Sexo fácil, películas
tristes narra la historia de Pablo Diuk (Ernesto Alterio), antaño
escritor de éxito y en la actualidad en horas bajas debido al temido bloqueo
del artista, que encuentra una salida en la oportunidad que le brinda un amigo
productor de escribir el guion de una comedia romántica. El problema estriba en
cómo lograr la inspiración necesaria para una historia de amor cuando su propio
matrimonio hace aguas.
Esta es la premisa de la que parte el director Alejo Flah, que con este título
debuta como realizador de largometrajes, para narrar dos historias en paralelo,
la real y la imaginaria, cada una de ellas fiel reflejo de lo que en la otra
sucede. No es excesivamente original la idea de contarnos en cine dos historias
en paralelo, aunque quizá el referente más cercano se encuentre en la fallida En tercera persona, donde Paul Haggis
nos propiciaba un juego algo más rocambolesco y engañoso sobre la imaginación
de un autor y sus propias miserias. No obstante, mientras en aquella se buscaba
sorprender al espectador con la por otro lado previsible sorpresa final, en Sexo fácil, historias tristes las cartas
se ponen sobre la mesa desde el primer momento, no permitiendo que confundamos
en ningún momento realidad con ficción, y centrando el punto de mira den la
intimidad de los sentimientos de los protagonistas (una mirada claramente
masculina, eso hay que reconocerlo) más que en la propia acción.
Buena heredera de los signos de identidad del cine argentino la película
suma con acierto el humor con la tristeza, dando forma a un análisis sobre el
desamor y la soledad, penetrando en los medios y fobias del creador y
aprovechando de piso para desgranar los arquetipos de un género cinematográfico
tan estereotipado como efectivo.
Alterio y Julieta Cardinali funcionan como muestra real de la destrucción
de un matrimonio, mientras que Quim Gutiérrez y Marta Etura hacen gala de una
química convincente y atractiva que ayuda al espectador a permanecer cómplice
de una historia tan previsible como exige la situación (en este punto resulta
especialmente gracioso ver como el desarrollo de la historia va cambiando a
merced de los caprichos de la productora como la incursión, por ejemplo, de
cierto viaje a París), teniendo el personaje de Camila como nexo común entre
ambas historias en una metáfora perfecta de cómo funciona la inspiración de un
escritor.
Con buenas interpretaciones e ingeniosos diálogos (y Carlos Areces, como
siempre, en plan roba escenas) la trama avanza sin complicaciones hacía un
desenlace que puede no ser del gusto de muchos pero al que no se le puede
acusar de tramposo.
Al fin y al cabo, el propio protagonista, mediante su voz en off, lo viene
anunciando desde la primera frase de la película.
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