Había mucha expectativa por ver el nuevo trabajo de M. Night Shyamalan como
escritor y director después de sus últimos descalabros. Algunos lo esperaban
con los cuchillos afilados dispuestos a darle la puntilla final mientras otros,
entre los que me incluyo, manteníamos la esperanza de que la recuperación del
indio fuese cuestión de tiempo.
Además, Shyamalan ha apostado por el estilo narrativo del found footage, decisión tan discutible como posiblemente necesaria, y un reparto poco conocido que le han permitido hacer una película pequeñita, de tan escaso presupuesto que era difícil un nuevo descalabro económico (tanto es así que en una semana ya ha recaudado el quíntuple de lo que costó).

Los seguidores de este Blog ya tendréis una idea aproximada de lo que opino
sobre este insoportable y en ocasiones hasta molesto sistema de filmación, de
las que salvo la aterradora REC y
poco más, pero en esta ocasión Shyamalan demuestra que cuando se lo propone es
un brillante realizados siendo capaz de revitalizar un género ya caduco y
consiguiendo que el empleo de la cámara en mano sea un recurso narrativo (la
primera persona permite identificar y empatizar a la perfección con los niños
protagonistas) más que un simple truco para ocultar las carencias de un
director y disimular los recortes presupuestarios mediante planos atropellados
y mareantes en los que apenas se sabe lo que sucede en pantalla. Shyamalan, en
cambio, huye de esos convencionalismos, abusando (para bien del espectador) del
empleo del trípode o dejando simplemente la cámara apoyada sobre alguna
estantería, e incluso se las ingenia para que el otro hermano consiga su propia
cámara y juega a realizar planos/contraplanos y otros trucos visuales.

He comentado ya que el casting está compuesto por actores desconocidos,
pero como ya demostrara en las mencionadas Señales
y, sobretodo, El sexto sentido, Shyamalan
tiene un buen ojo para los niños. Olivia DeJonge y Ed Oxenbould, que
interpretan a los hermanos Becca y Tyler, están impecables, sabiendo mantenerse
en la peligrosa línea entre el descaro juvenil y la insoportabilidad, sabiendo
mantener el perfecto equilibrio y mostrando una personalidad propia de las
edades que se les supone pero sin llegar a resultar cargante. Especialmente
destacable es el caso de DeJonge, que con sus diecisiete años es capaz de
aguantar sin problemas largos primeros planos transmitiendo sus sensaciones y
sentimientos sólo con gestos y miradas, aunque las largas parrafada en forma de
hip hop improvisado de Oxenbould (este puede sonaros algo de aquel rollazo
llamado Alexander y el día terrible,
horrible, espantoso, horroroso) tampoco son para desmerecerlo.
Una sola película es poca cosa como para asegurar que hemos recuperado al
mejor Shyamalan, pero comprobar que es capaz de hacer un found footage que está
años luz por encima de lo que suelen ofrecer estas propuestas es desde luego un
alivio. Queda la duda de saber qué habría hecho con esta historia y estos
actores de haberse tratado de un film convencional, pero es posible que las
imposiciones recaudatorias nos la hubiesen estropeado, así que mejor perdonarle
las maneras y quedarnos con los modos, como esos planos casi fotográficos de
los árboles al atardecer o los elementos más rutinarios de la vida rural.
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