lunes, 21 de enero de 2013

LINCOLN

Hace un par de años Robert Redford dirigió una magnífica película donde retrataba los sucesos posteriores al asesinato de Abraham Lincoln (si alguien piensa que esto es un spoiler, que no me venga con gaitas) y el posterior juicio a los implicados (La conspiración). Poco después, la mente cachonda de Seth Grahame-Smith, con la complicidad de Tum Burton y Timur Bekmambetov nos proponían una versión “diferente” del presidente americano  en Abraham Lincoln: Cazados de Vampiros, relatando desde que el pobre barbudo es un niño hasta su ascensión al poder, pasando, naturalmente, por el estallido de la guerra de Secesión. Es decir, que podrían ser una secuela y una precuela de este nuevo Lincoln. Sin embargo, algo las diferencia de la obra que acaba de estrenar Steven Spielberg, el que en otra época fuese considerado rey Midas de Hollywood, y es que ambas eran entretenidas. Y, de paso, se aprendía historia (sí, no me he vuelto loco, incluso la de los vampiros es relativamente fiel a los acontecimientos reales de la época).
La película que nos ocupa ahora, por el contrario, solo provoca bostezos y miradas continuas al reloj. Como si se tratara de una versión cinematográfica mediocre de El ala oeste de la Casa Blanca, Spielberg decide enfocar su trama en los interiores del poder americano, centrando toda la acción en la votación para aceptar o no la enmienda  treceava de la Constitución (que imagino que todos sabemos que ganó el sí). Quizá si la película se hubiese titulado Las aburridas votaciones para aceptar la decimotercera enmienda de la Constitución americana la película habría gustado más -habría sido más honesta- a los tres frikis que hubiesen ido a verla, pero si su título es Lincoln creo que tenemos derecho a ver una película sobre Lincoln, no una simple caricatura con maquillaje robado a los de Muchachada Nui y un Daniel Day Lewis que creo que se limita a hacer sus gesticulaciones de siempre. ¿Cómo pueden decir que es una interpretación excelente si, para empezar, no hemos conocido al referente para poderlos comparar y, para concluir, apenas puede percibirse demasiado al actor bajo tanto disfraz?
La película, tenedlo claro, está destinada a un público americano, como si a Spielberg se la trajera floja (con perdón) el resto del mundo, por lo que quizá las distribuidoras nos podrían haber ahorrado su estreno en Europa. Además, es necesario saber algo de historia americana no para entender la película (no es que haya mucho que entender), sino para poderla disfrutar mínimamente, ya que lo que no se consigue (quizá ni se pretende) en ningún momento es la identificación del espectador con ningún personaje. Da igual que Spielberg considere imperativo que todo el Universo conozca los pormenores del pasado de los Estados Unidos, la película no cuenta nada sobre la Guerra (¿qué la originó o por qué?) ni sobre el propio Lincoln. Sí, sabemos que tiene una mujer algo desquiciada (en realidad estaba loca, pero bueno), y dos hijos, uno con el rostro de Joseph Gordon-Lewitt que parece que va a aportar algo de chicha a la historia pero al final todo queda en agua de borrajas (en realidad, tuvo cuatro hijos, pero dos de ellos murieron jóvenes, lo que propició la enfermedad mental de su mujer; si queréis saber qué le pasó al primer hijo id a ver Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros…). Y encima, lo que si se cuenta es, después de la votación, su asesinato, y eso sí que todos lo conocemos, así que de giro dramático nada de nada.
¿Y qué pasaría si aceptamos desde el principio que la película solo va sobre la dichosa votación? Pues que nos encontraríamos con una película sin alma ni pasión, elegantemente bien filmada (sigue siendo Spielberg) pero aburrida hasta la saciedad (más aún que la tontada esa del Caballo de guerra), sin ritmo y con tan solo un par de escenas para recordar (casualmente las más chistosas), con un Tommy Lee Jones más cara de palo de lo habitual y un clímax final (la votación: ¡uy! ¿qué pasará?) que encima ha sido manipulada para darle un poco de emoción. Naturalmente, todo lo que envuelve este ladrillo es impecable: la ambientación, el vestuario o la banda sonora del incombustible Williams, pero por muy bonito que sea el papel de regalo y el lazo, el ladrillo de dentro siempre será un ladrillo. Y dos horas de conversaciones en su mayoría intrascendentes y el tipo de la barba ridícula contando batallitas cual abuelo Cebolleta no merecen la pena el precio de la entrada.

Hacedme caso, en la de  Bekmambetov se aprende más y encima cortan cabezas a vampiros. ¿Qué más se puede pedir?

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