lunes, 23 de abril de 2018

LAS LEYES DE LA TERMODINÁMICA


Lo malo de las comedias románticas es que todas están cortadas por un mismo patrón. Generalmente el esquema es muy básico: chico conoce chica, chico se enamora de chica, una confusión provoca que chico se separe de chica y, finalmente, chico se reconcilia con chica. Todo muy básico pero que, como funciona, no se suele cambiar.
Por eso, cuando alguien hace algo un poco diferente (me viene a la mente algún título como (500) días juntos o el final de Separados) es digno de elogio. Y solo por eso merece considerarse al guionista y director Mateo Gil como un tipo a tener en cuenta.
El problema es que Gil, que viendo su filmografía está claro que le gusta más el riesgo que el acomodo (sus dos últimas películas fueron un western como Blackthorn y un drama existencial futurista como Proyecto Lázaro), tiene más claro lo que quiere hacer que cómo hacerlo. Ya en su momento condené Proyecto Lázaro por lo aburrida que se me hizo, y algo similar me sucede con Las leyes de la termodinámica.
Desde el punto de vista argumental no es que haya nada del otro mundo. Cuando Manel conoce a Elena (una ascendente modelo) se enamora perdidamente, pero cuando la relación se tuerce no es capaz de levantar cabeza y superar el rechazo, todo narrado con mucho humor y desenfado. La nota original es cuando aprovechando que Manel es físico se trata de justificar todos los actos bajo el prisma de la ciencia, cobrando una literalidad total eso de que el amor es física y química.
Todo está predestinado mediante una serie de cálculos y algoritmos, y para dejar constancia de ello la película está nutrida de apariciones de científicos que, como en un documental didáctico al igual que Adam McKay hacía en La gran apuesta para explicar la crisis financiera, explican al espectador diversas leyes de la física cuántica y demás.
Sí, todo muy original y fresco, pero que pierde su gracia a la media hora de película. Porque, reconozcámoslo, uno va al cine a divertirse, no a aprender física, y a la tercera o cuarta vez que se interrumpe la acción para que un señor nos suelte una explicación que no vamos a comprender (ni lo vamos a intentar siquiera), el cerebro empieza a desconectar del argumento, más cuando para subrayar las explicaciones Mateo Gil juega con la cámara atrás y las repeticiones de planos.
Así que sí, le reconozco cierta originalidad y frescura a la película, pero lamento decir que no me intereso demasiado, más cuando, como no podía ser de otra manera, la conclusión final tras tanta charla científica, es que todo es mentira, y que el amor está regido por el corazón, no por la ciencia.

Valoración: Cuatro sobre diez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario