga de Mad Max (cuya aparente conclusión databa de 1985) sólo tiene en su filmografía dos títulos con relativo interés: Las brujas de Eastwick y Babe, el cerdito valiente, aunque tampoco es plan de quitarle méritos ante la locura visual que ha sabido parir a sus setenta años de edad. Y es que lo que no se le puede negar a la película es su imaginario visual, su planificación casi perfecta y su impecable puesta en escena, con secuencias magníficas como la de la tormenta o algunos de los momentos más demenciales de la persecución que bien podrían haber sido ideados por el grupo teatral de La fura dels baus.
Mad Max, fury road es como un puñetazo en el estómago, que te deja sin aliento desde prácticamente el primer segundo de película y del que tardas casi dos horas en recuperarte. Es frenética, hipnótica, absorbente… Pura magia convertida en cine. Una constante y brutal sucesión de personajes escapados de un freak show que ya les gustaría para sí a los creadores de American Horror Story, una película enfermiza, colorista, caótica y violenta. Un espectáculo con mayúsculas que no da tregua al espectador y que apenas contiene pausas en las que reposar el empacho visual al que estamos siendo sometidos.
El problema viene tras su conclusión, cuando uno despierta del delirio para comprobar que ha pasado dos horas disfrutando (porque sí, la película se disfruta y mucho) con la nada más absoluta, con un guión inexistente (unos personajes escapan de un sitio, dan media vuelta y regresan al punto de origen), unos protagonistas sin apenas trasfondo y unos villanos de opereta que no tienen sentido ni justificación alguna. Con un Tom Hardy que en eso de carisma no le llega ni a la suela de los zapatos a Mel Gibson y un Max plano, lejos de la evolución que sufrió el personaje a lo largo de la saga original (y que en su conjunto constituía un verdadero viaje interior para el personaje).
Mad Max puede ser como el cruce imposible entre el cine de Michael Bay y el de Christopher Nolan, con las explosiones infinitas y el lucimiento femenino que tanto gustan al primero y la perfección visual (aunque sin su oscuridad) del segundo, con algún toque a lo Indiana Jones (la persecución por el interior de la fortaleza de los malos tiene algo de El templo maldito), y, por supuesto, el aroma a queroseno y rueda quemada de Fast & Furious. Y en medio de todo el fregado, Charlize Theron, la auténtica diosa de la carretera, magistral como de costumbre, sin que su mutilación, su pelo rapado o su suciedad le quiten un ápice de glamour y quien lleva las riendas de la historia (no es la protagonista, como se dice por ahí, pero sí quien centra la atención de la cámara).
Hay en la película demasiadas cosas que no entiendo, como las imágenes alucinógenas de Max (¿quién demonios es esa niña y cuándo la dejó morir?), el tiempo que ha pasado desde la destrucción de la humanidad (con lo fácil que sería haber obviado que el protagonista es el mismo Max de la saga de Gibson e imaginar que estamos muchas décadas en el futuro), el objetivo de muchos de los personajes (¿qué diablos pinta la chica en pelotas en lo alto de la atalaya?) y mil preguntas más que es mejor no formularse (¿cómo es que no queda ni un solo malo capaz de defender la fortaleza? ¿Por qué adoran a Inmortal como a un Dios pero no temen su ausencia? ¿Cómo engaña Furiosa a todos para ir a buscar gasolina a La Ciudad de la Gasolina con un tanque lleno de gasolina? ¿Por qué dice el personaje de Theron que ha hecho muchas veces ese viaje si no conoce el destino de su meta? ¿Tan grande es Australia que recorriendo un camino en línea recta durante ciento sesenta días no se llega a ningún sitio, ni siquiera al mar?), así como un desenlace decepcionante y poco climático en comparación con lo vivido hasta el momento.
La conclusión es que todo da igual. La película no tiene guion (el propio Miller lo ha reconocido, no es una crítica mía) y, pensándolo bien, ni falta que le hace. Es un film para disfrutar con los cinco sentidos (el sonido también es espectacular, somos capaces de oír hasta el más diminuto grano de arena del desierto), para dejarnos llevar en la sala y no pensar en nada más que en la sobredosis de imágenes de violencia y destrucción a las que nos están sometiendo. Y nada más.
No es una obra maestra. Ni siquiera una gran película. Pero sí una genialidad tan absurda como demencial. Y en ocasiones, eso también mola. Aunque tanto exceso roce el límite de nuestros sentidos.
Por esta vez, la aplaudo con entusiasmo. Si hay secuela (y parece que la habrá) no sé si lo haré. El truco es bueno, pero no infinito…

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