La nueva película del director francés Laurent Cantet, que para esta ocasión vuelve a colaborar con su guionista fetiche, Robin Campillo, parece haber aunado a la crítica, que loan sus grandes virtudes. Sin cegarme a ellas, lo cierto es que no quedé tan impresionado como esa gran mayoría, y encontré gran parte de la historia repetitiva e incluso por momentos aburrida. No ya por su narrativa, sino por lo poco que lograba conectar conmigo.
El taller de escritura versa sobre un grupo de inadaptados sociales que, bajo la tutela de la popular escritora de ficción Olivia Dejazet, participan en un taller con el fin de lograr crear una novela policíaca entre todos. Se trata, por supuesto, de un grupo representativo de todo el abanico racial y cultural de la Francia actual, algo que ya para empezar me parece algo maniqueo y previsible.
Bajo la excusa de desarrollar ese proyecto en común pronto sobresale la figura de Antoine, la voz rebelde y contestataria del grupo y en quien pronto se va a enfocar la atención de la historia.
Cantet ha querido regresar al estilo que tan bien le funcionó en otra película de temática parecida, La clase, y con la excusa de este taller literario reflejar las problemáticas que más preocupan a los jóvenes de clase media baja del país galo, por lo que las confrontaciones entre ellos van a ser numerosas y muy representativas de los valores que cada uno defiende. Sin embargo, es tan pretendidamente poderosa la presencia del tal Antoine, que, si el espectador no es capaz de simpatizar con él, como fue mi caso, es muy difícil hacerlo con la propia película.
Utilizar un niñato inmaduro y malcriado como símbolo de una generación maltratada y perdida no termina de convencerme, y por eso su enfrentamiento con Olivia y, por extensión, con el resto de la clase no tardó en desinteresarme.
Bien filmada, con buenos trabajos actorales (pese a que aparte de Marina Foïs, el resto son chavales que debutaban en el cine) y un buen pulso fílmico, la historia no llegó nunca a atraparme por completo, siendo consciente de las buenas intenciones de Cantet respecto a lo que me quería transmitir, pero sin dejarme contagiar por su entusiasmo al hacerlo. La metáfora que pretende hacer comulgar la ficción literaria con lo que el destino depara a los chicos no me resultó en ningún momento convincente. O quizá es que, simplemente, yo estaba esperando una película más centrada en el proceso de la creación y en este sentido quedé francamente decepcionado.
Como sea, culpa mía o de Cantet, reconozco los méritos de la película, aunque no puedo sentirme tan entusiasmado con ella como todo lo que estoy leyendo por ahí.
Y es una lástima, la verdad. Le tenía ganas...
Valoración: Cinco sobre diez.
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