lunes, 4 de junio de 2018

SIN AMOR

Sigo aprovechando la oportunidad que algunos cines ofrecen de recuperar películas estrenadas hace ya algunos meses para seguir completando mi lista de pendientes de los pasados Oscar.
Pese a no conseguir el premio, la rusa Sin amor era una de las que mejores valoraciones tenía, y al fin he podido comprobar sus méritos para estar en la pugna final. Dirigida por Andrei Zvyagintsev (Leviatán), la película cuenta el proceso de separación de una pareja de la que nada queda ya del amor que los unió tiempo atrás. Nada los une ya y cada nueva negociación se convierte en una agría disputa, en especial en todo lo referente a su hijo en común. Y es que, a diferencia de lo que suele suceder habitualmente, su disputa no es alrededor de quién se debería quedar con el niño, sino en el hecho de que ninguno de los dos quiere tenerlo a su lado. Pero cuando el pequeño desaparece, las cosas cambiarán para ellos.
Zvyagintsev abre y cierra su película con unos hermosos paisajes, todos solitarios y helados, y esa es la única concesión que el director hace a la belleza y el sosiego en una película tan gélida como sus dos protagonistas. Zhenya y Boris son odiosos, repulsivamente egoístas y carentes de toda empatía. Hijos no ya de una clase social determinada (no hay responsabilidades económicas que justifiquen sus actos), sino de un país perdido, una Rusia contemporánea tan vacía de afecto y responsabilidad como los representativos padres.
Zvyagintsev no aspira a ser moralista ni a dar lecciones de comportamiento a nadie, simplemente dibuja una sociedad a través de sus personajes, evitando por ello componer una película cínica y obviando cualquier ápice de humor negro en ella. Tras el desastre, no vemos a la pareja emprendiendo una cruzada personal más agresiva si cabe, sino que optan por una huida hacia delante, por deambular por pasillos vacíos, mirando el techo con las manos en los bolsillos y aspecto resignado mientras otros se ocupan de la búsqueda.
Sin amor es una película fría, desangelada, tanto que quizá alejará a mucha gente, que no se sentirán cómodos con la forma de tratar la historia, pese a que por algún momento parece tomar tintes de thriller de intriga. Pero no, la desaparición no es, en realidad, el centro de la acción, sino que lo es la rendición incondicional de los protagonistas ante la vida y el amor, la búsqueda de otra historia que sustituya a la que define un pasado en el que han fracasado, sin que deban mantener nada vivo de aquel y condenados, por ello, a repetir el mismo fracaso una y otra vez.
Sin amor es desgarradora, angustiosamente pausada, muy amarga y, por todo ello, casi imprescindible para aquellos padres que tengan en mente iniciar un proceso de separación y no sean capaces de ver más allá de sus propias narices. En toda guerra hay bajas colaterales, y lo más terrible de la historia de Sin amor es que la baja colateral en forma de niño desamparado acontece prácticamente al inicio sin que nadie se moleste en hacer nada por evitarlo.
Lo habitual es lo contrario, que las batallas en los tribunales sean por mantener a los retoños al lado de los insensibles padres, la otra cara de la moneda que, habitualmente, termina teniendo los mismos fatídicos resultados. Y por ello el título no puede ser más significativo.
Y eso lo cuenta Zvyagintsev, además, trasladando en los protagonistas el peso de representar a todo un país que, perdidos sus ideales (para bien o para mal) de antaño, vaga sin rumbo por la historia en espera a que lleguen tiempos mejores.

Valoración: Siete sobre diez.

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