sábado, 29 de julio de 2017

A 47 METROS, el género de tiburones se hunde

El verano es siempre sinónimo de calor, sol y playa, y el cine ha sabido dar buena cuenta de ello, retorciendo en ocasiones el mensaje para conseguirlo. Si las playas son sinónimos de diversión y entretenimiento, Spielberg, hace ya la friolera de 42 años, las tiñó de rojo sangre con su Tiburón, y desde entonces ha sido tradición estrenar por estas fechas alguna película con estos simpáticos animalillos. Cierto es que últimamente parecía que el género estaba estancado en producciones de dudoso gusto, como Sharknado y sus derivados, o a esos primos lejanos que son las Pirañas (si es en 3D para destacar mejor la casquería, mejor), pero el año pasado Jaume Collet Serra revitalizó el género con la interesante Infierno Azul y este año ha sido el turno de Johannes Roberts y esta A 47 metros (verá el lector avispado que no incluyo en la lista a la flojita Cage Dive vista el año pasado en Sitges porque ni tiene fecha de estreno ni se le espera).
Lo primero que debo destacar del trabajo de Roberts es su elegante forma de filmar, jugando muy bien con los colores y el sonido y logrando escenas de hermosa plasticidad. Sin embargo, la historia que acompaña esas imágenes es demasiado limitada y, deduzco, el presupuesto más todavía. Si Jaume Collet Serra transformó a Blake Lively en una superviviente en la superficie, aquí las actrices Mandy Moore y Claire Holt deben enfrentarse a los escualos bajo el mar, después de que se rompa la cuerda que sujetaba la jaula con la que iban a contemplar a esos temibles peces y acaben en las profundidades marinas.
Hay que reconocerle a la película que logra lo que pretende: hacer sobresaltar al espectador. Aunque uno se imagine por donde van a ir los tiros es imposible no sobrecogerse con cada aparición de los tiburones blancos, pero el problema es que esas son demasiado escasas. En una película donde nos venden la lucha entre dos damiselas contra los tiburones, la falta de oxígeno termina por ser un enemigo más problemático aún, y aquí es donde se echa de menos ese terror que nos habían prometido.
Volviendo a los directores españoles, Rodrigo Cortés logró en 2010 una emocionante película como Buried sin que el protagonista saliese de un ataúd en todo el rato, y el propio Collet Serra mantenía la intriga de la película Non stop (Sin escalas) sin que la acción se bajara de un avión. Aquí, sin embargo, una jaula no es recurso suficiente para mantener la atención del espectador, y aunque siempre esté pasando algo, nada es suficientemente interesante como para no aburrir por momentos al espectador, mientras que el giro que debe marcar el buen hacer del guion está tan insistentemente anunciado que se ve venir de lejos.
Así pues, una flojita propuesta veraniega que ofrece lo que promete, pero de manera tan limitada que no parece suficiente. Para pasar el rato y poco más.

Valoración: cuatro sobre diez. 

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