Hace un par de años Robert
Redford dirigió una magnífica película donde retrataba los sucesos posteriores
al asesinato de Abraham Lincoln (si alguien piensa que esto es un spoiler, que
no me venga con gaitas) y el posterior juicio a los implicados (La conspiración). Poco después, la mente
cachonda de Seth Grahame-Smith, con la complicidad de Tum Burton y Timur
Bekmambetov nos proponían una versión “diferente” del presidente americano en Abraham
Lincoln: Cazados de Vampiros, relatando desde que el pobre barbudo es un
niño hasta su ascensión al poder, pasando, naturalmente, por el estallido de la
guerra de Secesión. Es decir, que podrían ser una secuela y una precuela de
este nuevo Lincoln. Sin embargo, algo
las diferencia de la obra que acaba de estrenar Steven Spielberg, el que en
otra época fuese considerado rey Midas de Hollywood, y es que ambas eran
entretenidas. Y, de paso, se aprendía historia (sí, no me he vuelto loco,
incluso la de los vampiros es relativamente fiel a los acontecimientos reales
de la época).
La película que nos ocupa
ahora, por el contrario, solo provoca bostezos y miradas continuas al reloj.
Como si se tratara de una versión cinematográfica mediocre de El ala oeste de la Casa Blanca,
Spielberg decide enfocar su trama en los interiores del poder americano,
centrando toda la acción en la votación para aceptar o no la enmienda treceava de la Constitución (que imagino que
todos sabemos que ganó el sí). Quizá si la película se hubiese titulado Las aburridas votaciones para aceptar la
decimotercera enmienda de la Constitución americana la película habría
gustado más -habría sido más honesta- a los tres frikis que hubiesen ido a
verla, pero si su título es Lincoln
creo que tenemos derecho a ver una película sobre Lincoln, no una simple
caricatura con maquillaje robado a los de Muchachada
Nui y un Daniel Day Lewis que creo que se limita a hacer sus gesticulaciones
de siempre. ¿Cómo pueden decir que es una interpretación excelente si, para
empezar, no hemos conocido al referente para poderlos comparar y, para
concluir, apenas puede percibirse demasiado al actor bajo tanto disfraz?
La película, tenedlo claro, está
destinada a un público americano, como si a Spielberg se la trajera floja (con
perdón) el resto del mundo, por lo que quizá las distribuidoras nos podrían
haber ahorrado su estreno en Europa. Además, es necesario saber algo de
historia americana no para entender la película (no es que haya mucho que
entender), sino para poderla disfrutar mínimamente, ya que lo que no se
consigue (quizá ni se pretende) en ningún momento es la identificación del
espectador con ningún personaje. Da igual que Spielberg considere imperativo
que todo el Universo conozca los pormenores del pasado de los Estados Unidos,
la película no cuenta nada sobre la Guerra (¿qué la originó o por qué?) ni
sobre el propio Lincoln. Sí, sabemos que tiene una mujer algo desquiciada (en
realidad estaba loca, pero bueno), y dos hijos, uno con el rostro de Joseph
Gordon-Lewitt que parece que va a aportar algo de chicha a la historia pero al
final todo queda en agua de borrajas (en realidad, tuvo cuatro hijos, pero dos
de ellos murieron jóvenes, lo que propició la enfermedad mental de su mujer; si
queréis saber qué le pasó al primer hijo id a ver Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros…). Y encima, lo que si se
cuenta es, después de la votación, su asesinato, y eso sí que todos lo conocemos,
así que de giro dramático nada de nada.
¿Y qué pasaría si aceptamos
desde el principio que la película solo va sobre la dichosa votación? Pues que
nos encontraríamos con una película sin alma ni pasión, elegantemente bien
filmada (sigue siendo Spielberg) pero aburrida hasta la saciedad (más aún que
la tontada esa del Caballo de guerra),
sin ritmo y con tan solo un par de escenas para recordar (casualmente las más
chistosas), con un Tommy Lee Jones más cara de palo de lo habitual y un clímax
final (la votación: ¡uy! ¿qué pasará?) que encima ha sido manipulada para darle
un poco de emoción. Naturalmente, todo lo que envuelve este ladrillo es impecable:
la ambientación, el vestuario o la banda sonora del incombustible Williams,
pero por muy bonito que sea el papel de regalo y el lazo, el ladrillo de dentro
siempre será un ladrillo. Y dos horas de conversaciones en su mayoría
intrascendentes y el tipo de la barba ridícula contando batallitas cual abuelo
Cebolleta no merecen la pena el precio de la entrada.
Hacedme caso, en la de Bekmambetov se aprende más y encima cortan
cabezas a vampiros. ¿Qué más se puede pedir?
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