Dicen que La noche más
oscura es la recreación de cómo el gobierno de los Estados Unidos localizó
y asesino a Osama Bin Laden. Dejando aparte el rigor histórico de los hechos
descritos (que muchos han definido como falseados y alejados de la realidad) lo
cierto es que el tema en si es suficiente como para captar el interés de todo
el mundo, seamos o no americanos. No en vano Bin Laden es (o era) uno de los
hombres más odiados del mundo.
Una película de estas características puede enfocarse de dos
maneras diferentes: como un documental, ofreciendo una mirada distante de lo
sucedido, evitando implicarse en la historia, o como una película de ficción
(una dramatización de los hechos), con un guion y un desarrollo de los
personajes que sean relativamente fieles a lo sucedido pero dotándoles de personalidad
cinematográfica. Desgraciadamente, la señora Kathryn Bigelow (cuya película más
soportable es Le llaman Bodhi), ha
optado por el camino intermedio. Empeñada, según parece, a demostrar que no ha
aprendido nada de cine en los años que fue la esposa de James Cameron (que gran
guion suyo estropeó ella en la visualmente confusa Días Extraños), esta mujer condenada a películas de medio pelo y
bajo presupuesto ganó la lotería cuando su sobrevalorada En tierra hostil cayó en gracia entre mis amigos del CSI (Críticos
sesudos intelectuales) y la elevaron a los altares. Demostrando no tener un
ápice de vergüenza (y orgullo no digamos), la buena mujer ha decidido copiarse
a sí misma y repetir estilo de cámara temblorosa y falso documental en su nueva
película, una película que, por cierto, se comenzó a fraguar cuando nadie tenía
ni puñetera idea de donde se encontraba el terrorista y para la que su captura
fue como una bendición, ya que haciendo gala de un gran oportunismo se
apuntaron el tanto de conseguir los derechos de la historia aprovechando que
estaban en ello sin importar que su guion original no tuviera nada que ver con
lo que iban a narrar ahora.
El caso es que la Bigelow no ha hecho un documental (eso da
pocos premios y menos dinero aún), pero ha querido escatimar a la hora de
contratar un guionista, ya que Mark Boal, el tipo que aparece en los créditos y
que debe ser muy amigo de la directora, pues En tierra hostil y esto son los únicos libretos que ha escrito
hasta la fecha, se limita a copiar ciertos informes (que muchos dudan de su
exactitud) del caso, ignorando por completo construir unos personajes,
desarrollar una estructura argumental o crear un trasfondo dramático.
La película, consciente de que necesita desesperadamente
empatizar con el público, comienza manipulando vergonzosamente al espectador
mediante grabaciones reales sobre fundido negro de las llamadas der los
pasajeros del vuelo Unit 93 poco antes de estrellarse en los atentados del
11-S. A partir de ahí vemos una serie de investigaciones encabezados por el
personaje interpretado por Jessica Chastain que no llevan a ninguna parte. Tras
un interesante arranque donde vemos como se interroga a un prisionero islamista
sin cortarse un pelo con las torturas, la acción se desvanece, pasando a un proceso
interminable de informes, escuchas, errores, más escuchas, discusiones con el
jefe, más errores… hasta que, en el último tramo, un golpe de suerte les pone
sobre la pista del terrorista y en una sigilosa misión (aterrizan con dos
helicópteros –uno de ellos más que aterrizar se estrella- en plena noche en el
patio de Bin Laden sin que nadie oiga nada) lo identifican y acribillan. Por el
camino, alguno de los que perecían protagonistas deja de salir y nos da igual.
Una agente con un papel bastante destacado en la primera mitad de la película
muere y nos da igual. Parece que toda la investigación vaya en una dirección
equivocada y nos da igual. Todo da igual. Y es que la película no tiene nada de
pasión, nada de sentimiento. Podría haber durado media hora, pasando de las
escenas de tortura a las de la captura de Bin Laden y todos habríamos salido
tan contentos del cine, pero como eso no puede ser (y parece que para que una
película sea consideraba buena debe superar las dos horas de metraje), pues
Bigelow y Boal rellenan con paja aburrida y vacía de manera totalmente
aleatoria. No conocemos nada de los personajes, ni si tienen familia, amigos,
qué les mueve a hacer lo que hacen, qué piensan…, impidiéndonos empatizar con
ellos, mientras que tampoco nos iluminan demasiado sobre la manera de funcionar
de la CIA ya que, al fin y al cabo, todo
concluye con un golpe de suerte. Por si fuera poco, las escenas finales, las
que todo el mundo está esperando, y en las que Bigelow cambia de estilo y
pretende despertarnos de la butaca con toques de acción, están torpemente
filmadas, abusando de planos oscuros
demasiado confusos (ya sé que en la vida real era de noche y estaba
oscuro, pero esto es cine, ¡caray! ¿Nunca ha oído Bigelow hablar de una técnica
llamada noche americana?).
En fin, una película soporífera, donde solo se salva una
correcta Jessica Chastain que si por algo destaca es por sus esfuerzos por
mostrarse tan fría y contenida como la pesadez de la película le exigía y a la
que podíamos tomar por una actriz inexpresiva en lugar de un esfuerzo
interpretativo si no la hubiésemos visto en personajes tan diferentes como los
de La deuda, El árbol de la vida y, en breve, en Mamá.
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