Siendo esta una película basada en una obra de Nicholas Sparks no vamos a
perder demasiado el tiempo en detallar sus intenciones, pues parece que sus
aptitudes literarias (que no seré yo quien se las discuta) no pasan por ofrecer
una gran variedad temática. Viejo conocido de los aficionados al cine por la ya
clásica adaptación de El diario de Noa
y las más recientes Querido John o Lo mejor de mí (que ha pasado fugazmente
por las carteleras españolas este mismo mes), El viaje más largo contiene los tics más definitorios de Sparks,
como son las historias paralelas intergeneracionales o la importancia del
elemento narrativo literario, ya sea en forma de carta o de diario.
En esta ocasión, la historia versa sobre una estudiante de arte que conoce
a un montador de toros que aspira a ser el mejor del mundo pese al accidente
que le obligó a estar un año retirado, que durante la noche de su primera cita
rescatan de un coche en llamas a un anciano con quien no tardará en conectar la
muchacha, a la que, con la ayuda de toda una vida de correspondencia postal,
narrará su propia historia de amor. Dos historias separadas en el tiempo que,
como no podía ser de otra manera, terminarán teniendo conexiones propias e
influyendo la una sobre la otra.
Es fácil adivinar que las brutales diferencia entre el refinado y cool
mundo del arte y el vasto y violento del rodeo van a chocar entre sí, pero el
director no quiere (o sabe) hace suficiente hincapié en ello (y eso que las más
de dos horas de duración dan para esto y para mucho más) y se limita
previsiblemente a cargar las tintas en los constantes acercamientos y
distanciamientos amorosos y en buscar la lágrima fácil en los no pocos momentos
dramáticos.
Sin arriesgar un ápice ni salirse un milímetro de las convicciones del
género, uno de los secretos de la película radica en la buena química de sus
protagonistas, una Britt Robertson salida de la serie La Cúpula a la que el inminente estreno de Tomorrowland puede convertir en nueva chica de moda (ya tiene, de
hecho, un cierto aire a Jennifer Lawrence) y un novato Scott Eastwood buen
heredero de la presencia y el carisma de papá Clint, a los que ensombrece, como
no podía ser de otra manera, cada vez que comparten plano el gran Alan Alda.
El viaje más largo no pasará a la historia
del cine, pero no puede negársele una gran sinceridad y transparencia al ofrecer
lo que promete: romance algo empalagoso y ojos húmedos, aunque personalmente
encuentro forzadamente facilona su resolución final y echo en falta algo de
valentía al desaprovechar la oportunidad de indagar en el egoísmo implícito en
el amor (representado en la figura de él en la historia actual y de ella en la
del pasado) que escritor o guionista se quita de encima de un plumazo con un
simple cambio de opinión de los personajes para nada habitual en el mundo real.
Pero no, eso no va sobre el mundo real. Se trata del mundo de Nicholas
Sparks, y aquí las cosas funcionan de otra manera, más almibaradas de lo
deseado.
Los incondicionales disfrutarán, se emocionan y llorarán. El resto pasará
un rato entretenido y poco más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario