En ocasiones, generalmente de forma sorpresiva e inexplicable, aparecen
películas rodeadas de un hype tan fervoroso y pasional que es necesario ver la
película cuanto antes para no verse afectados por esas corrientes que amenazan
con condicionar (ya sea para bien o para mal) la opinión propia. Y la mayoría
de las veces se trata de un hype exagerado y desproporcionado que va apagándose
con el paso de los días.
Algo así sucede con este pastiche de ideas y excesos llamado Mad Max, aplaudida hasta la extenuación
en sus primeros pases en lugares como Cannes y calificadas con rotundos dieces
por parte de la crítica especializada pero que está decepcionando en su estreno
americano siendo literalmente machacada por esa cosa llamada Dando la nota, aún más alto (y cuya
opinión es poco probable que leáis por aquí).
No se puede calificar como obra maestra (y lo he leído por varios sitios,
lo juro) a una película decididamente tan mala en su concepción como genial en
su visualización. Todos los calificativos positivos que quieran dedicarse al
film posiblemente sean adecuados, ya que hay en la película una cierta
grandeza, mucha épica, una banda sonora brutal (aunque posiblemente
insoportable si se pretende escuchar separada de las imágenes demenciales
concebidas por Miller) y unos actores que van desde lo correcto a lo brillante,
pero todo esto queda empañado abre el delirio visual que nos propone George
Miller para esta... ¿secuela?¿reboot? (no está a demasiado claro) de su gran y
casi único gran éxito.
Muchos consideran a Miller como un gran visionario, obviando el hecho de
que tras la saga de Mad Max (cuya
aparente conclusión databa de 1985) sólo tiene en su filmografía dos títulos
con relativo interés: Las brujas de
Eastwick y Babe, el cerdito valiente,
aunque tampoco es plan de quitarle méritos ante la locura visual que ha sabido
parir a sus setenta años de edad. Y es que lo que no se le puede negar a la
película es su imaginario visual, su planificación casi perfecta y su
impecable puesta en escena, con secuencias magníficas como la de la tormenta o
algunos de los momentos más demenciales de la persecución que bien podrían
haber sido ideados por el grupo teatral de La fura dels baus.
Mad Max, fury road es como un puñetazo en el estómago, que te deja sin
aliento desde prácticamente el primer segundo de película y del que tardas casi
dos horas en recuperarte. Es frenética, hipnótica, absorbente… Pura magia
convertida en cine. Una constante y brutal sucesión de personajes escapados de
un freak show que ya les gustaría para sí a los creadores de American Horror
Story, una película enfermiza, colorista, caótica y violenta. Un espectáculo
con mayúsculas que no da tregua al espectador y que apenas contiene pausas en
las que reposar el empacho visual al que estamos siendo sometidos.
El problema viene tras su conclusión, cuando uno despierta del delirio para
comprobar que ha pasado dos horas disfrutando (porque sí, la película se
disfruta y mucho) con la nada más absoluta, con un guión inexistente (unos
personajes escapan de un sitio, dan media vuelta y regresan al punto de
origen), unos protagonistas sin apenas trasfondo y unos villanos de opereta que no
tienen sentido ni justificación alguna. Con un Tom Hardy que en eso de carisma
no le llega ni a la suela de los zapatos a Mel Gibson y un Max plano, lejos de
la evolución que sufrió el personaje a lo largo de la saga original (y que en
su conjunto constituía un verdadero viaje interior para el personaje).
Mad Max puede ser como el cruce
imposible entre el cine de Michael Bay y el de Christopher Nolan, con las
explosiones infinitas y el lucimiento femenino que tanto gustan al primero y la
perfección visual (aunque sin su oscuridad) del segundo, con algún toque a lo
Indiana Jones (la persecución por el interior de la fortaleza de los malos
tiene algo de El templo maldito), y,
por supuesto, el aroma a queroseno y rueda quemada de Fast & Furious. Y en medio de todo el fregado, Charlize Theron,
la auténtica diosa de la carretera, magistral como de costumbre, sin que su
mutilación, su pelo rapado o su suciedad le quiten un ápice de glamour y quien
lleva las riendas de la historia (no es la protagonista, como se dice por ahí,
pero sí quien centra la atención de la cámara).
Hay en la película demasiadas cosas que no entiendo, como las imágenes
alucinógenas de Max (¿quién demonios es esa niña y cuándo la dejó morir?), el
tiempo que ha pasado desde la destrucción de la humanidad (con lo fácil que
sería haber obviado que el protagonista es el mismo Max de la saga de Gibson e
imaginar que estamos muchas décadas en el futuro), el objetivo de muchos de los
personajes (¿qué diablos pinta la chica en pelotas en lo alto de la atalaya?) y
mil preguntas más que es mejor no formularse (¿cómo es que no queda ni un solo
malo capaz de defender la fortaleza? ¿Por qué adoran a Inmortal como a un Dios
pero no temen su ausencia? ¿Cómo engaña Furiosa a todos para ir a buscar
gasolina a La Ciudad de la Gasolina con un tanque lleno de gasolina? ¿Por qué
dice el personaje de Theron que ha hecho muchas veces ese viaje si no conoce el
destino de su meta? ¿Tan grande es Australia que recorriendo un camino en línea
recta durante ciento sesenta días no se llega a ningún sitio, ni siquiera al
mar?), así como un desenlace decepcionante y poco climático en comparación con
lo vivido hasta el momento.
La conclusión es que todo da igual. La película no tiene guion (el propio
Miller lo ha reconocido, no es una crítica mía) y, pensándolo bien, ni falta
que le hace. Es un film para disfrutar con los cinco sentidos (el sonido
también es espectacular, somos capaces de oír hasta el más diminuto grano de
arena del desierto), para dejarnos llevar en la sala y no pensar en nada más
que en la sobredosis de imágenes de violencia y destrucción a las que nos están
sometiendo. Y nada más.
No es una obra maestra. Ni siquiera una gran película. Pero sí una
genialidad tan absurda como demencial. Y en ocasiones, eso también mola. Aunque
tanto exceso roce el límite de nuestros sentidos.
Por esta vez, la aplaudo con entusiasmo. Si hay secuela (y parece que la
habrá) no sé si lo haré. El truco es bueno, pero no infinito…
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